Marea Editorial

Voces de historias escondidas

por Moshé Korin

 

Una mujer se rememora niña nacida en la Polonia de posguerra. Una mujer comienza a interrogar los pasos de su familia que ha desembocado en Buenos Aires. Una mujer comienza a recordar su infancia marcada por una pérdida: su hermanito escondido y nunca recobrado en los tiempos de la guerra. Una mujer empieza sí a deshilvanar el ovillo de su historia y se encuentra con más preguntas y búsquedas. De esos encuentros surgen transformaciones que marcan su profesión y su obra: emprender la ardua labor de posibilitar a aquellos que han sido niños escondidos en la guerra, preguntas y búsquedas sobre su historia. Ofreciendo un lugar para aquellas voces testimoniales, emprende la tarea de coordinación de grupos de “Niños de la Shoá en Argentina” e “Hijos de sobrevivientes de la Shoá”. Esta mujer es Diana Wang y su última obra, el libro testimonial Los niños escondidos (Editorial Marea), está delineada por la presencia de aquellas voces que recuerdan sus infancias perdidas en diversos escondites, así como por la ausencia de la voz de su hermano al que continúa buscando y por su propia voz que testimonia aquella ausencia.

 

Aniquilaciones escondidas

 

Después de la guerra, el jurista Lemkin ha forjado el término genocidio para designar la experiencia inédita del exterminio de un pueblo. Pues ha habido matanzas salvajes en todos los tiempos. Matanzas en las cuales un pueblo se proponía desposeer al vecino de sus tierras, de sus riquezas o poder político. Pero nunca como sucedió en el nazismo se ha hecho sitio la idea de exterminar un pueblo para que su cultura, sus tradiciones, su lengua y sus canciones dejen de existir sobre la faz de la tierra. Es por eso que el lenguaje preexistente no bastó y fue preciso acuñar el término genocidio.
En 1942, se aniquilaban 10.000 prisioneros diarios en Auschwitz, y en 1945 unos 30.000. Estas cifras revelan que aún en vísperas de la derrota, los nazis concentraron sus esfuerzos más en acelerar el ritmo de matanzas en los campos que en su defensa militar, tal era su macabra obsesión de borrar la cultura judía europea que el propósito bélico quedaba en segundo plano. 
Mas no congelemos nuestra mirada tan sólo en los abrumadores números, ni en las temibles prácticas de los campos de exterminio. Si abrimos nuestra perspectiva, podremos acercarnos a otra verdad, también cruel y macabra, pero necesaria de vislumbrar: la maquinaria mortífera nazi alcanzó su punto más explícito y visible en los campos de exterminio, pero en tanto maquinaria cuyo propósito ha sido la aniquilación de la cultura judía europea, ha tenido múltiples métodos que habían comenzado mucho antes, y cuyos efectos han sido menos devastadores. Sólo así podremos preguntarnos por los diversos modos que han implementado para la aniquilación de nuestro judaísmo europeo, sólo así podremos escuchar las múltiples voces que hoy nos hablan de los diversos padeceres que las han aquejado y aún aquejan. Sólo así podremos escuchar las 30 voces de los niños escondidos en la guerra que testimonian en las páginas del libro Los niños escondidos. Donde la singularidad de cada una de sus vidas confluyen en un punto común: la aniquilación de sus infancias y de sus lazos familiares, testimoniando así otra cara de la Shoá.
La lógica de la inhumanas prácticas de los campos de exterminio consistía precisamente en borrar toda marca de humanidad, aniquilar toda ligadura con nuestro pasado, con nuestros seres queridos y semejantes, y por último con el futuro, para así reducir aquellas almas a meros despojos, ya que al desligarlos de todo lo humano, aquellos seres se convertían en silenciosos pasos que marchaban hacia la “solución final”. De las temibles modulaciones de esta lógica nos cuentan las palabras acongojadas escritas en este libro.
Una madre imaginando melodías para sus palabras acongojadas, escribió alguna vez en el gueto de Shauliai, Lituania, después de la “Kinderaktion” –matanza de niños judíos– de marzo de 1943, una canción que tituló “Un niño judío”. He aquí algunos de sus versos:

 

“Esta será tu casa ahora,
oye bien lo que te digo,
aquí te quedarás
porque tu vida está en peligro.
Juega con los niños,
sé bueno, no te portes mal, 
no hables ni cantes ya en idish
porque dejaste de ser judío”.

 

Son estos versos de una madre que ha perdido su hijo, mas son también versos para un niño que ha perdido su madre y su mundo infantil hecho de cantos en idish, del amor de su familia y de las voces melodiosas de sus antepasados. Son versos para un niño que ha perdido su infancia, su familia y su judaísmo.

 

Sobrevivir con otro

 

Todos los ya adultos que hoy nos hablan de aquellos años de “niños” en las páginas de Los niños escondidos han pasado su “infancia” en la guerra. Han vivido en guetos, algunos también en campos de concentración, otros han estado escondidos en orfanatos o con familias que no conocían. Todos han perdido gran parte de su familia cercana en manos del nazismo, algunos han perdido a toda su familia. Algunos de ellos ni siquiera saben hoy cuál es su verdadero nombre.
Estas 30 voces tienen hoy en este libro una enunciación común: nos hablan de sus pérdidas, de sus infancias sesgadas, de sus familiares ya ausentes, mas también nos relatan cómo sobrevivieron con otros y para otros, tal ha sido su salvación: el lazo humano. 
Freda, una de las sobrevivientes que pone palabras a aquellas pérdidas y salvaciones, nos brinda un recuerdo de cuando ya habiendo perdido a su familia en Auschwitz, un singular hacer la rescató del horror en el que transcurrían sus días: saberse humana al sentirse ligada a otro, acompañando su partida de este mundo.
“[De Auschwitz un tren] el tren nos llevó a la Baja Silesia, a Breslau, que después se llamó Wroclaw. Tenía una amiga que se llamaba Silvia y estaba enferma. Cuando estuvo en el hospital fui a visitarla (…) no sé si tenía algo contagioso, pero murió. La médica me avisó y le pregunté a una alemana adónde la llevaban, le expliqué que quería saber porque era mi compañera. Ella me dijo que iban a buscar el cuerpo con un carro para llevarlo hasta la fosa donde iban a tirarlo. Quise acompañar a mi amiga y fui en el carro con un campesino. Temía que el hombre me violara o algo, de lejos se escuchaba la artillería porque el ejército estaba cerca. No pensé en escaparme, aunque hubiera podido. Yo necesitaba saber que quedaba algo de humano en mí.”
Cada uno con su propia voz nos testimonian las múltiples estrategias de deshumanización implementadas por los nazis. Es así que las vivencias de humillación, separación, terror y la convivencia permanente de estos “niños” con la muerte hecha cotidiana, son protagonistas en sus relatos que hoy, con voz adulta, rememoran aquello que sus precoces ojos infantiles han debido ver.