Adolf Eichmann, antes de ser capturado en Buenos Aires y luego juzgado en Israel, trabajaba en Tucumán como hidrólogo de una futura represa en la zona de Aconquija, donde proyectaba establecer allí la base del IV Reich. Esa es una de las etapas de la novela “Querido Eichmann” (Marea Editorial) en la que Marcos Rosenzvaig relata los momentos menos conocidos del criminal nazi en nuestro país. Para ello mezcla novela histórica, investigación, memoria de la Shoa y hasta un policial que incrimina al genocida con una violación. Rosenzvaig es profesor de letras y doctor en filología hispánica. Es ensayista, actor, director, dramaturgo, y entre sus novelas están “Monteagudo”, “Anatomía de una revolución”, “Cabeza de Tigre” y “Naufragio en Bibbona”. Dialogamos con él.
Periodista: ¿Cómo se le ocurrió convertirse en Eichmann para contar su etapa tucumana?
Marcos Rosenzvaig: Hasta ahora había escrito novelas sobre personajes que, si no eran héroes, estaban cerca de serlo: Monteagudo, Marco Avellaneda, el chasqui de la Independencia en “Cabeza de Tigre”; nunca antes me había metido en la piel y la cabeza de un criminal como Eichmann. Fue un desafío, más aun siendo judío. Yo, que soy demasiado temperamental, me introduje en el cerebro de un tipo tan cerebral. Fue como cuando a un actor le dan un personaje. Pero, además, el tema tenía antecedentes, lo que me daba experiencia. Muchos años antes había escrito dos guiones sobre Eichmann, uno de ellos con un primo mío, que nunca se filmaron. Hace unos quince años, cuando dirigía el Teatro Estable de Tucumán, conocí a la actriz Marta Forté que un día nos invitó, a mi mujer y a mí, a Las Estancias, Aconquija. Su abuela había sido la fundadora de Las Estancias, una zona que parecía de García Márquez. A la abuela la traían en baldaquino de Tucumán unos aborígenes. Los padres de Marta Forré hacían cenas sociales con gente destacada del lugar y uno de los invitados había sido Ricardo Klement, el seudónimo que usaba Eichmann, que estaba allí como hidrólogo por la construcción de una represa aliviadora del río Potrero, que finalmente no se hizo. Por el recuerdo de esas cenas confirmé que Eichmann estaba apasionado con los platos voladores.
P.: ¿Lo de Eichmann y los ovnis es algo más que una leyenda urbana?
M.R.: Los nazis tenían predilección por los platos voladores. En Alemania, en plena guerra, la industria aeronáutica llegó a construir una especie de plato volador. Eichmann llegó a declarar que hizo avistajes. Iba a caballo a un lugar donde se decía que se veían ovnis y se quedaba horas esperando entrar en contacto. Yo tomé esto y fui un paso más allá, al tema de ese Cuarto Reich que tendría base en Tucumán. A Eichmann se le ocurrió el delirio de un estadio Roland Garros en Catamarca, las tribunas colmadas de nazis con el brazo en alto saludando a Hitler. Otro tema es el de los túneles. En esa época se construyeron siete por la represa. Hay uno que, dicen, llegaba a La Cocha, donde Eichmann había estado viviendo y que tenía pensado usar para escapar en caso de ser descubierto.
P.: Eichmann tuvo encuentros con ovnis, otros con Mengele y otros con Hitler en la Patagonia.
M.R.: Los encuentros con Mengele en la confitería La Opera están probados. Eso está basado en datos reales. Sobre la presencia de Hitler en Bariloche hay un libro que tiene una investigación muy bien documentada al respecto. Ni Hitler ni Eva Braun se suicidaron y ambos terminaron muriendo en el sur argentino. Yo lo tomo como cierto, y de ahí la idea del proyecto del IV Reich y la limpieza étnica del norte argentino.
P.: Todo eso, junto al recuerdo de la Shoa, de los campos de concentración, y el provocador título “Querido Eichmann”.
M.R.: Desde chicos, Eichmann y su hermana se escribieron cartitas con tinta invisible. Las de la hermana comenzaban con esa frase, que hacia el final de la novela toma un sentido contundente. Pero la novela está encerrada en los instantes finales de la vida de Eichmann, el final real del genocida. Esos dos paréntesis que abren y cierran la historia. Acaso surgen de sentir que la imaginación de un escritor es muy pobre ante eso tan tremendamente inhumano que es un campo de concentración; el exterminio, en principio, deja sin palabras, y luego aparecen las más severas, dramáticas, las más justas frente al horror.
P.: Su relato mezcla géneros, desde la novela histórica a la novela negra.
M.R.: No quisiera adelantar la novela policial. Un dato, apenas: se produce la violación y asesinato de una nena de doce años del que Ricardo Klement resulta acusado, con la casualidad de que existía ya un Ricardo Klement que estaba anotado en documentos en Buenos Aires, acusado de violador serial. ¿Es un pliegue de mala fortuna nominal que une a un criminal con otro criminal y no deja de iluminar otros crímenes?
P.: ¿Qué está escribiendo ahora?
M.R.: Terminé la novela “Cuando calienta el sol”, que cuenta de una nena que desaparece en la Costanera donde su padre está pescando. Transcurre en una playa del sur donde el padre imagina la vida de los veraneantes y hay una nena parecida a su hija perdida, que se encariña con él y lo llama papá. Y estoy trabajando en “Regreso a casa”, basada en una obra mía sobre unos hermanos que llegan del exilio debido a la muerte de su padre.