El martes 11 Rosario amanecía con una bandera que amenazaba de muerte a periodistas y advertía que con la mafia no se jode. Paradójicamente, ese mismo día, dos periodistas de la ciudad recibían el Premio Gabo 2022, uno de los reconocimientos más importantes al periodismo iberoamericano, que entrega la Fundación Gabriel García Márquez. Nicolás Maggi, con su podcast “La segunda muerte del Dios Punk” y Ricardo Robins por su crónica “El polizón y el capitán” ganaron las categorías audio y texto respectivamente.
Las producciones ganadoras fueron elegidas entre unos 2.000 trabajos publicados entre julio de 2021 y junio de 2022. De las cinco categorías premiadas internacionalmente, tres fueron para periodistas argentinos y dos de ellas vinieron para Rosario. Ahora los ganadores viajarán el 19 de octubre a Bogotá donde serán galardonados en la décima edición del Festival Gabo, en el que además están previstas una serie de charlas y talleres vinculados a la profesión.
“La segunda muerte del Dios Punk” es un podcast de nueve episodios producido por Erre Podcast (UNR) que narra la historia del suicidio de Javier Messina, un músico callejero de la ciudad que fue escrachado luego de que se viralizara el audio de una joven denunciando una supuesta intoxicación con burundanga, de la que el músico terminó siendo inocente. Fake news, cancelaciones y salud mental conviven en este podcast del género true crime que aborda esta historia reciente de la ciudad.
“El polizón y el capitán” es una crónica sobre dos historias que son narradas en paralelo: por un lado la de Florín Filip, el capitán de un barco comercial que es acusado por la desaparición de cuatro pasajeros que se habían subido a su barco en forma clandestina; y por otro, la de Bernard Joseph, un joven que emigra del mismo modo de Tanzania a Rosario.
En diálogo con Suma Política, Maggi y Robins celebraron la premiación y hablaron sobre los procesos creativos de ambas producciones, las ventajas de los formatos que rompen con la linealidad informativa buscando contar una historia y el lugar que ocupa en los medios este tipo de innovaciones. También se refirieron a la dificultad para mantener la calidad periodística en un contexto donde los tiempos apremian y los recursos son escasos, y sobre el hacer periodismo en una ciudad donde la amenaza a periodistas quedó hasta materializada en una bandera.
— ¿Cómo se preparan para la distinción oficial?
—(Nicolás Maggi:) Muy bien. Viajamos el miércoles 19 y allá tenemos previstas una serie de paneles y talleres para participar. También me invitaron a hablar a la TV pública de Colombia. Por ahora viajo yo, que lo cubre el festival, pero además estamos haciendo algunas tratativas para juntar la plata y que vaya algún miembro más del equipo porque lo vemos como una oportunidad para ir a conocer a gente muy grosa de los medios. En nuestra categoría había producciones de Red O Globo y Folha de Sao Pablo (Brasil), entre otras de España y Portugal. Y la nuestra es una producción independiente, sin financiación de ningún tipo. Así que es una chance de hacer buenas relaciones con gente que tenga otras estructuras financieras y ver si podemos hacer alianzas que potencien nuestra humilde productora.
—(Ricardo Robins:) Me preparo como puedo, ja… La verdad que desde que se anunció el premio fue un torbellino, una locura de mensajes y llamados. Lo poco que me explicaron es que el viernes tenemos la entrega de premios de las cinco categorías. Tengo entendido que va a haber como una maratón de las mejores historias y se cierra con el plato fuerte que es el reconocimiento a la excelencia para Juan Villoro. Y en paralelo empiezan los talleres; yo me anoté en uno que aborda cambio climático y coberturas. Pero va a haber cantidad de charlas y cosas interesantes para presenciar.
—¿Qué te llevó a indagar y profundizar en la historia del Dios Punk? ¿Y cómo surge la posibilidad de contar “El polizón y el capitán”?
