Marea Editorial

"Mis padres dieron la vida, yo quiero vivir"

La ardua tarea de ponerle el cuerpo a una historia que no va a cerrar.

Probablemente muchas personas no hayan tenido nunca la oportunidad de hablar mano a mano con una nieta o un nieto que recuperó su identidad. Es lógico, 130 hombres y mujeres no podrían ocuparse de conversar con 45 millones de habitantes. Pero hay que construir los medios para que la mayor cantidad de gente posible acceda a sus testimonios. Por supuesto, siempre que se filma o se escribe hay una edición inevitable; sin esa artesanía no existirían las crónicas o las películas. Pero esa intervención puede ser mínima, para que leer o escuchar las palabras de quien habla sea casi como establecer un contacto de primera mano. Porque la historia de estas personas que crecieron con una identidad y luego debieron enfrentar el proceso de transformarla es la radiografía de hasta dónde pueden llegar los sectores que detentan el poder real en América Latina y que parecieran no tener límites a la hora de acrecentar su capital. Aquí, la historia de Victoria Montenegro, esa bebé con un lunar en la rodilla izquierda que su familia buscaba: “El cuerpo de mi papá, Toti, apareció en las costas de Uruguay el 17 de mayo del ‘76. Y mi apropiador, Herman, murió el 17 de mayo del 2003. En mi infancia mi lugar de juegos, ese que guardo en el recuerdo, era Campo de Mayo, el campo de concentración donde estaban mis padres. Hay mucha perversión en eso, pero no de una sola persona, sino de todo un Estado. La verdad es que vos no podés borrar lo que te atravesó en la vida, pero sí podés elegir qué vas a hacer con eso”.

 

 

 

«¿Qué parte no entendés de que se cayó de la escalera?»

Cuando Victoria Montenegro vivía con sus apropiadores y se llamaba María Sol, atravesó momentos que ilustran a la perfección las prácticas sociales que permitieron la dictadura. Como el día en que su apropiadora, Mari, le dio una paliza tan fuerte que la dejó durante varios días en cama. Al retomar el colegio, la maestra le preguntó insistentemente por esos golpes y moretones que tenía por todo el cuerpo. La respuesta estaba aprendida y ensayada: “Me caí de la escalera”. La docente, no conforme con el relato, acompañó a Sol a la dirección para ver si con las autoridades de la escuela se podía hacer algo más. Esa niña, durante algunos minutos, pensó que algo podría mejorar. Quizá alguien le decía a Mari que ya no le pegue de semejante forma. Pero la respuesta de la directora a la maestra fue inapelable: “¿Qué parte no entendés de que se cayó de la escalera?”

El “no te metás” venía aparejado con la permanente censura. Obturar la posibilidad de acceso a cualquier discurso que avivara el pensamiento.

—¿Cómo fue la vez que cantaste “La Marcha de la Bronca” frente a quien en ese momento era tu papá?

—Mi hermana de crianza tiene 10 años más que yo y una vez se pasó toda la tarde en casa escuchando esa canción. Para mí todas las marchas eran buenas, porque eran militares, y justo esa noche nos fuimos al campito, que era nuestra casa de fin de semana. Yo estaba aburrida durante el viaje, la letra se me había quedado pegada y se me ocurrió cantar. Llegué a decir: “Marcha, 1, …”. Y en el 2, Herman me dio uno de esos cachetazos que te dejan la cara en la nuca. Era un hombre que medía dos metros y pesaba 150 kilos. A mí ni siquiera me salió el llanto. Los años pasaron, él murió en el 2003 y un día, en el 2007, yo estaba limpiando mi casa, escuchando música y de repente me apareció esa canción. La puse, y para que te des una idea, esa primera vez la puse bajito. Me acuerdo de que di unos pasos y hasta como una cuestión de rebeldía, volví y subí el volumen. Estando él ya sin vida me tomó años entender que podía escucharla fuerte y que no me iba a pasar nada.

 

 

 

El oficio del torturador

—¿Cómo fue la vez que Herman se encontró por primera vez con tu novio, hoy tu marido?

