Romina Zanellato es neuquina, periodista, comunicadora y docente. Formada en género y sexualidad, amante de la música, siempre le interesó la cruza entre feminismo y rock, hasta que en su cabeza comenzó a delinearse la idea de escribir algo al respecto. El último impulso surgió luego de un ciclo de entrevistas a mujeres rockeras en el cual participó, invitada por el periodista Pablo Schanton. Recuerda: “En un momento, Pablo y Juana Molina hablaban de Gabriela. Yo no sabía quién era. Creí que hablaban de María Gabriela Epumer. Ella me dice: ‘No, Gabriela, la primera mujer en el rock’. ‘¿Cómo no lo voy a saber?’, pensé. Me sentí avergonzada. No podía ser periodista de rock feminista y no saber mi propia genealogía”. Así nació Brilla la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino. 1960-2020 (Marea Editorial). El Planeta Urbano habló con la autora de esta investigación que tuvo siempre un punto de llegada claro: “Quería que terminara con el discurso de Marilina Bertoldi cuando ganó el Premio Gardel de Oro 2019, una síntesis política muy fuerte”.
–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Cuando empecé a escribirlo trabajaba en Ciudad Cultural Konex, era la coordinadora de contenidos online. Me acuerdo de que me levantaba a las 7 de la mañana, le daba de 7 a 9 y, muchas veces, en el horario del almuerzo seguía escribiendo o hacía entrevistas. Antes de dormir, leía o avanzaba en algún aspecto. La escritura del libro me requirió leer mucho. En un momento, renuncié a Konex y en el verano me llevé todo a Neuquén. Ahí estuve un mes escribiendo sin parar. Cuando volví me agarró la pandemia y durante el encierro hice el último tramo.
–Cuando indagás en los comienzos del rock argentino, en los sesenta, encontrás mujeres en el rol de musa o de groupie, ¿cómo lo analizaste?
–No me parece que sean algo negativo. Si tuviera la oportunidad de conocer a los Rolling Stones, sobre todo la Romina un poco más joven, me le tiraba encima a Keith Richards, sin duda. En los sesenta, la liberación sexual explotaba. Hasta ese momento, las mujeres pasaban de ser niñas a casarse y ser adultas. Me interesó retratar ese momento en el que la juventud empezaba a ser un actor político y social importante. No quería hacer un libro que juzgara decisiones personales válidas (en el marco del respeto, la legalidad y el consenso), sino que buscaba retratar eso. Por lo menos en ese momento germinal del rock donde las mujeres aparecieron de esa manera. Señalo, también, que el lugar de ídolo estaba únicamente habilitado para los varones. No había equidad.
–En el texto se destaca el punk en relación con el feminismo en el rock.
–Me encantan las punks, el do it yourself, los fanzines. Desde que conocí a Pat Pietrafesa y a Pilar Arrese (She-Devils) estoy fascinada con ellas. Su amabilidad, su furia, cómo introducen el feminismo en su hacer es maravilloso. Son mis heroínas de carne y hueso. No puedo evitar sentir mucho afecto por esos mensajes artesanales. A las que siguieron, Sugar Tampaxxx, no las había escuchado cuando estaban activas y me da mucha bronca. El libro entero es, en ese sentido, una revancha. Ahí responsabilizo a los medios. Me entero cuando Bob Dylan saca un disco y no sé nada de Sugar Tampaxxx. Eso me enerva. Algo falla. Y son los medios.
–Les dedicás varios pasajes del libro a los medios.
–Muchas músicas me decían que no se sentían postergadas o discriminadas en relación a sus compañeros músicos sino por parte de periodistas y empresarios de la industria que les decían: “No quiero sacarte tu disco porque en el catálogo ya tengo una mina”, o recibían extorsiones sexuales. Eso me fue dando mucha bronca mientras escribía. Todas las historias de memoria feminista terminan igual: en los espacios de poder siempre hay varones, entonces la guita siempre va para los varones, y el lugar para las mujeres en los medios es escaso.
–Contás muchas historias de la década del 80.
–Es una década que da ganas de hacer rewind y poder vivirla. Surgieron muchos proyectos de minas que luego, escribiendo sobre los 90, descubrí que la mayoría quedaron en el camino o fueron expulsados al under. No había espacio para su difusión. Se nota en, por ejemplo, que Detectives (1985) sea el disco más escuchado de Fabi Cantilo porque lo hizo Charly [García].
–Es interesante cómo destacás que, muchas veces, la mujer quedó relegada en el rock al rol de cantante/corista. La voz como único instrumento legítimo.
–No es casual que muchas se hicieron conocidas por haber sido “coristas de”. Las de Fabi [Cantilo] o Hilda [Lizarazu] son historias complejas de postergación. Es interesante lo que me cuenta Claudia Sinesi, de Viuda e Hijas de Roque Enroll: “Estudiábamos todo el día, queríamos ser mejores que ellos. Nadie escribió una puta línea de mi bajo, siempre lo escribí yo. Todos nos decían ‘qué bien que tocan’, pero los medios nunca nos dijeron nada hasta que el Flaco Spinetta nos eligió en una encuesta”.
–Cubrís en profundidad el caso de Cristian Aldana, ¿cómo lo analizás?
–Ese juicio fue un antes y un después en el rock. Zanjó ciertas discusiones en relación con las gravedades o no de esa discusión social con los escraches. Se dio en un contexto de escraches y gran discusión social acerca del vínculo entre fans y músicos (esa relación de poder y deseo). Era una especie de secreto a voces y los delitos eran muy graves. Además no se trataba de un equis: tuvo un rol en la UMI, en la Ley Nacional de la Música, tenía un sello discográfico, Besótico Records, que grabó a muchas mujeres. Es decir, generaba ciertos espacios donde, evidentemente, esos vínculos no eran tan transparentes.
–También pensás el lesbianismo y la heteronormatividad en relación con el rock.
–Como heterosexual cis me fascina la potencia que tienen las lesbianas. Tienen un poder político arrollador. Ahora son las minas las que están produciendo y grabando cada vez más canciones. No es que están cambiando el objeto del deseo hacia el varón sino que hablan de sus compañeras. Es lo más disruptivo que le pasó al rock nacional en muchos años. Estoy ansiosa por ver qué ocurre en el futuro y cómo se cuela en el mainstream. Imaginar, por ejemplo, que vas al chino y suena Lucy Patané hablando de la clavícula de la novia. ¿Qué va a decir el chino cuando escuche eso?