Lucio V. Mansilla sueña con la cabeza de Mariano Rosas. Un viejo que vive en el exilio, que ahora ha vuelto a su patria, que se despierta sobresaltado por las pesadillas que muestran, una y otra vez, una cabeza arrancada de su cuerpo. Una cabeza como trofeo de la maquinaria que buscó exterminar a los pueblos originarios para fundar un país donde ellos no tuvieran cabida.
El coronel Racedo profanando la tumba del cacique Panguitruz Güor. El niño ranquel que fue secuestrado y tomado como cautivo. El que fue llevado a una estancia propiedad de Juan Manuel de Rosas. El que fue ganándose territorio en la mirada de ese hombre que decidió apadrinarlo y darle su apellido. Panguitruz Güor / Mariano Rosas: los dos nombres de alguien que no será reconocido como héroe "porque en este país los héroes tiene que hablar como españoles y ser blancos". Alguien en quien se cruzan dos mundos, un personaje nodal de "esta patria incierta que, como todo lo humano, tiene por lo menos dos caras".El cacique ranquel que creció entre los blancos y volvió a su pueblo. El que quizás encarna lo que podría haber sido un país diferente. Uno en el que todos tuviéramos cobijo.
Sergio Schmucler se hunde en la Historia para crear un juego de intertextualidad con Una excursión a los indios ranqueles. Lo que allí escribió Lucio V. Mansilla. Lo que calló. Lo que aprendió a ver de otro modo. La ficción se cruza con el relato histórico y abre el campo de lo posible cuando describe a un Mansilla agobiado por la culpa, por el remordimiento, por la vergüenza de un país que exhibe en la vitrina de un museo el cráneo de Pantigruz.
No hay ripio ni obstáculo que detenga esa narración que fluye. Schmucler no cuenta; muestra. Y ese es quizás uno de los mayores logros a los que puede aspirar un libro. Poner ante los lectores escenas que se perciben como si fuéramos testigos directos. El escritor cordobés logra nombrar lo que todavía no ha sucedido o lo que hubiera debido suceder: los tiempos imposibles del deseo y de arrepentimiento.
La cabeza de Mariano Rosas es una novela que se disfruta. Y es, también, un artefacto político. Un dispositivo que revisita la Historia para iluminar el presente. Eso que hoy llamamos "la grieta" ha existido desde siempre. Es importante no olvidarlo. Y es necesario pensar cómo sería nuestro país si no estuviera siempre marcado por los "civilizados" que incansablemente buscan destruir lo que consideran "barbarie".
Schmucler tiene la virtud de mostrar lo terrible sin perder humanidad. Ya lo había hecho en su anterior novela, El guardián de la calle Ámsterdam. Aunque en esta historia nos sumerge en el paisaje del exterminio, su lectura aporta una esperanza. La secreta confianza en que otro mundo es posible.