«La inmensa mayoría de las personas desaparecidas o ejecutadas, cuando digo ejecutadas es con cadáver a la vista, con entrega del cadáver o abandono del cadáver que son por lo menos 768, por que todavía se sigue, cada año hay de tres a cinco denuncias más de desapariciones, porque la gente sobre todo en el interior, no se atreve a denunciar, en su inmensa mayoría no eran guerrilleros, no tenían actividad armada, eran gremialistas, o dirigentes estudiantiles, eran operadores sociales, delegados de sindicatos. O simplemente personas, gente que no tenía ningún tipo de militancia armada»
«Hubo un gran arrasamiento en sectores rurales» que ya habían sido afectados por el cierre de 11 de los 27 Ingenios entre 1966 y 1978. «Eso también creó un caldo de cultivo afín para ver a las organizaciones de izquierda, políticas, verlas con simpatía» que solidarizaban con el campesinado tucumano. A partir del Operativo Independencia en 1975, «el terror se ejerce a la vista de todo el mundo: La manera como llaman en el interior a los desaparecidos en Tucumán es ‘los llevaron’, o ‘los llevados’, porque los llevaron adelante de todo el mundo«.
En Tucumantes, Camps desanda los caminos del terror vivido en la provincia, que permitió «la consolidación de un relato determinado por parte del Ejército en su momento, y además remachado y vuelto a remachar en los años subsiguientes por los medios, fundamentalmente por La Gazeta». «No hay manera de romperlo, es muy difícil poder romperlo» subrayó.
La historia que inspiró a la periodista se relaciona con un militante montonero, al que torturaron en varios centros clandestinos para ‘quebrarlo’ y admitió haber marcado gente. «Después lo obligan a ingresar a la Policía como administrativo, porque él tenía mano para el dibujo» y estaba terminando la carrera de Medicina. Cuando desmantelan el Centro Clandestino de Jefatura, y él empieza a llevarse papeles y los entrega cuando comienzan los juicios.