Ya sabemos: el rock argentino se escribe -en gran parte- en y desde Buenos Aires. Y lo narran -con excepciones poderosas- los hombres cis. Al decir rock argentino hablamos de cultura rock: sus discos, sus revistas y fanzines, sus circuitos, sus lugares, sus festivales, sus programas de radio, sus alianzas con el teatro; es decir, todo lo que ese movimiento irradia. Así lo entiende también Romina Zanellato, pero con una salvedad: esa cultura durante décadas marginó de sus relatos centrales la participación de gran cantidad de mujeres y disidencias, entonces había que repensarla, reescribirla.
En el apasionante recorrido que propone Brilla la luz sobre ellas (Editorial Marea) Romina revisa cinco décadas de acumulación de experiencias individuales y colectivas. Si en los 60 las mujeres estaban excluidas de la escena pero incluidas en los relatos como groupies o musas (por ejemplo, Diana Shepherd como musa inspiradora de Miguel Abuelo en Diana Divaga), en los 70 eso empezó a cambiar. Escribe: “Gabriela, la mujer del guitarrista de Almendra, editó un disco en esa década, Gabriela (1972); Carola, la mujer del tecladista de Pescado Rabioso solo pudo editar Damas Negras (1973); María Rosa Yorio, la mujer de Charly García, por aquel entonces en Sui Géneris, solo pudo grabar en el disco de PorSuiGieco (1975); Mirtha Defilpo, la mujer de Litto Nebbia, editó un único disco solista, Canciones para perdedores (1976); y Mónica Campins, la mujer de Gustavo Santaolalla, cantó en el disco de la banda que él conformó después de Arco Iris, Soluna, que sacó un solo disco, Energía natural (1977). En todos los casos se escucha una fuerte impronta de ellos en el sonido. Parece inevitable llegar a esta conclusión: en los 60 las mujeres fueron las musas, las fanáticas, pero no las artistas; en los 70, en cambio, solo pudieron llegar a serlo o a registrarlo en un álbum aquellas que estaban casadas con músicos”.
Lo que se produce es un pasamanos de experiencias que van forzando de a poco los cambios que generan nuevos contextos de época. Imposible no mencionar la importancia de figuras como Esther Soto o La Negra Poli, ambas precursoras en entender que había que generar el propio marco donde inscribir esas singulares prácticas artísticas. Eludirlas sería quitarle espesor a una construcción siempre zigzagueante.
En los 80 se conquista la democracia y el rock empieza a poner el cuerpo como un modo de sacudirse la tensión de la dictadura. Nombres como las Viudas e Hijas de Roque Enroll (toda una declaración de principios) o Sandra y Celeste empiezan a ampliar el espectro de lo que era posible decir. Celeste Carballo, dirá Romina en conversación con Patologías Culturales, “es una de las músicas más importante de esta historia”. Su participación en el programa Imagen de Radio de Juan Alberto Badía, en 1990, es antológica. Habla sin eufemismos de su lesbianismo e invitar a la sociedad argentina a dejar la pacatería a un lado. Lo dice con mucha convicción y casi en soledad, sin ninguna red que la sostuviera. "Que Celeste Carballo se inmole no le hace bien a ella ni a las demás. Siempre la red y lo colectivo es más seguro para todes y eso fue tomando forma y peso político en los últimos años", reflexiona.
Los 90 serán otro paso adelante. Quizás el primer big bang. En medio de la intemperie neoliberal se construyó un espacio propio que fue más allá de lo musical: se celebró la autonomía y se tejieron las primeras alianzas. A menos recursos económicos, más libertad e independencia del mainstream. María Gabriela Epúmer, María Fernanda Aldana, Rosario Bléfari con Suárez o She Devils - cada cual con sus improntas y particularidades, arando sus propios surcos- todas dejaron una impronta indeleble que años después sería tomada como antorcha por las nuevas olas.
La historia que cuenta Romina Zanellato no está pensada como una isla. El rock es una cultura pero es un campo que a sus luchas intestinas las da mirando el afuera. En consecuencia, escribe en diálogo con los contextos feministas que en cada década fueron expandiendo las condiciones de posibilidad de las músicas mujeres, lesbianas, trans, no binaries o disidentes. Escuchas los discos y lee viejas reseñas. Historiza y contrapuntea con una marcha pañuelo verde. Historiza y pregunta por la maternidad en el arte: ¿cómo es ser madre y música al mismo tiempo?, ¿cómo pensar otro modelo de familia en el rock? Historiza y narra la Ley de Cupo. Historiza y cuenta en primera persona (quizás por púnica vez) el cruce de miradas con María Fernanda Aldana durante el juicio en que su hermano Cristian terminó condenado a 22 años de prisión por Abuso sexual gravemente ultrajante y corrupción de menores. No esquiva el filo de la navaja. Con todos los hilos sueltos que fueron quedando como zonas intocadas en el gran relato de la música rock argentina, Romina se decidió a tejer la otra historia. Una historia, dice el título del libro, pero en realidad son cientos. Tan necesaria como poco visitada. 448 páginas que en esta charla no agotamos ni ahí, pero sirve para sobrevolarla y después ir al libro.