—Fue tremendo. Estábamos todos en mi barrio, éramos un grupo, y de repente Herman me vio con él, abrió la puerta y de la nada lo agarró del cuello. Lo metió adentro del edificio y lo puso contra el ascensor, vos pensá que Guti era muy flaquito así que lo levantó como si nada. Yo no paraba de gritar y lo peor de todo es que él no se inmutaba y no lo soltaba. En un momento Guti ya estaba morado, le temblaban las piernas, y de repente Herman lo aflojaba, apenas lo dejaba respirar y otra vez lo seguía ahorcando. Era muy impresionante porque uno se imagina un escándalo, una cosa espamentosa, y nada que ver; yo no me puedo olvidar el movimiento de su dedo: era minucioso, preciso, apenas hacía el mínimo movimiento y Guti ya no daba más. Así lo tuvo un rato, donde lo aflojaba y seguía, yo por supuesto no paraba de suplicarle que lo suelte, hasta que en un momento lo tiró, como si fuese una bolsa de papas, voló y cayó contra una reja. Cuando terminó esa escena, Tetzlaff me dijo: “¿Vos lo querés?” Le dije que sí y me respondió: “Entonces dejalo, porque va a aparecer en el Riachuelo”.

Acá hay que hacer un punto en el relato para que no sea sesgado. Porque entre la golpiza, el cachetazo y la cuasi tortura al novio pareciera que María Sol vivía el peor de los mundos y que no podía experimentar el más mínimo cariño hacia esos seres. No es así. Los amaba. Relata sistemáticamente lo duro que fue para ella aceptar su verdadera identidad sobre todo por el vínculo que tenía con quienes para ella eran sus padres. Hay que tener en cuenta que se trataba de otro tiempo. A sus compañeras de clase también las educaban a los golpes, y no eran apropiadas. En ese entonces una paliza no estaba por fuera de los márgenes de lo que se entendía como amor.

—Solés decir que para vos venían Dios, San Martín y tu papá. ¿Cómo fue el proceso de aceptar quién era ese hombre al que idolatrabas?

—Tardé mucho en asumir mi identidad porque justamente lo que se jugaba era el rol de mi papá, es decir, de mi apropiador, que para mí era un héroe. Desde que yo tengo uso de razón, lo escuchaba hablarles a sus subalternos de sus operativos y en la construcción de lo que para mí había sido como una película, mi papá era el bueno. Entonces, primero tenía que entender que mi papá no era mi papá y, además, que él había participado en el operativo donde secuestraron a mis papás verdaderos, pero a su vez me encontraba con la realidad de que ellos, Toti y Chicha, eran unos chicos. Cuando supe la verdad, yo era una mujer con tres hijos y me encontré con que la que era mi mamá era una nena prácticamente; en su última foto tiene 16 años, que fue antes de entrar en la clandestinidad. Entonces, ¿cómo ordenás todo eso? Además yo era María Sol, me levantaba todos los días y la gente me decía “Sol”, es muy difícil. Y para colmo mis apropiadores eran personas grandes, tenían problemas de salud, mi apropiadora había tenido un ACV y ahí yo había pasado a ser como su mamá: la cuidaba, le daba comer, la bañaba, le jugaba, había que cambiarla, estimularla para que vuelva a hablar, darle los medicamentos. Herman también por su lado tuvo una diabetes muy fuerte, yo he llegado a curarle los pies más de 5 veces por día, con la causa en proceso. Era demasiado para procesar.

 

 

 

Nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres

—Cuando supiste que no eras Sol, intentaste por sobre todo cuidar a quienes te habían criado. ¿Cómo fue?

—Entre los años ‘97 y ‘98 me informaron que no era hija del matrimonio Tetzlaff-Eduartes y eso ni siquiera me importaba, lo único central para mí era que papá no fuera preso. En su momento, él me confirmó lo que el Banco de Datos Genéticos me estaba diciendo. Me dijo: “Yo te quise salvar la vida”, y en ese momento yo se lo agradecí. Que me hubieran criado como María Sol, me humanizaba; yo estaba convencida de eso porque para mí la “subversión” no eran personas, era como una gran mancha, algo sin forma, oscuro y perverso. Entonces entendía que mis apropiadores me habían rescatado, me habían dado valores y entonces gracias a eso yo tenía las herramientas para enfrentar esta nueva embestida de esos enemigos, para protegerme de esa otredad y acompañar a mi familia en este resurgir de la subversión, porque como decía mi papá, la guerra la habíamos ganado en el marco de lo militar pero la habíamos perdido en lo ideológico, por el resabio de estas mujeres, que eran las Madres y las Abuelas.