—(N.M.) En primer lugar la sensación de que había existido un hecho profundamente injusto que iba a quedar en la oscuridad. La pregunta que aparecía era qué pasó en ese año de vida de Javier desde el escrache hasta su muerte. Y una vez que más o menos tuve algunos indicios, la sensación fue que se había cometido una injusticia muy grande. Una especie de crimen social en el cual no había un responsable particular, pero sí ciertos dispositivos y prácticas que habían sido fundamentales en la decisión de Javier.
Nosotros nunca nos animamos a decir que Javier se mató porque lo escracharon, porque él también tenía un cuadro de salud mental. Con lo cual sería muy osado tratar de afirmarlo. Lo que sí podemos saber es que su vida cambió drásticamente el día que sufrió el escrache y que después eso no solo que nunca se retrotrajo, sino que se agravó.
—(R.R:) El caso lo conocí en 2014 con una nota que publica Hernán Lascano en La Capital, donde cuenta de un capitán rumano que estaba acusado de haber arrojado cuatro polizones al mar. El tipo quedó detenido en Rosario y después de estar un año detenido volvía en un vuelo de repatriación y se murió en el avión. Yo no podía creer que eso sea parte de la realidad, era como una especie de condena bíblica: matarás en el mar para morir en el aire. Y quedé bastante impactado. Me pareció que era un gran hecho para contar con detalles de crónica. Yo en ese momento estaba trabajando para un documental donde teníamos acceso a tribunales y ahí fueron muy generosos: me contaron detalles del caso y enseguida me permitieron acceder al expediente.
Pero cuando quise escribir ese caso, en 2015, si bien el expediente era muy rico, no había ningún dato de las víctimas, de los cuatro polizones arrojados al mar. Entonces me pareció que un texto que buscaba humanizar hechos crueles, no lograba su objetivo. Pasaron varios años hasta que conocí a Bernard Joseph. Él llegó como polizón a Rosario desde Tanzania, y sobrevivió a la experiencia de esconderse en un barco y hace veinte años que está en la ciudad. Cuando le conté lo que estaba haciendo fue muy generoso: hicimos varias entrevistas en profundidad, me abrió las puertas de su casa, conocí a su familia. Creo que al combinar las dos historias, le daba una dimensión humana a lo que había ocurrido. Y ahí sí sentí que tenía la historia un poco más completa y estaba lista para ser contada de alguna manera.
—En la devolución de ambas producciones de alguna manera se destaca el equilibrio. En el caso del Dios Punk la prudencia para no pronunciarse de manera definitiva entre su cuadro clínico y los escraches contra el joven. Y en El Polizón… la combinación del testimonio humano y la documentación judicial. ¿Fue difícil reconstruir esas historias y lograr esos balances?
—(N.M.) Desde un principio tratamos de evitar dar respuestas absolutas sobre todo y solucionarle el malestar a cualquiera que lo esté escuchando. Intentamos esbozar las respuestas, lo que no tenemos es la certeza y por eso buscamos donde pueden llegar a estar.
Yo soy bastante partidario de que no hay que dar todo masticado. Nuestra forma de escribir y de contar está más bien ligada a dejar indicios de lo que a nosotros nos pareció y que después la gente arme su propio rompecabezas mientras lo escucha. Que haya que leer un poco entre líneas, porque si no hay una tendencia muy grande a que venga todo dicho. Y eso achata los temas, los vulgariza, algo que no puede pasar con un asunto tan complicado como este, que involucra salud mental y escraches. Pero también me parece un poco soberbio de parte de un periodista querer dar todo resuelto, hace que envejezcan mal las cosas. Yo estoy seguro de que este podcast no va a envejecer mal porque buscamos hacer lo contrario.
—(R.R.) En mi caso fue muy difícil el proceso interno, no tanto la redacción. La verdad que el corazón del texto, que son los primeros cuatro capítulos que publicamos en Rosario3, los escribí en un par de días. La escritura en sí no me llevó tanto tiempo. Pero sí la maduración, el entender qué estaba haciendo. Cuando uno se pone a investigar tiene una primera conexión, más superficial y lógica, donde entiende que en este caso se está hablando de una violación a los derechos humanos, un acto de racismo, de odio.
