Por Natalia Biazzini
Declararon en el juicio por la megacausa ESMA la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Rosa Roisinblit, y su nieto Guillermo Fernando Rodolfo Perez, que recuperó su identidad en 2000. "Ya no espero que mi hija esté viva. Quiero saber qué pasó con ella, por qué se la llevaron, quién la condenó y dónde está", dijo Rosa.
“Soy Mariana Eva Perez, soy hija de desaparecidos y busco a mi hermano”, así empezaba la carta de Mariana Eva Perez Roisinblit a su hermano Rodolfo Fernando. El jueves 27 de abril de 2000 Mariana lo fue a visitar al restorán de comidas rápidas donde trabajaba, en San Miguel. Como no podía atenderla, ella le escribió unas líneas y esperó su respuesta. El joven le dijo que no era él a quien buscaba y le mostró convencido su documento, con otro nombre: Guillermo. Pero cuando terminó de trabajar, esa misma tarde fue a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Un mes y medio después, el ADN dio positivo y confirmó que Guillermo era hermano de Mariana. Su abuela materna, Rosa Roinsiblit, lo había buscado por 21 años, sólo sabía que había nacido en la maternidad clandestina de la ESMA. Hoy Rosa es la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo y junto a su nieto declararon ante el Tribunal Oral Federal N°5 de Comodoro Py. Es por el juicio de ESMA unificada que juzga a 66 represores por delitos de lesa humanidad.
El 6 de octubre de 1978, un comando militar de la Fuerza Aérea Argentina entró a la juguetería de José Manuel Perez Rojo, en Martínez y se lo llevaron secuestrado hasta el domicilio que compartía con Patricia Roisinblit. Ahí la levantaron a ella y a la hija de ambos, Mariana Eva, de 15 meses. José y Patricia eran militantes en la columna oeste de Montoneros. A la beba la dejaron con los abuelos paternos y a ellos los llevaron al Centro Regional de Inteligencia o RIBA, en Morón, que pertenecía a la Fuerza Aérea.
En ese centro clandestino picanearon y golpearon de forma salvaje a José Manuel y nunca más supieron de él. A Patricia la trasladaron a la ESMA para parir. Cuatro sobrevivientes que la acompañaron en el parto le contaron a Rosa que el médico capitán de navío Jorge Magnacco la asistió en el parto, que fue el 15 de noviembre. Y que después de dar a luz, Patricia pidió que le pusieran al bebé en su pecho. Y decidió llamarlo Rodolfo Fernando, en homenaje a dos compañeros caídos, Rodolfo Rey y Luis Fernando Kuhn. Hoy lleva sus tres nombres: Guillermo Fernando Rodolfo.
Rosa llegó al estrado sin ayuda, a pesar de sus 95 años. Con colorete en las mejillas y los labios pintado de color rojo, respondió todas las preguntas al tribunal con una memoria prodigiosa. Sólo pidió que hablaran fuerte porque estaba un poco sorda.
La búsqueda de Guillermo
Cuando Rosa empezó la búsqueda de su hija y de su yerno se acercó a otras mujeres que también buscaban a sus hijos. “A partir de ese momento siempre estuve unida a ese grupo, que no se llamaba como se llama ahora sino que se autodenominaba: ´Abuelas Argentinas con nietitos desaparecidos’. Mucho no me gustaba ese nombre”, dijo Rosa con una sonrisa.
“En ese momento no había ningún texto para aprender cómo se buscaba a un nieto. No sabés si nació o no nació. Uno no sabía si con la tortura el embarazado llegaba a término”.
A pocos metros de Rosa la escuchaban Alan Iud, abogado de Abuelas y Victoria Montenegro, otra nieta recuperada.
“No me quedé de brazos cruzados llorando en mi casa, nos juntamos y salimos a buscar a nuestros hijos y a nuestros nietos. Hay abuelas que todavía no saben si el embarazo de sus hijas llegó a término, con qué nombre está inscripto su nieto, su nieta. Esas abuelas todavía siguen esperando”, dijo Rosa. El público de la sala, el resto de los abogados, las querellas y las defensas estaban conmovidos.
“Yo me siento una privilegiada, pero sigo trabajando. A pesar de haber encontrado a mi nieto hace 14 años, sigo estando en Abuelas de Plaza de Mayo. La estimación nuestra es que se robaron 500 nietos y tenemos encontrados 110. Ya no espero que mi hija esté viva. El Estado fue el que se la llevó y quiero saber qué pasó con ella, por qué se la llevaron, quién la condenó y dónde está. Quisiera encontrar un rasguño en una pared y saber que ahí estuvo mi hija. No hay nada. Nosotras pedimos Justicia, Verdad y Memoria”, agregó Rosa.
"Lo único que pretendo es saber dónde están"
Guillermo no pudo escuchar el testimonio de su abuela porque declaró después. “Cuando me enteré de mi verdadera identidad tuve una etapa muy fuerte de negación. Yo trabajaba en la Fuerza Aérea y tenía miedo de lo que pudiera pasarle a la mujer que me había criado. Con mi apropiador nunca me llevé bien”, relató Guillermo. Sus apropiadores estaban separados desde que tenía cuatro años.
Después del encuentro con Mariana Eva, Guillermo le preguntó a su apropiador por su identidad. Se lo negó tres veces. La cuarta vez le dijo la verdad y Guillermo le respondió: “Buscate un abogado porque te robaste el nieto de la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo”.
El 23 de diciembre de 2003, Guillermo visitó por última vez a su apropiador, que estaba preso en una sede militar de Palermo. “Estaba con muchos privilegios, comía asado casi todos los días y tomaba alcohol. La última vez que lo vi estaba borracho y me recriminó su situación. Me dijo que guardaba balas para mí, para mi hermana y para mis abuelas”.
Cuando Guillermo recuperó su identidad, sus dos abuelas estaban vivas. “Al principio fue difícil, tenía mucha información sobre mis padres. Tuve que construir mi figura paterna y materna por fotos, fotos de ellos jóvenes e inmóviles. Para reconstruirlos apelé a la memoria de compañeros de militancia, de amigos de la infancia y de familiares. Mi mamá era muy inteligente, abanderada. Mi papá también era muy aplicado. Los dos eran hijos únicos, por eso con la desaparición de ellos se diezmaron las familias”, les dijo Guillermo a los jueces.
Cuando terminó su testimonio, el tribunal le preguntó si quería agregar algo. Guillermo dijo que había pensado durante varias semanas qué decir. “No tengo una tumba para llevarle flores o llorarlos. Nunca supe si mi papá me llegó a conocer. Lo único que pretendo es saber dónde están”, dijo con los ojos rojos. Guillermo salió de la sala se abrazó fuerte con su abuela.