La relación de las mujeres y el rock es una historia de amor que no siempre nos hizo bien. Es una historia de obstáculos pero también de triunfos micropolíticos que resuenan cada vez con más fuerza. Romina Zanellato (1984) reflejó eso en su libro Brilla la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020, un trabajo historiográfico riguroso publicado a fines del 2020 que cruza más de 50 entrevistas con la lectura atenta de material bibliográfico rockero e investigaciones académicas.
“El problema en esta escena es que el mainstream nunca apostó por una mujer”, explica Zanellato a La Canción del País: “Todo se construyó en base al esfuerzo personal y al renunciamiento de cada música”. En este registro de desigualdades que hace la autora hay una construcción de genealogías que busca potenciar un futuro más equitativo. “En absolutamente todas las historias, hay una historia oficial y hay otra historia que no se contó”, dice ella. Un libro como el suyo es una nueva herramienta que permite repensar y redefinir este amor, con contradicciones pero también como protagonistas. Su propuesta discute con las versiones dedicadas a invisibilizar la presencia de las mujeres y disidencias sexuales en la cultura rock y los roles que ocuparon y ocupan. La linea de tiempo que traza la autora va desde aquellas primeras mujeres que aparecen en el universo del rock argentino —Diana (Divaga), Dana, la guia espiritual de Arco Iris y Cristina Plate, cantante solista que participó del debut del sello Mandioca en 1968—, la referencia pionera de Gabriela en los setentas hasta la consagración de Marilina Bertoldi ganando el Gardel de Oro en 2019.
¿Cómo comienza tu camino para trazar las historias de mujeres y disidencias sexuales en el rock?
Fueron dos momentos, el primero lo cuento en la introducción del libro. Hablando con mis amigas después de una asamblea del 8 de marzo, una tenía una remera que decía el Punk lo inventaron las chicas y no Inglaterra y todas empezamos a decir "aaahh siii Pat Pietrafesa", ¿y antes de Pat… qué? Ninguna de nosotras lo sabía. El segundo fue en el 2018 cuando Pablo Schanton, mi máximo referente en el periodismo musical argentino, me invita a una mesa que estaba coordinando en la Universidad Di Tella para hablar sobre mujeres y rock. Él veía en mí algo, como parte de una nueva generación de periodistas de música con perfil feminista, entonces me invitó. Éramos Juana Molina, Pila Jackson, Miss Bolivia, Mavi Díaz y yo. En la charla, Juana Molina recuerda cuando escuchó una canción de Gabriela siendo muy chica; entonces yo dije “¿de María Gabriela Epumer?” “No, de Gabriela, la primera mujer en el rock”, respondió ella, y yo no sabía de qué estaba hablando. Me sentí muy avergonzada y muy irresponsable del rol que estaba ocupando. Salí de ahí completamente traumada y me obsesioné: “¿quién es Gabriela? además, ¿Gabriela cuánto? ¿no tiene apellido? ¿cómo que no tiene apellido? Bueno, ¿cómo la busco, voy a Google y pongo “Gabriela”? Me resultaba imposible. Ese fue el comienzo de un capítulo muy importante de mi vida, el de darme cuenta de que no tenía idea de nada, que había nacido ayer y que la única educación que había tenido era la oficial.
¿Cómo fue el proceso hasta conseguir la estructura de Brilla la luz para ellas?
Como si fuera una tesis, pegué unos afiches en una pared de mi casa, hice una línea de tiempo y puse a Gabriela en una punta. Y así se fueron sumando al lado otros nombres: Carola, Mirtha de Filippo, Maria Rosa Yorio, Liliana Vitale. Apareció Cristina Platé antes de Gabriela. Algunas mujeres aparecían nombradas, pero yo no sabía bien que habían hecho, entonces estaban dando vueltas por ahí. En esa línea de tiempo empecé a ver ciertos patrones y de a poco fui tirando de ese hilito y se fue armando la estructura del libro. Cuando la línea de tiempo estaba más o menos completa, lo organicé por décadas y lo dividí en dos partes: una con los inicios y la segunda después de los ‘90, que es cuando se me vuelve inabarcable, porque empiezan a aparecer muchas propuestas.
El libro parece atravesar distintos procesos, uno enfocado en la música, en rastrear quiénes fueron las músicas que tocaron y que grabaron sus canciones, y otro más complejo, vinculado a presentar a la mujer y a las disidencias sexuales bajo distintos roles y maneras de estar en el rock.
