Por Alfredo Serra. Decidido a escribir su magnífico libro Borges, El palabrista, me pidió auxilio:
–En España no hay mucho material. ¿Podrás mandarme algo?
–Sí, capitán.
Me zambullí en el archivo y en mi memoria –ya había entrevistado al viejo inmortal unas cuantas veces–, copié, fotocopié, recorté, y fue hacia Madrid poco menos que un cajón rebosante de Borgesía.
Télex de respuesta:
–Gracias por tu hermandad en este oficio sin hermanos.
Si alguien de esta cofradía es capaz de definirla mejor, que hable ahora… o calle para siempre.