Es la secuencia de un tipo metódico. Cartas para varios destinatarios, un baño y una afeitada, pijama y ojotas, la simulación de un viaje a La Plata para buscar el momento justo y quedarse solo. Y el más simbólico de todos los gestos: un disparo al corazón. René Gerónimo Favaloro, por entonces 77 años y en pareja con Diana, una joven de 31, tomó todas esas decisiones un 29 de julio del año 2000, hace hoy 22 años.
Dejó algunos sobres con dólares para seres queridos, dejó cartas con una severa crítica al país y su dirigencia, dejó una trayectoria intachable y una Fundación que sigue activa y también esa técnica que salvó millones de vidas en todo el mundo, el by-pass.
La reconstrucción de su vida, desde sus orígenes familiares, su leyenda en un pueblo de La Pampa, y la cronología de su impactante final, está detallada en la biografía que escribió el periodista Pablo Morosi, “Favaloro, el gran operador”.
De familia humilde (su padre era ebanista y su madre costurera), Favaloro hizo la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata a finales de la década del 30 y esa experiencia fue la puerta de entrada a un mundo nuevo. El mundo del conocimiento y de la militancia, un pasaporte al intercambio con otras clases sociales y otros intereses.
En el Colegio obtuvo también su primer trabajo remunerado, como celador. Ese cargo fue oficializado por Alfredo Palacios, histórico dirigente del Partido Socialista, por entonces rector de la Universidad de La Plata.
Luego del Nacional, Favaloro arrancó la carrera de Medicina en 1942 y obtuvo su diploma en julio de 1949. En esos años reforzó su vocación de servicio, su militancia estudiantil y su amor por Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Dejó algunos sobres con dólares para seres queridos, dejó cartas con una severa crítica al país y su dirigencia, dejó una trayectoria intachable y una Fundación que sigue activa y también esa técnica que salvó millones de vidas en todo el mundo, el by-pass.
La reconstrucción de su vida, desde sus orígenes familiares, su leyenda en un pueblo de La Pampa, y la cronología de su impactante final, está detallada en la biografía que escribió el periodista Pablo Morosi, “Favaloro, el gran operador”.
De familia humilde (su padre era ebanista y su madre costurera), Favaloro hizo la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata a finales de la década del 30 y esa experiencia fue la puerta de entrada a un mundo nuevo. El mundo del conocimiento y de la militancia, un pasaporte al intercambio con otras clases sociales y otros intereses.
En el Colegio obtuvo también su primer trabajo remunerado, como celador. Ese cargo fue oficializado por Alfredo Palacios, histórico dirigente del Partido Socialista, por entonces rector de la Universidad de La Plata.
Luego del Nacional, Favaloro arrancó la carrera de Medicina en 1942 y obtuvo su diploma en julio de 1949. En esos años reforzó su vocación de servicio, su militancia estudiantil y su amor por Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Su primera experiencia como médico pudo haber sido en el prestigioso Hospital San Martín de la Plata, pero para acceder al cargo tenía que firmar una adhesión al gobierno peronista. Su destino terminó siendo una humilde sala médica en un pueblito en las afueras de La Plata, en Magdalena.
Fue una especie de primera prueba antes de la experiencia que lo marcó a fuego: médico todoterreno en Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo de La Pampa.
Favaloro tenía 26 años y se quedó hasta los 37 ahí.
El viaje a Estados Unidos y el camino al prestigio mundial
En Cleveland se especializó en cirugías cardíacas, paso previo al desarrollo de la técnica que lo convertiría en un profesional de altísimo prestigio. Como explica Morosi en su libro, "sistematizó el procedimiento para sortear la obstrucción de las arterias coronarias con el injerto de una vena tomada de una de las piernas del propio paciente".
Además de capacitarse, allí empezó a delinear el centro de asistencia que soñaba para la Argentina, algo que se convertiría en la Clínica y Fundación Favaloro.
Esto quedó expuesto en una de las cartas que escribió cuando decidió el suicidio: "Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica".
Era una misión de puro corte sanitarista y asistencial. En otro fragmento destacaba que "En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno".
Eran los años 70, pero allí empieza a trazarse la línea final, un lento pero incesante camino hacia el derrumbe económico y la frustración personal. Una debacle que se tornó inmanejable, una batalla que no pudo sostener y que decidió terminar del modo más drástico posible.
En aquella carta empieza a explicar los motivos de su decisión.
Las cartas que dejó René Favaloro antes de su muerte
"No hay nada que hacer, se pegó un tiro certero", constató el médico Luis María de la Mata, de la Fundación Favaloro, cuando llegó al departamento de Favaloro en Barrio Parque. La autopsia la hizo el prestigioso médico forense Osvaldo Raffo y se determinó que la fecha de muerte fue las 16.45 de ese sábado 29 de julio.
El informe de la autopsia destacaba la precisión del disparo: "Unicamente pudo haber aplicado tal efecto un facultativo especialista en cardiología, alguien que a todas luces sabía que la lesión que iba a causar la bala en el lugar donde se la colocó sería, justamente, el estallido de su corazón".
Allí encontraron tres avisos pegados en el espejo del baño. Uno decía "Avisar a Roberto y Liliana" y aparecían sendos números telefónicos. Otro, más lacónico, apenas decía: "Hasta Siempre". Una tercera dejaba indicaciones sobre qué hacer con su cuerpo.
En la mesa de luz había un libro abierto: "Las venas abiertas de América Latina", de Eduardo Galeano.
Además, había 7 cartas, más otra cuyo título era "Mi testamento".
Para su pareja Diana, la carta era una sentida despedida. En el sobre había además 20 mil dólares:
Diana:
Ha llegado el momento de la gran decisión. Tú no eres culpable de nada. Mis proyectos se han hecho pedazos. No puedo cambiar los principios que siempre me acompañaron. Creo que la Fundación se derrumba. No podría aguantar como testigo lo que construí, con tanta fuerza, ahora su destrucción. Estoy cansado de luchar y luchar. Remando contra la corriente en un país que está corrompido hasta el tuétano. Tú eres testigo de mi sufrimiento diario. Te agradezco todo lo que me has brindado. Particularmente en este último año. Nunca podrás imaginar cuánto te he amado. Nunca tuve nada igual. No se puede comparar con nada semejante de mi pasado. Tú has sido mi grande y verdadero amor. Siempre me he sentido un poco culpable. Nunca debí permitir que nuestro amor llegara tan lejos. Cuarenta y seis años es una gran diferencia. Y no te pude brindar hijos. Rezá un poco por mí. Sé que te recuperarás porque eres fuerte. El tiempo lo arregla todo.
La otra carta que trascendió es más extensa, y parte ya fue citada en esta misma nota. Explica la situación agobiante de la Fundación Favaloro y es elocuente del estado de desesperación en que se encontraba Favaloro.
La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir ‘no hay camas disponibles’. Nuestro juramento médico lo impide.
Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar. La mayoría del tiempo me siento solo.
El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse. Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ‘sistema’. (...) No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada. No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia, en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco.
Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Así fue como sucedió: el 26 de mayo de 2001, casi un año después de su muerte, un grupo de familiares soltó las cenizas de Favaloro en Jacinto Aráuz.