Sucedió este fin de semana. Un fan del Indio Solari, vía Instagram, le escribió a su ídolo luego de que éste subiera una imagen: “Pero escribile algo a los cuadros, Carlos, encima que están flojos”. El cantante se despachó sin piedad: “¿Desde qué calidad artística juzgás mis imágenes y mis visiones? ¿sos alguien del que debo aprender?”. A las pocas horas, otro seguidor pretendió decir lo mismo, pero con un poco más de modales: “Indio querido, podés colocar por favor algún comentario o descripción a lo que subís. Te encanta hacerte el misterioso....y eso me mataaaaaa”.
Los muchachos, de los que no existen registros de que también sean requisados por su capacidad artística cuando mansamente elogian/escuchan/concurren a las propuestas de Solari, desconciertan pidiendo explicaciones a un hombre que, hasta hace apenas un año atrás, había hecho del hermetismo un socio de su obra. Algo que se desató en su fascinante, extenso, revelador, tierno, laborioso, discutible libro de memorias (Recuerdos que mienten un poco), donde el hombre se dedica a contar (entre muchas cosas) los detalles por detrás de cada una de las canciones que grabó con Los Redondos y Los fundamentalistas del aire acondicionado, su banda solista.
Ese Indio literal, adoptando una actitud única a partir de la eventualidad del volumen, eligió, justamente, dejar de hacerse el misterioso, tal como le achacó el fan, en una decisión que evidencia el acto de acercarse a la masa crítica ricotera, a la que también se encarga de defender en las páginas del libro. Especialmente de aquellos que consideran que existe un abismo entre lo que él propone y lo que los desangelados pueden comprender.
Si la autobiografía del pope de nuestro rock juega con el embuste en el título con el que se vende, la recién reeditada de Caetano Veloso siempre enunció lo contrario: Verdad tropical. Entonces, dos décadas atrás, el brasileño había decidido jugar entre el bolero Vereda tropical, su propio tropo. “Mi metáfora monstruosa, la tropicalidad de la verdad de mi vereda”, según aclara en el prólogo escrito especialmente para la edición argentina de un libro publicado originalmente dos décadas atrás.
Editado acá por Marea, continúa tratándose de una obra singular, de un artista único. Veloso se afana en querer explicar, antes que su vida, la evolución sonora de su generación, en relación a la música popular brasileña (MPB), pero también de la arquitectura, la poesía, el cine, las artes plásticas, como un proceso preñado de la misma simiente, nunca escindido en su creación, como demuestra más de medio siglo de una producción excepcional.
El bahiano creyó, ante el primer ofrecimiento de escribirlo, que no acataría la propuesta. “Pero frente a la idea de que algo tan complejo como lo que le sucedió con la canción brasileña pudiese interesarle a extranjeros, me sentí obligado a contribuir con algo que pensara en la inserción de Brasil en el imaginario mundial; lo cual, a su vez, abrió la compuerta del deseo de creación literaria. Me vi tomando notas que me excitaban, pero que solo juzgaba aptas para ser clarificadas y resumidas”, explica en el prólogo, sagazmente titulado Carmen Miranda no sabía bailar samba, como el de un artículo que el propio músico firmara para el New York Times y que disparara el interés de los editores angloparlantes por extender las reflexiones sobre la cultura de Brasil. También, Caetano revela ahora la fuerte depresión que lo visitó luego de la primera edición.
Lo que sigue concentrando Verdad tropical es un encadenamiento de ideas y acciones que demuestran que la música , tal como se consuma en el brillante trabajo práctico que son casi todos sus los discos, puede pensarse, discutirse y compartirse. Y que no hay razones para simular que toda canción proviene de un acto espontáneo y privado, como si comenzarla en el cerebro le quitara corazón, caderas y pies.