Pero cuando empezás a meterte en el tema, a profundizar, entendés que en ese hecho hay una mirada del mundo. Acá estaba muy presente el tema de la eficiencia económica como una especie de dios extremo de este tiempo. Sí, hay un crimen de racismo, pero la motivación de fondo es que mantener dos polizones, avisarle a la empresa, pagarle el vuelo de regreso, y afrontar todos los trámites, era muy caro. En el expediente hablan de 30 mil dólares por polizón. Y la empresa no estaba bien y debía salarios. Entonces hay una motivación económica que deshumaniza todo. Y que ocurrió en ese barco, pero ocurre en muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana.
— ¿Por qué la apuesta por estos formatos? Tanto el podcast como la crónica de no ficción.
—(N.M.) Yo hace doce años que hago radio. A mí siempre me gustó más escribir, pero tengo esa gimnasia de radio. Y esto me permitió hacer las dos cosas, porque empecé escribiendo y después decidí también contarlo. Yo había escrito una nota para La Capital y me había quedado un montón de material afuera, de cierta complejidad para abordar. Pero aparecía también una cuestión práctica: teníamos mucho material sonoro porque Javier era músico, había dejado muchas entrevistas. Y veíamos que había muchas cosas que hablan de la Rosario en la cual transcurre todo esto y que sonoramente se podían representar, que era otra cosa que queríamos hacer: darle lugar a lo local, pero que lo pueda entender alguien que no conoce la ciudad.
—(R.R.) Fue un recorrido bastante personal hasta la parte preliminar. Incluso en algún momento pensé que podía ser una ficción, alguien me dijo probara por ese lado. Pero cuando lo intenté sentí que estaba haciendo trampa. No me gustó. Preferí esperar hasta que las piezas encajaran. Y de repente tenía un texto muy largo para publicar como crónica, pero cuando se lo conté a mis compañeros de Rosario3, les dije que me parecía bueno poder publicarlo en varias partes y apostar al género crónica o no ficción. Algunos dicen que pasó de moda, pero a mí me parece que sigue permitiendo hacer un periodismo de calidad, creativo, y que entiendo que va a ser cada vez más necesario.
—Ambos proyectos tienen un origen personal, una búsqueda que comienza por motu proprio y escapa a los tiempos, las formas, y los recursos del periodismo diario. ¿Hay lugar en los medios para producciones de este tipo?
—(N.M.) En cuanto a lo que es podcast estamos en pañales. Los medios tradicionales no han logrado entender, y espero que esto sirva para eso, de que hay que poner plata en este tipo de plataformas y formas de contar. Que además tienen la particularidad y la ventaja de que con poco se puede hacer un montón. Nosotros hicimos este podcast con cero pesos. Laburamos bastante a destajo durante un montón de tiempo, paralelamente a nuestros trabajos regulares, y el resultado fue que con creatividad suplimos la falta de guita. Esa es una ventaja.
Pero esto no se puede hacer siempre así. Los medios de comunicación tienen que entender que hay que invertir. Un podcast tiene toda una producción, un nivel de laburo sonoro, de edición, de guion. Tenemos ese desafío: convencer a los dueños de los medios en invertir con la visión de que se abren un montón de oportunidades.
—(R.R.) En términos generales tendría que decir que no. No me parece que sea algo frecuente ni la apuesta común, aunque por supuesto que hay excepciones. Lo que sí me parece es que hay periodistas, editores, grupos de trabajo a los que les sigue apasionando esta profesión y que buscan estos espacios, los crean. En este caso, en Rosario3 ya habíamos pensado en darnos tiempo para hacer este tipo de cuestiones. Con lo cual coincidió con una apuesta general del medio y por supuesto de la empresa que lo permitió. Pero me parece a mí que son coordinaciones de grupos de trabajo particulares, no es lo general. En resumen: nadie me pidió a mí que haga una investigación sobre los polizones, sino que fue al revés, lo tenía investigado y cuando avancé lo llevé, con la suerte de que me dieron el tiempo y me acompañaron para poder hacerlo.
