Reseñar es un compromiso que decidí adquirir con la literatura, con los libros y con los lectores, pero reseñar a alguien que forma parte de tus afectos, con la que compartís proyectos y trabajo, es un compromiso mayor. Agustina Caride es una escritora que tiene siempre los pies en la realidad, y por eso creo que esta crónica novelada sobre el equipo de rugby Las espartanas, la muestra cabalmente. No es casual que ella haya escrito sobre mujeres privadas de su libertad, sobre mujeres que superan diferencias, sobre mujeres vulnerables. Hay una veta de servicio en su personalidad que trasciende lo literario, y en este caso sus mundos se volvieron a unir, como en La chica de papel. El otro importa, le importa.
Agustina se contactó con la entrenadora del equipo femenino de rugby dela Unidad Penitenciaria Nº 47 de San Isidro, en el pabellón femenino número 2, la profesora Carolina Dunn y comenzó a ir a los encuentros de los lunes por la mañana. Así entre mates y bizcochos, las internas desandaron sus historias, de a poco, sabiendo que la idea era un libro con crónicas de vida. La autora nos hace saber que tenía dudas e intriga sobre ese primer encuentro, pero apenas las vio comenzaron a llover las preguntas: ¿qué historia hay detrás de cada una?. El reto era despojarse de entorno para escucharlas sin prejuicio, para conocer la persona detrás del hecho, para indagar en los motivos. Con las visitas la certeza llegó: la unica diferencia con las pibas era el contexto de nacimiento. En cada una había dolor, carencias, circustancias que las llevaron por lugares equivocados.
Las pibas se abrieron a Agustina Caride, y ella se metió dentro de su propia piel para reconocerse, agradecida, y poder tratar en la crónica novelada que escribió temas fundacionales para las internas y para los seres humanos, como la libertad, su pérdida, el perdón, redimirse, el silencio, el miedo. Mirar de frente a personas sometidas a un sistema penitenciario que falla es también un auto exámen.
La historia de las pibas, como Paula, la «loca flaquita», o Jessica, «la heavy», son complejas, historias desprovistas de Dios, Caty, la santa puede dar fe de ello, pero en el campo de juego no hay etiquetas, y en el libro tampoco; porque si bien es cierto que hay en cada capítulo una historia, también hay esperanza, y hay creencia en el trabajo de equipo, en la necesidad de resignificar sus vidas, de sentirse que pueden en algo. El deporte les concedió la posibilidad de construir una identidad, y en ella se conijan, paradójicamente libres, a pesar de la cárcel.
¡Vamos las pibas! relata las historias que las mujeres quisieron contar, pero la autora las enriquece con arte para que la lectura exceda la mera crónica, logrando también mostrar un costado más íntimo de las protagonistas.
Esta obra respetuosa y llena de interrogantes sociales, debería inquietarnos como lectores, para al menos, desde cada mínima expresión social que nos ataña, como Las Espartanas, demos todo por cambiar la realidad.