Se escuchan unos ruidos. Parece una mezcla del centrifugado de un lavarropas, un fax, o una radio intentando sintonizar una señal. Marea. Hay que cerrar los ojos y enfocar con el oído, se separan los sonidos y se recolectan instrumentos entre el ruido. Hay una voz que se mezcla con la melodía de la distorsión. “Y para siempre las hojas morirían”. Un grito como el de la conciencia, aparece estéreo de un oído y después en el otro. Se tapan y se destapan. Una cascada electrónica de gritos, como si fuera la imagen de las cartas al ganar en el solitario del Windows 95. La música suena como una helada en el sur. Una niebla matinal que no deja ver, ni respirar, ni salir. La música venía en Hora de no ver, ese ruido de Morirían es igual al jean congelado que raspa las piernas. En 1994 nada se sentía como ese disco de Suárez.
La banda de Rosario Bléfari, Fabio Suárez, Marcelo Zanelli, Gonzalo Córdoba y Diego Fosser es un emblema del rock alternativo y el pop experimental de los 90. Sus discos fueron paisajes de ruido, invierno de bicicletas y poesías distorsionadas. “Para mí todas mis canciones –las de Suárez y las siguientes– eran hits, siempre lo sentí así”, dice Rosario en su casa de Parque Patricios, mientras toma un té en una vasija azul que le compró a su ceramista favorito de la feria de San Telmo. Su banda, con los años, fue definida como pionera en el indie noise, pero cuando salió su primer disco eran incomprendidxs, su sonido era algo que nunca había sido hecho antes en el país. Muy pocos escucharon hits en esas canciones, que son gemas de culto, diamantes del under.
“Eso se construyó después en la gente. Por lo que me dicen, algunxs lo vivían así, por ahí me cuentan ‘yo iba a verlos’, y no sé qué y no sé cuánto, pero nosotros desde nuestro lugar no lo vivíamos tan así porque siempre había otrxs, otrxs eran lxs protagonistas”. Para Rosario, Suárez siempre fue puesto como al costado de la escena por lxs demás, lxs periodistas o lxs programadores de festivales, aquellxs que aseguraban la difusión de ciertos artistas en los medios. “Al no haber estado en el centro, en el ojo de la tormenta o en el primer plano, no tengo un registro de lo que pasó”, dice sobre el público, que lxs convirtió en héroes del underground porteño de los 90. “Después viene la gente y me dice ‘para mí eran ustedes los que estaban en el centro de mi experiencia en ese momento’. Pero nosotros nunca recibimos la respuesta directa de eso, salvo en las cartas que llegaban a nuestra casilla de correo, en el correo central, un eco que nos sorprendía, escribían de todas partes”. Suárez tocaba y tocaba, parecía que no tenía una repercusión mayor a lo que hacían, pero su público era constante y fiel. A veces, el eco queda, incluso cuando las bandas ya bajaron, ya se fueron, ya se disolvieron, pero la música sigue sonando y llega a nuevos públicos.
El núcleo originario de Suárez era la pareja de Rosario, Fabio Suárez. Sí, la banda lleva el apellido de él, y eso fue positivo al principio porque representó una “hermosa responsabilidad” para el bajista, pero para ella, también fue un peso cuando la banda se disolvió. Rosario, que era una mujer atenta a las experiencias de la vida que aparentan ser simples y cotidianas, y que ella cruza, mezcla y cuestiona con su incansable curiosidad de expresiones artísticas, buscó el nombre de la banda durante meses mientras grababan las primeras canciones en la casa. Se acuerda de aquel momento y lo relata:
Yo le puse Suárez. Andábamos buscando un nombre y yo pensaba algo corto. Ya habíamos dicho mil nombres, pero ninguno nos terminaba de convencer. Y un día pruebo Suárez porque quería algo que sea como una marca de familia o algo así. Me acuerdo que pensaba en unas camisetas, las Suaya. No sé por qué, pero pensaba en eso. Pero igual no nos terminábamos de decidir que ese fuera el nombre de la banda, hasta que un día estaba probando cómo quedaba escrito en varias letras en distintos papeles, que pegué por toda nuestra casa. Quería mirarlo lo suficiente para ver si era o no el nombre. Ese día que todo estaba lleno de carteles que decían Suárez en el taller de San Telmo donde vivíamos, apareció alguien y nos dice que en la puerta estaba un tal Suárez, el papá de Fabio, pero Fabio no veía a su papá hacía veinte años, desde sus dos años, así que pensamos que no podía ser él, que se había confundido. Y bueno, sí, era su papá, que entró a la casa y vio su apellido por todos lados, los carteles que decían Suárez, Suárez, Suárez, Suárez, Suárez, Suárez. Yo pensé en ese momento “listo, es este, este es el nombre, trajo al padre perdido, olvidado, desconocido, lo trajo hoy, justo hoy que probábamos cómo se veía el nombre”, así que bueno, si logró traer a un padre desentendido de su hijo por veinte años, tal vez sea un buen nombre. Y lo fue. Cuando hubo que hacer la tapa de Hora de no ver, con mi amiga Cecilia Biagini descubrimos que las mercerías vendían las letras sueltas para poner el nombre en los abrigos de los escolares y armamos la palabra así, cosidas en la camisa, como si fuera la marca. Y la frase “Hora de no ver” fue hecha con letras que son interrupciones de la luz en la ampliadora. Cecilia hizo las copias y casi a ciegas acomodó las letras en el cuarto oscuro, para que quedaran dentro de la propia copia fotográfica.