Hago un paréntesis y le hablo a quien lee este texto. Lo fascinante de la profunda conversión que atravesó Victoria es que ella vivió durante años una vida con la mirada del mundo que tienen sectores con quienes es muy difícil establecer un diálogo franco. Ella guarda en su memoria la postura de quienes jamás nos expondrían sus verdades sin tapujos. Y eso, para la construcción de la democracia, es un diamante. Entender qué piensa ese otro que está en mis antípodas es crucial.

Para expresar las ideas que tenía cuando era María Sol, Victoria evoca una frase que los ejecutores de la dictadura utilizaron y que había sido acuñada originalmente por Nicolás Rodríguez Peña, uno de los hacedores de la Revolución de Mayo e integrante del Segundo Triunvirato. La frase es la siguiente, Victoria la cita de memoria: “Que fuimos crueles, ¡vaya con el cargo! Mientras tanto tienen ustedes la patria que no está en el compromiso de serlo. La salvamos como creíamos que debíamos hacerlo. Hubo otros medios. Nosotros no los tuvimos, ni creímos que por otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Gocen de los resultados. Nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres». Ella explica que esa era su forma de pensar y reflexiona acerca de lo paradójico que es el hecho de que la derecha haya tomado este texto como propio cuando en realidad era todo lo contrario, son líneas gestadas en el marco de la revolución.

 

 

Nosotros te conocemos como Hilda Victoria

—Finalmente conociste a la familia que te estaba buscando.

—Sí, fui y los maltraté muchísimo. Les dije que yo me presentaba a conocerlos solo porque me obligaba la Justicia, puse la condición de que en el encuentro no estuviera “la Carlotto”, avisé que si ella aparecía yo me retiraba. Me presenté como María Sol Tetzlaff Eduartes, hija del señor coronel del Ejército, Herman Tetzlaff, y de María del Carmen Eduartes, diciendo que esperaba que ahora que ya me habían conocido, me dejaran en paz. Estaba muy enojada porque para mí nosotros éramos los buenos. Y además me decía a mí misma: “Estoy casada, tengo tres hijos, tengo una vida, ¿qué viene a hacer esta gente? ¿Qué quieren ahora? Si querían a su familia, ¿por qué no la cuidaron antes?”

De repente, estaba toda esa gente ahí frente a mí y claro, yo soy igual a todas mis tías, entonces empezaba a verme parecida y es muy difícil explicar lo que sentía. Porque una parte de mí me decía: “Concentrate, estás acá para notificarte y que esto le sume puntos a tu papá para reducir la condena”. Pero a su vez veía por ejemplo que una de esas mujeres lloraba, y yo pensaba: “¿Qué hace esta señora llorando? Si somos mi papá y yo los que sufrimos”. Y en eso, uno de mis primos tomó la palabra. Tengo más de 15 primos y habían sorteado a ver quién venía, vinieron dos. Uno de ellos dijo: “Nosotros te conocemos como Hilda Victoria”. Después empezó a nombrar a todos los tíos y en eso pasó algo gracioso. Porque primero presentó a mi tía Irma, y al lado de ella estaba mi tío Segundo, que estaba justamente sentado en segundo lugar. Entonces se generó una confusión porque mi primo lo presentaba por el nombre y el juez no entendía y le preguntaba a ver cómo se llamaba. Bueno, en fin, de repente todos nos reímos, yo también me reí, y enseguida sentí algo como “guarda”, porque necesitaba volver a estar a la defensiva.

Cuando terminó de presentar a todos, mi primo me dice: “Perdón, no puedo dejar de mirarte la boca, porque yo estoy terminando una obra que es el busto de tu papá —él estaba recibiéndose de licenciado en Bellas Artes—. Hasta ahora no he podido terminarla porque tu papá tenía unos labios que no tenía ninguno de sus hermanos”. Y ahí me explicó que yo tenía los labios igual a mi papá y que por eso no podía dejar de mirarme. Entre las risas del tío Segundo y el tema de la escultura, se iba generando toda una situación en la que yo sentía que me tenía que ir de ahí.

—¿Qué vínculo tenés hoy en día con María Sol? ¿Te reconocés en algo de lo que sentías o pensabas en aquel tiempo?