Mi premisa era entender cuáles eran los roles de los no varones heterosexuales cis, no solo mujeres sino también de los varones gays, de las maricas, y cómo habitaban el rock y cómo se vinculaban con él, acercándome a estas historias sin mis prejuicios o ideas preestablecidas. En este sentido, las primeras mujeres con las que me encuentro que fueron relatadas por varones, son nombradas por ellos como groupies o como musas; y yo pensaba mientras leía que quizás esa era la única posibilidad que tenían de habitar el rock, ¿y por qué no? Gracias a que Diana divaga salió con varios de los primeros rockeros, probablemente había más y más amigas de ella que estaban vinculándose con ellos y entonces podían acceder a la música, a los instrumentos, a hacer canciones y de ahí apareció Cristina Platé. Después en los ´70, claramente las que graban son las que son parejas de los músicos. El ejercicio fue pensar a todas como eslabones fundamentales para que la que venga después tuviera un poquito más de acceso que la anterior.
¿Qué fue lo que más te sorprendió y gustó de lo que encontraste?
Diana Nylon seguro, su disco El Ciudadano es increíble. Me enamoré completamente de Mirtha Defilpo y creo que se nota en la escritura, porque es una mujer tan inteligente, tan de otra época y tenía tanto vuelo que no la veían y no la podían atajar, el único que la vio fue Litto Nebbia. Otra que me flasheó y con la que pude hablar es Carola, su disco Damas Negras es excelente, y más para los 2000 me encantó Sugar Tampax.
En este canon alternativo aparecen de manera muy clara los obstáculos que tenían que sortear lxs artistxs para desarrollar cualquier intento de carrera musical ¿ Que encontraste como denominador común en todas las épocas?
La mayoría, por no decirte todas las músicas y lxs músicxs que entrevisté me dijeron que el mayor obstáculo fueron los periodistas de rock y los medios de comunicación y las discográficas, es decir, los dos grandes componentes del mercado. No fueron los músicos ni el público. Eso es importante porque a mí en lo particular me sorprendió y me dio una perspectiva muy crítica de mi entorno, de mis colegas y de los espacios que habito. Todas me dijeron que fueron muy maltratadas, rechazadas, burladas, ninguneadas por los medios de comunicación; también relataban haber vivido el mito de que, por un lado, las mujeres no venden y por otro que "una mina ya tengo", entonces no es necesario dos minas en un sello discográfico. Creo que no hay una sola entrevistada que no me haya contado eso.
¿Y en particular, cuáles fueron los obstáculos de coyuntura?
En las distintas épocas se fueron enfrentando ante distintos obstáculos. En los ’70 y ni hablar en los 60`, la ausencia de espacios para tocar, el acceso a un estudio de grabación era solamente a través de los músicos varones y las parejas, el acceso a la tecnología, a los instrumentos y a la información era de dominio completamente masculino. Después, en los 80 con la guerra de Malvinas y la alta demanda de música en español las discográficas salen a grabar absolutamente todo y ahí pasan otras cosas. Con la primavera democrática hay un estallido del rock nacional que es muy rico para las mujeres y las disidencias sexuales, que empiezan a tocar y a grabar. Sin embargo, no hay registro de las Bay Biscuit, no hay registros de Rouge, ni hablar de registros audiovisuales de lo que sea. A fines de los 80 el rock en español se convierte en un negocio multimillonario y se instalan en Argentina discográficas multinacionales. Cuando viene la guita, el reparto excluye completamente a las mujeres y eso es muy claro en los 90. El trato era así: si vos querés salir en MTV, tenés que hacer este tipo de video y verte así y ser así, y si no querés hacerlo de esta manera, estás invitada a vivir toda la vida en el under. Algunas aceptaron, Érica García por ejemplo, pero evidentemente el costo fue muy alto.