Los pensamientos de Rosario se hilvanan así, con una ingenua curiosidad de niña que no sabe nada y una agudeza crítica de señora culta. Salta de cuestión en cuestión. De sus clases de guitarra eléctrica a los quince con Carlos Piegari, uno de los guitarristas de Sui Géneris, a Temas Lentos, su primera banda con Walter Von Foerster, con quien tocaron un par de veces en el Parakultural y en Cemento. “Me encantó, me encantó”, dice sobre la primera vez que se subió al escenario. Ella tocaba la guitarra eléctrica y hacía sus canciones, y él, Wolly, tocaba unos teclados y también componía algunas piezas propias. Estaban entusiasmadxs, iban a ser parte de Catálogo Incierto, un sello fantasma de Daniel Melero, donde se encargaba de grabar, fabricar el cassette y vender cada uno de los ejemplares de lxs artistas que le interesaban. Pero eso no prosperó, nunca pudieron terminarlo por un entredicho con Melero y fue por esa decepción que Temas Lentos se separó. “Me acuerdo que a Wolly le dije que me retiraba de la música, que no podía con eso”, se ríe, aunque fue un momento triste para ambos.
En ese momento, Rosario estaba actuando en la primera obra del Teatro Malo que hacía Vivi Tellas, que se llamaba El esfuerzo del destino. Ahí también actuaba Fabio Suárez, que venía de la Escuela Municipal de Arte Dramático, y es ahí donde se conocieron. “Fabio tenía una banda que se había armado con algunos chicos de la obra, era algo más performático, accionaban teclados, no eran músicos, venían más del ruido y de los sonidos, no de las armonías y los acordes”, dice. La banda se llamaba Abandonando a Juanita, y un día tocaron en Cemento junto a Temas Lentos. Fabio le propuso a Rosario cruzarse y que cada banda tocara uno o dos temas de la otra, y ahí en los ensayos “fue el principio del fin” de sus respectivas bandas. A partir de ahí se empezaron a juntar ellxs dos a tocar las canciones de ella y las de él.
Grabar, básicamente grabar. Siempre estábamos con lo de grabar, que si conseguimos una portaestudio, que podemos usar tal portaestudio, siempre estaba eso ahí de por medio, registrar y registrar, mezclar. Y, bueno, ahí nos enamoramos Fabio y yo y empezamos a estar juntos, nos vamos a vivir juntxs y ahí se produce como un cisma de mi vida porque todxs mis amigxs y todo lo que eran la parte de mi vida anterior, digamos como que yo corté un poco con ese mundo, mis amigxs de la pintura, aunque aparecieron otros como Alejandra Seeber y conservé a mi amiga Cecilia Biagini.
Siempre con la obsesión de grabar las experiencias sonoras, en los ensayos en la casa del guitarrista Gonzalo Córdoba registraron varios temas con la portaestudio Tascam de 8 canales a cassette color gris, y otras en vivo utilizando una cámara de video. De esas grabaciones caseras salió su primer disco, Hora de no ver, que editaron de forma independiente en septiembre de 1994, por el sello de la banda, Feliz Año Nuevo (FAN) discos.
Apenas dos meses después de la salida del primer disco, Suárez empezó a grabar el segundo, Horrible, que salió en mayo de 1995 y se convirtió en el mejor disco de la banda. “Tres factores empujaban su producción: teníamos canciones suficientes para conformar una obra y deseábamos producir un nuevo disco, esta vez con plena conciencia de la unidad de la obra”, escribió Rosario para el libro 10 discos del rock nacional presentados por 10 escritores. Cuando se pusieron a grabar el segundo, ya tenían la mitad de la tirada del primero vendida y habían recuperado su inversión, entonces todo estaba dado para producir el siguiente.
Nos encerramos ese verano en la sala-estudio que tenía el guitarrista de la banda en su casa de la calle Maure, donde también ensayábamos, y formalmente, con sesiones diarias organizadas, grabamos Horrible. [...] Lo hicimos rápido, hay tomas que no repetimos solo por avanzar a gran velocidad. La frase que más recuerdo de esos días de grabación es: “Ya está”.
Como en toda su obra –que es poética, ambiental, performática y actoral–, Rosario lleva su vida y su observación de mujer trabajadora de las emociones a los planos donde esté volcándose. En Horrible, un disco clave para entender cierta sensación de abandono y ahogo que vivía la clase trabajadora argentina mientras la fantasía neoliberal era una fiesta de otrxs, lo melancólico y pesimista de un ambiente opresivo se daba junto a lo positivo y lo esperanzador de la creación hogareña. La casa como refugio, la banda como salvavidas. “Tenía la necesidad de fabricar algo que mantuviera vivo un tesoro privado que yo sentía que se iba a empezar a diluir en cualquier momento”, escribe Rosario sobre la canción Saludos en la nieve. “Cierta añoranza mezclada con celebración de lo vivido en el sur, donde pasé mi infancia, y junto al mar, donde nací, un relevamiento de imágenes y sensaciones en un alfabeto imposible de reemplazar”.