—El proceso de María Sol a Victoria fue convivir con dos personas adentro de mi cabeza todo el tiempo. Y en ese momento yo tenía tres criaturas, porque mis hijos eran chiquitos, una mamá con discapacidad, un papá que necesitaba atención, un matrimonio… No puedo ni describir el caos que era mi cabeza. Me decía a mí misma todo el tiempo: «Ordenate”, y lo primero que me dije fue que yo no me iba a mentir. Que iba a transitar ese desastre siendo muy sincera conmigo misma y con mis posibilidades. Entonces empecé a tratar de que mis dos vidas convivieran con honestidad. Por ejemplo, cenaba con mis tíos y no se lo ocultaba a Herman, le decía que había cenado con ellos. O por ahí al revés, ellos me preguntaban si conocía Córdoba y les decía: “Sí, fui con mi papá cuando era chiquita”, porque yo no podía decir otra cosa, porque esa era mi historia por más duro que fuera para ellos escucharla. Tenía que hacer equilibrio entre esos dos mundos y hoy en día agradezco la paciencia de mi familia paterna porque, por supuesto, a ellos les dolía que yo nombrase como mi papá al que era mi apropiador, pero fue un proceso que tuve que hacer y la única forma que encontré de transitar ese camino de María Sol a Victoria fue compartiendo lo que me pasaba. Tenía que avanzar muy despacio porque sentía que si algo se rompía, la que me rompía era yo. Quizá esta vida no me alcance para terminar de procesarlo y nadie tiene derecho a exigirme algo distinto. Muchas veces las personas que ven estos procesos desde afuera necesitan que la historia les cierre. No, estas historias no cierran y no van a cerrar nunca, básicamente por el nivel de profundidad que tiene la herida. No conozco a nadie que tenga su vida con las historias cerradas, María Sol y yo no somos dos personas distintas, y así como hoy en día yo no odio a nadie, tampoco odiaba cuando era María Sol; solo estaba muy confundida y creía que éramos los buenos. La verdad es lo que me permitió muy de a poquito empezar a ordenar toda esa gran confusión. Yo soy Victoria y puedo decir mi nombre porque sé que soy hija de Toti y de Chicha, pero aun así fue dificilísimo dejar de decirle papá a Herman porque sentía que si yo lo corría a él de ese lugar, todo se desplomaba, todo conmigo adentro, con mi familia. Fue muy complejo y por eso tardé tantos años en decir mi nombre.

 

 

Habitar una identidad desconocida

—Durante años fuiste una persona. Luego pasaste a ser dos. Y ahora lograste ser una otra vez.

—Llegó un momento de quiebre en el que a mí seguir diciéndole papá a mi apropiador empezó a ahogarme. Y hubo un momento, para las fiestas del 2007, en el que me llamó una amiga, que también es hija de desaparecidos, y cuando me preguntó cómo estaba, le dije que andaba medio triste porque extrañaba a mi papá. Y me respondió: “¿A cuál?” Y le dije: «Al único que tengo, a Toti”. Lo dije sin darme cuenta, era la primera vez que yo extrañaba a mi papá. Y a partir de ahí dejé de decirles mamá y papá a Mari y a Herman y empecé a presentarme como Victoria. Pero fue muy difícil porque yo tenía que habitar una identidad que no conocía, que era absolutamente lejana a mí. Siempre me preguntan cómo fue cuando yo aparecí en el 2000, y para mí fue tremendo, era desolador. Me sentía sucia, sentía que mi papá había combatido contra algo que estaba en mi sangre y que ya no me iba a querer más. Él era mi ídolo, yo lo amaba incondicionalmente. Hace poco en una escuela una chica me preguntó: “Si te encontraras con María Sol, ¿qué le dirías?” Le diría que tenga paciencia, que tenga fuerza, que eso va a pasar, que va a salir adelante y que esa oscuridad no va a ser para siempre.