Y respecto al under hay muchísimas que lograron hacer carrera y que son las responsables de que hoy tengamos la escena que tenemos, y que hicieron lo que quisieron, pero no deja de estar lleno de obstáculos: ¿cómo grababas? ¿cómo distribuías? ¿cómo era el Do it yourself en los 90, cuando internet no era lo que es hoy?. Era un poco más difícil, pero existían lugares como Cemento, existían circuitos, había público y pasaban cosas efervescentes. En los albores del 2000 internet posibilitó que el acceso al estudio de grabación y a la información fuera más democrático, pero después del 2001 y después de Cromañón muchas mujeres tuvieron que volver a la casa a realizar tareas de cuidado, a atravesar la crisis en el hogar, trabajando de otras cosas que no estaban vinculadas a la música. Entonces la música era tocar la guitarra acústica en un patio de una casa y no mucho más, porque no se podía mucho más, un vuelco a lo íntimo. Y eso también me parece que habilitó una nueva narrativa. Surgen otras voces como Flopa, Rosario Bléfari que se vuelve solista y se va armando el caminito del under autogestivo que nos lleva hasta hoy. Eso se ve en el libro “El diario del dinero” de Blefari, ese “voy a vivir de la música, sea como sea”, conlleva mucho sacrificio y mucha entrega. Implica una entrega de cierta comodidad burguesa que no se pueden sostener.
Durante el 2019 cubriste el juicio a Cristian Aldana, un hecho histórico para el rock argentino que comenzó con la viralización de relatos en los que las denunciantes contaban los abusos que habían vivido con él. Fueron años intensos y de mucha discusión sobre qué feminismos queremos. ¿Cómo vivís hoy esa experiencia?
Ha pasado el tiempo y hemos complejizado la discusión, aunque también se radicalizaron muchas posiciones. En ese momento todo estaba muy candente. Los grises eran muy difíciles de abordar. Yo soy una feminista antipunitivista y estar frente a una situación así te genera muchas contradicciones y mucho dolor. Fue un caso muy importante para el rock porque se estaba dando una discusión sobre los pactos de convivencia y de vinculación que modificaron mucho la vida de todes para mejor, pero se trató de un momento muy confuso, donde era muy fácil mezclar todo. El tiempo hizo un trabajo de decantación importante y en este sentido creo que es vital separar ese caso puntual de lo que fue una construcción, un relato colectivo de violencia conocido como #YaNoNosCallamosMás. Es un tema sobre el que fui cambiando mi postura con el tiempo, la fui complejizando y eso fue lo más rico para mí. Fue fundamental poder demostrar que no eran casos aislados, sino que eran conductas que a todas nos habían lastimado. Que se estaba rompiendo ese pacto de silencio y que no era una persecución, sino una puesta en común de nuestras vivencias para transformar esos pactos y esos vínculos. Ese es el valor que le encuentro hoy.
Hacia la segunda parte del libro hay una cercanía muy potente con la historia reciente, con Marilina Bertoldi ganando el Gardel de oro y las historias de sus colegas contemporáneas. ¿Le das mucha importancia a la documentación? Porque en el libro hay una gran apuesta a construir acontecimiento.
Si bien soy periodista, también estudié escritura creativa en la UNTREF, tengo una novela publicada y me gusta mucho la literatura y el arte, además soy de Neuquén y vivo en Buenos Aires, entonces mi vida está compartimentada. Siempre estuve muy obsesionada con documentar los procesos creativos, registrar lo que va pasando, lo que me va pasando. Creo que es muy importante documentar la vida de una, lo emociona, lo perturba, todo lo que damos por sentado. Todas esas cosas ocupan mucho espacio en mi vida y este proyecto fue como una confluencia de esas dos cosas. También está vinculado a Latfem, el medio feminista del que soy parte, donde todas las que lo integramos estamos muy obsesionadas con construir memoria feminista, con registrar todas las historias donde las mujeres y las disidencias fueron desplazadas. En absolutamente todas las historias, hay una historia oficial y hay otra historia que no se contó. En ese ejercicio me di cuenta de que no había registro de tantos años de creación artística, es algo muy grave. Es importante registrar nuestra vida para ponerlo al servicio no sólo de una misma, sino del futuro. Y creo que los feminismos y las feministas tomamos esa responsabilidad de volver a crear la historia con nosotras como parte de ella, porque lo fuimos. Tenemos que tomar el compromiso de registrarnos a nosotras mismas y de registrar a les demás, a nuestrxs compañerxs, a quienes nos rodean. Hice este libro por mí y también lo hice por lxs demás. Ahora hay una escena que es súper rica, qué bueno sería que las nuevas generaciones sepan que tienen esta posibilidad porque hay una historia que les permitió ocupar el lugar que hoy ocupan.