—Esto se emparenta con las condiciones laborales en el periodismo, donde la tendencia es la precarización y abarcar varios empleos para poder subsistir. Y eso a su vez quita tiempo para pensar investigaciones o producciones más profundas. ¿Cómo se sostiene la calidad periodística en este contexto? ¿Cómo analizan esa realidad?
—(N.M.) A mí me da la sensación de que en general la tendencia es hacer cada vez más cosas cobrando lo mismo, o menos. También la realidad es que los periodistas jóvenes no estamos teniendo lugar en los medios grandes. Lo digo porque a mí me costó un montón y somos de las últimas camadas, miro alrededor y no veo gente mucho más joven que yo, que tengo 35 años. Hoy veo a mucho de los pibes más chicos haciendo lo que se suele hacer cuando te recibís: estar un par de años colaborando, metiendo reemplazos, sin mucho lugar. A veces se abre un poco la canilla, pero son contadas con los dedos de la mano. Y temo que eso pueda repercutir en perder la visión de todo esto que hablamos, de todo lo nuevo que se puede hacer: me parece que hoy las situaciones de innovación son más arrebatos personales de los periodistas que políticas de las empresas de medios.
—(R.R.) Hace mucho que venimos hablando de precarización y una crisis que es de la industria, no tanto del periodismo como oficio. Todo el tiempo aparecen notas, producciones que están buenísimas, con mucho talento y creatividad. Pero la industria está en crisis hace mucho tiempo. Pienso en el papel, pero no solamente en el papel: las redacciones de cien periodistas que tienen mucho tiempo para investigar un tema no existen más, o en todo caso se van achicando. Eso atenta por supuesto contra la calidad.
—El mismo día en que fueron premiados paradójicamente aparecía colgada una bandera, en un canal de la ciudad, que amenazaba con matar periodistas. ¿Qué análisis hacen sobre hacer periodismo en Rosario?
—(N.M.) Es un contexto de mierda al que uno se acostumbra. Yo particularmente no soy uno de los que está poniendo el cuerpo yendo a cubrir policiales a los barrios, con lo cual tampoco quiero opinar demasiado. Lo que está claro es que esa bandera no era para pedir nada en especial, sino para generar miedo. Pero para generar terror en la sociedad más que en los periodistas, es utilizarnos a nosotros para mostrar el nivel de peligro en el cual nos movemos.
Ahora, la política no está exenta de esto. Hay un nivel de sensibilidad para con la crítica y eso también degrada el periodismo, sobre todo en un contexto donde todos los medios son pauta dependientes. Y eso le hace mal a la democracia y es responsabilidad de los mismos tipos que después dicen que nos tienen que cuidar.
—(R.R.) Es como que se nos corre el arco para peor: la discusión ya ni siquiera es la de tener que tener dos laburos para llegar a fin de mes, sino que ahora tenemos que discutir si nos ponen un patrullero en la puerta para que no nos peguen un tiro cuando entramos a trabajar. Pero esa degradación es pareja para todo el tejido social. Vivimos en comunidad y no se salva nadie de eso, pasa en los barrios todo el tiempo, a los almaceneros, quiosqueros, carniceros… ¿Por qué no nos va a pasar a nosotros?
Cuando se anunciaron los dos premios para Rosario, lo que debería haber sido una celebración en términos periodísticos, quedó un poco empañada porque estábamos atravesados por esta amenaza, con un mensaje que preocupa porque a este tipo de amenazas hay grupos que las cumplen. De todas maneras, en ese contexto, pasa algo interesante: ninguno de los dos premios tuvo que ver con los dos grandes temas en los que está envuelta Rosario, que son la violencia narco y el ecocidio en el humedal. Fuimos por otro lado. Hubo una apuesta que derivó en algo original y eso tuvo su premio.