Esa canción, plena de distorsión, con la guitarra de Zanelli “como foca” que grita, o las de Córdoba que llevan la sinuosidad de la melodía, o los toms de Fosser como latidos pesados del corazón, y Suárez haciendo ruidos con una radio procesada, todo sobre un colchón narrativo que era un recuerdo, una sensación de vida en su Bariloche de la infancia, cuando el frío quemaba la nariz y la leña empezaba a crispar, a hacer su primer fuego de la mañana antes de ir a la escuela. El lago, el cielo y los perros estaban como presencias constantes para Rosario, incluso adentro de su casa, y mientras se despertaba escuchaba un programa de radio que transmitía LU8 Bariloche desde la Antártida. En ese libro, ella dijo:
Estaba grabando la voz de Saludos en la nieve con Gonzalo [Córdoba] y tenía que parar y volver a empezar porque se me anudaba la garganta y la voz no me salía con fluidez. La letra, la melodía y cómo se habían ido entramando los planos de las sonoridades me provocaba un torrente emocional que no podía dominar del todo. Nos reíamos un poco con las lágrimas al borde de mis ojos, “pero ¿qué tiene esta canción? ¿será demasiado triste?”, me preguntaba y esperábamos un rato que se calmara mi respiración para arrancar de nuevo con una voz más estable. Esa tarde tuve que aprender a establecer una distancia con las canciones, la distancia del intérprete.
Casi nunca la tocaban en vivo. Sin embargo, fue el segundo video del disco que MTV pasaba durante la trasnoche, ahí donde salían los clips de las bandas alternativas, independientes, que no tenían palanca de discográficas multinacionales. Saludos en la nieve empieza con filmaciones caseras en Bariloche, y Rosario leyendo en un estudio con micrófonos de capuchones de colores. La sombra del avión sobre el bosque, los tractores y la nieve, los gorros de lana y las vueltas carnero sobre la nieve. Es invierno y hay guitarras eléctricas, distorsión. “Buen día y arriba”, y aparece Rosario a sus veinti comiendo una manzana, toda doblada en un sillón, mientras abre un libro, y aparece María Fernanda Aldana despertándose en una cama blanca con su pijama celeste. El logo de MTV en la esquina superior derecha del televisor, las letras que dicen que la directora es Kim Lee, nombre de fantasía para la sociedad artística que hicieron el cineasta y escritor Martín Rejtman con Suárez.
El tercer álbum, Galope, salió en noviembre de 1996, y un año después en España por el sello Bailanta Records, de los directores de la revista Zona de Obras. El último disco de canciones propias lo publicaron el 29 de octubre de 1999 y se llamó Excursiones. Con un estilo más cancionero y pop, tiene varios hits: Río Paraná, por ejemplo, como himno y bandera de Rosario.
Ese mismo año, en 1999, se estrenó la segunda película Rejtman, amigo de la banda, donde actúa Rosario en su icónico papel protagónico, la excéntrica Silvia Prieto. Esa película, que se convirtió en un caso de estudio del llamado “Nuevo cine argentino”, fue una gran exposición para ella. Silvia Prieto es la historia de una mujer que busca a otras personas con su mismo nombre, y que guía su vida por ciertas obsesiones: contar la cantidad de café que sirve, trozar los pollos siempre la misma cantidad de veces, entre otras cosas. Una película con mil detalles que llevó a Rosario a otro lugar, no solo como música, también como una artista de múltiples lenguajes.
La década terminó con Suárez, y dejó un último EP, 29:09:00, editado en 2000, y que contiene versiones de temas de la banda española de pop Le Mans, invitadxs por el sello Indice Virgen.
“Nos mantuvimos en el under porque nunca tuvimos otra oportunidad, y porque fue nuestra decisión. No iba a esperar, ni a someterme a un casting. No quería ser elegida o descartada por otros, y a la vez nunca tuvimos una propuesta, jamás”, recuerda ahora Rosario.
Después de disuelta la banda, Suárez se convirtió en un referente del indie. Volvió a juntarse en 2016 para celebrar sus discos con un show emocionante frente a una multitud entre las columnas de Ciudad Cultural Konex. A pesar de su inactividad durante dos décadas, la influencia de Suárez se percibe esencial en el nuevo indie rock que surgió post 2004 desde la ciudad de La Plata. Rosario Bléfari y su banda tuvo un fuerte apego en la nueva generación, mucho más de lo que pasó con lxs contemporánexs de la banda. Ella se convirtió en una voz madrina para toda una nueva camada de músicxs, veinte años después. Su ruido, su forma de encarar los shows, la artesanía de las canciones, la reminiscencia de los espacios naturales en su distorsión, su forma de trazar redes y vínculos con otrxs artistas serían su huella, el sello de una forma de vivir la música.