Marea Editorial

Un personaje infame que aspira a su redención final

En “Berliner. El vengador de Treblinka”, Gustavo Sierra recrea la biografía de un inmigrante judío polaco en las primeras décadas del siglo XX Por Daniel Gigena

El nuevo libro del periodista Gustavo Sierra empieza y termina en un campo de exterminio en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. En Berliner. El vengador de Treblinka (Marea), se reconstruye la vida de Meir Berliner, un judío polaco que emigró a la Argentina desde el pueblo de Pultusk (“famoso por sus historias de guerra”) antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. El joven, que desembarcó en Buenos Aires en épocas en que la Argentina era un imán para los plebeyos europeos, quiso ser un “gaucho judío” más. Pero, tras asesinar en una pelea nocturna nada menos que al padre de la joven de la que se había enamorado, pasó a integrar las filas de la organización de trata de mujeres Zwi Migdal. “Explotan a chicas judías que traen engañadas de los shtetl de nuestra tierra polaca”, le explica su tío.

“Esta es una historia real, oculta por más de ochenta años, de un personaje argentino que tenemos que conocer porque nos habla de dónde venimos y qué somos –dice Sierra–. Meir Berliner es un inmigrante polaco que estuvo en la Argentina por más de una década y regresó a su país perseguido por la mafia y la Justicia. Quedó confinado en el Gueto de Varsovia y un año más tarde lo enviaron, junto con su mujer y su hija, al campo de concentración de Treblinka. Y es allí donde protagoniza su acción heroica al matar al segundo comandante del campo, Max Bialas”. En Treblinka, remarca Sierra, murieron 850.000 judíos y un solo nazi, el que mató el argentino-polaco Meir Berliner.

El autor descubrió la historia en 2011, cuando visitó Varsovia y los campos de concentración del nazismo. “Regresé muy conmovido y comencé a trabajar en una serie de notas para Clarín sobre los argentinos del Holocausto –recuerda–. Entrevisté a la historiadora del Museo del Holocausto de Buenos Aires, Marcia Ras; ella se refirió a Berliner por primera vez. Así supe que el episodio de Treblinka estaba bien documentado por el testimonio de un sobreviviente que presenció la escena y de varios otros que mencionaron el tema en libros y documentales. Lo único claro era que Berliner tenía pasaporte argentino, que había pasado muchos años en nuestro país y que sabía cómo manejar puñales y armas de fuego”. En uno de los primeros capítulos, el protagonista aprende a usar un facón.

A Sierra le costó obtener información sobre la vida de Berliner en la Argentina. “Me encontré con un muro impenetrable –grafica–. No había ninguna mención, ni en los archivos de Migraciones, ni en el Renaper, tampoco en los del Ejército Argentino ni en las guías de teléfono. Busqué por diez años hasta que me encontré con un libro olvidado del comisario Julio Lázaro Alsogaray donde describe cómo había desbaratado la organización Zwi Migdal, compuesta por inmigrantes polacos judíos, y perdió su trabajo al hacerlo. Allí aparece la lista de los 450 mafiosos que traían engañadas a chicas polacas, muchas menores de edad, para prostituirlas en los burdeles que regenteaban en Buenos Aires, Rosario, Montevideo y Río de Janeiro”. Entre ellos, estaba Berliner, del que no había ningún antecedente de su paso por el país “porque los poderosos abogados de la organización, en connivencia con jueces, policías y políticos, se ocupaban de limpiar cualquier prontuario”, explica Sierra.

“En mis años de corresponsal de guerra aprendí que el ser humano está en su estado más puro cuando camina por la muy delgada línea que separa la vida de la muerte –dice el autor de esta apasionante novela de no ficción–. Berliner muestra al ser humano en su estado más auténtico: todos podemos ser víctimas y victimarios, héroes y villanos, al mismo tiempo”.

El de Sierra no es un libro más sobre el nazismo y el Holocausto. “Gran parte de la historia transcurre muy alejada de todo eso –remarca el autor–. Describe la riquísima vida de los inmigrantes de los años 1920 y 1930 en Buenos Aires y Rosario, con las compañías de teatro en idish que hacían una temporada de seis meses en Nueva York y otra en Buenos Aires; el tango, que se iba nutriendo de los músicos que venían de Nápoles, Cracovia o Vigo, y el periodismo y la literatura, que contenían todas las lenguas que traían los inmigrantes”. De manera borgeana, Berliner es también el perfil de un personaje infame que aspira a su redención en el acto final.