Me acuerdo que cuando nació mi hijo Santi, el más chiquito, yo tenía 23 años, y en un momento le estaba cambiando el pañal, me quedé mirándolo y vi su cordón, por supuesto era algo que yo ya había curado en mis dos hijos anteriores, pero fue como que tomé conciencia. Lo terminé de cambiar, lo puse en la teta y pensé: “Yo tengo ombligo”. ¿Podés creer que fue la primera vez en mi vida que realmente miré mi ombligo? Y entendí que ese ombligo significaba que yo venía de una mujer, de un cuerpo. Te lo cuento para que te des una idea de lo que era para mí lo ideológico, la fuerza que tenía este concepto de que yo no me podía distraer con pavadas porque lo único importante era que pudiera enfocarme en defender a mi familia, es decir, a mis apropiadores. Por eso es tan importante encontrarse con la verdad, porque podés enojarte, llorar, revolear las cosas y volverte a enojar; puede que te choques con un montón de contradicciones, pero lo que pasa a partir de la verdad es que sos vos la que elige, porque hasta ese momento yo no había podido elegir nada.

Victoria Montenegro tiene 46 años y es como si hubiese vivido varias vidas en una. Fue una beba a quien llamaban Hilda, que vivía con Chicha y Toti, su mamá y su papá, en una casita muy humilde de William Morris, Hurlingham. Fue esa misma beba en un brutal operativo, resguardada en un bajomesada, con los oídos sangrando y los ojos sin parpadear. Fue María Sol, nacida el 28 de mayo, con una mamá que había roto bolsa en un desfile militar. Fue Sol, una joven que tenía 3 hijos a quienes se dedicaba a cuidar. Fue esa misma Sol, pero sabiendo que se llamaba Victoria, enojada, muy enojada, y tratando de salvar al asesino de sus papás. Es Victoria o Vicky, legisladora porteña, defensora a ultranza de los derechos humanos, compañera de Guti, abuela de Noah. Seguramente es desde todas esas identidades que construye y fusiona su perspectiva sobre la vida, la política y la militancia.

—Hay para mí un cambio de paradigma. Mis padres dieron la vida, yo quiero vivir. Pienso que para cambiar las cosas hay que estar vivo. El momento de ellos fue ese, era completamente distinto y estoy orgullosa de que hayan puesto el cuerpo y lo hayan dado todo. Pero hoy nos toca otro momento. Existe un sector de la sociedad que piensa totalmente distinto a nosotros y tenemos el desafío de llegar a ellos. Hay mucha gente confundida, pero los monstruos en realidad son muy pocos, los peligrosos. A mí me aterra pensar que la derecha puede volver y que en ese tiempo, que va a tener que ser de resistencia, ese faro que son las Madres y las Abuelas puede no estar. La vivencia y la experiencia de ellas es intransferible, por eso es tan importante pensar en cómo construimos los puentes con las nuevas generaciones, en un escenario tan complejo como el actual, donde los discursos negacionistas volvieron con tanta fuerza y donde el odio tiene representación institucional.

Las Abuelas lo hicieron hace 45 años y lograron abrir una infinidad de caminos, ahora nos toca a nosotros. Y para mí el desafío es el trabajo sostenido, ellas trabajaron todos y cada uno de los días. Hay que trabajar mucho para proteger todo esto. Me importa mucho pensar cómo hacer para llegarle a las nuevas generaciones. Hay chicos y chicas para quienes el 2001 es un tema de historia, imaginate la dictadura. Pero esa historia que parece que quedó en blanco y negro, en nuestro país tiene color, porque hay centenares de desaparecidos que están vivos hoy en día y que tienen hijos más o menos de la edad de ellos.

Alguien se puede preguntar: “¿Cómo que hay desaparecidos vivos?» Esto no se lo pregunté, pero entiendo que se refiere a los más de 300 bebés apropiados que aún no han recuperado su identidad. Hoy son personas de entre 40 y 50 años. Y aunque los podemos ver caminando por la calle, están desaparecidos porque no saben quiénes son. Por eso Victoria siempre dice: “Yo aparecí en el 2000”. Porque para ella enterarse acerca de su verdadera identidad fue aparecer.

—Muchas veces tuve miedo de despertarme y que todo fuera un sueño. Porque me daba miedo, ya siendo Victoria, volver a ser María Sol. Muchas veces. Durante mucho tiempo.

Tranquila, Vicky. No te vas a despertar. Podemos nombrarte Victoria porque sabemos quién sos. Y lo sabemos porque hubo unas mujeres muy corajudas que 45 años atrás se pusieron al hombro la tarea más enorme que se pueda imaginar. Y la llevaron a cabo. Gracias, Abuelas.