Por: Juan Terranova.
Estoy viendo por sexta o séptima vez la intervención del diputado por Santa Fe y titular del bloque del FpV, el Ingeniero Agustin Rossi, en la sesión del congreso el miércoles pasado. Se trataba la ley del matrimonio gay. El video de TN que miro registra el momento en que con 125 votos afirmativos y 109 negativos, la Cámara Baja le dio media sanción al proyecto que habilita a hombres y mujeres a casarse con personas de su mismo sexo. Como se sabe, el debate atravesó la mayoría de los bloques, tuvo una larga polémica compartimentada en chicanas y detalles de todo tipo, y finalmente obligó a que cada diputado tomara la decisión por sí mismo, más allá del partido o bloque al que perteneciera. Ahora es el Senado el que deberá definir el destino del proyecto. La última intervención, antes de la votación, fue la de Rossi y me gustaría detener un momento en ella.
La luz del Evangelio
El breve discurso de Rossi –al menos lo que puede verse en el registro de TN– está claramente dividido en dos partes. En la primera, se retoma una intervención anterior en la legislatura porteña –no logro escuchar quién es la citada– y se examina la ley a tratar desde una óptica cristiana. La separación entre lo laico y lo sacro subyace a las palabras de Rossi. Pero también hay una clara separación entre los hombres y su manera de entender la doctrina y ejercerla, y la fe. “El evangelio me enseña a amar al prójimo sin imponerle condiciones” cita Rossi y agrega: “En la historia de mi propia Iglesia he visto muchas veces el error humano”. La actualidad y contundencia de esta afirmación es innegable. Y luego se habla de los riesgos de la fe, “porque esa es un conducta cristiana”. Tomar riesgos. Rebelarse contra las instituciones y los hombres del poder. La teología católica discutió mucho estos temas. Y lo hizo de muchas maneras. A veces con vuelo, a veces de forma insoportablemente ramplona. Nos queda una certeza: la Iglesia como institución debe aprender a resignar poder cuando trabaja en territorio laico.
Historia de la homosexualidad
Para terminar su intervención, Rossi elige leer algunos fragmentos del epílogo de laHistoria de la homosexualidad en la Argentina de Osvaldo Bazán. Publicado por Marea, una de las tantas editoriales pequeñas que lucha por sobrevivir en el mercado del libro argentino y al mismo tiempo no deja de entregar títulos de calidad, esta Historia de la homosexualidad en la Argentina es muy dura contra la Iglesia Católica, pero no por eso se envenena de resentimiento. Muy por el contrario. Sin dramatismo, la parte que lee Rossi lo demuestra: “Y algún día se habrá de saber la verdad tan celosamente guardada, la homosexualidad no es nada. No lo era en un principio y no lo será en el futuro”. La idea del significante vacío no es nueva, pero sigue siendo la mejor forma de describir una práctica que es inherente a la condición de mamíferos superior del hombre. Luego Bazán a través de la voz de Rossi enuncia, con una síntesis admirable, los procedimientos y dispositivos que la incomprensión y la violencia social descargó contra lo que pensaba diferente. El eje represivo pecado-enfermedad-delito queda perfectamente explicado.
Kirchner aplaude
La decisión de Rossi de cerrar con una lectura su intervención, y por lo tanto, la discusión en diputados de la unión civil entre personas de un mismo sexo, resulta así acertada y contundente. La palabra política esta vez recurre a la letra y eso genera provecho, enriquece. La situación tiene sus matices. Osvaldo Bazán escribió y firmó no una, sino varias columnas periodísticas dramáticamente anti-kirchneristas. Muchas de ellas fueron contra tapa del diario Crítica donde es editor. ¿Lo sabe Rossi? Poco importa. El libro se abre paso por su calidad. A la derecha del diputado lector, Néstor Kirchner aplaude. Después, Rossi adelanta su voto positivo, pasa la burocracia y se dan los números. Ahora la ley va para senadores con media sanción y yo hago un pequeño llamado. Desde los arrabales del campo cultural, si cabe, este humilde crítico literario pide: Diputados nacionales lleven libros al congreso. Lleven libros que nos sirvan a todos y léanlos en voz alta como hizo Rossi. Van a comunicar mejor sus ideas. Una de las mejores descripciones de la lectura la dio Ray Bradbury cuando dijo que las cárceles estaban llenas de hombres que nunca habían abierto un libro. Este congreso super-bowl que tenemos ahora, lleno de cámaras de TV debe ser aprovechado. Hoy, en un momento en que parecería que el artefacto de papel va a ser desplazado, al menos en parte, por artefactos electrónicos, desde esta columna les pido: Señores diputados, imiten a Rossi y lleven buenos libros al Congreso. Lo demás será, como siempre, parte de la política coyuntural, pero muchos, y no solamente los que escriben esos libros, se sentirán menos solos.