¿Qué une a una periodista que en medio de la vorágine laboral que sintió que moría, a un rugbier que no soportaba escuchar su corazón cuando entrenaba, a una profesora de música que no podía salir a la puerta de su casa y a un panelista de televisión que terminó reptando por las calles de Mar del Plata por temor a que la ciudad se le venga encima? Todos sufrieron ataques de pánico.
Con humor certero y un registro que pendula entre la información y la empatía, Prieto se sumerge desde su propia experiencia en el submundo de los trastornos de pánico para luego salir y contar qué vio, encontrarse con otros que también padecieron ese sufrimiento e investigar -recorridas hospitalarias de por medio- este territorio que hoy parece exclusivo de la farándula, pero que cada vez se diagnóstica más. "El pánico no discrimina", dice la autora.
"El ataque de pánico es el fin del mundo que cabe en diez minutos, un cataclismo que se ensaña con el cuerpo y con cualquier vislumbre de sosiego que pudiera haber en el alma. Que lo deja a uno en un estado permanente de miedo al miedo", define Prieto (Mendoza, 1975) en su libro editado por Marea que integra la colección Ficciones reales que dirige Cristian Alarcón.
La idea vino tras una temporada "en el infierno" como precisa Prieto, quien sufrió un ataque de pánico mientras cubría una actividad de la Feria del Libro para un diario.
"Te buscamos en diez minutos", le dijeron sus amigas, "Nada en mi cuerpo puede esperar tanto, en diez minutos, lo sé, voy a estar muerta", pensó ella.
Es que el «panic attack» está asociado a la idea de morir. "Si viviéramos una relación más natural con la muerte, durante un pánico no pensaríamos que nos morimos. Vamos derecho a eso y nos aterra mucho", dice a Télam y agrega: "Una de las maneras de que se vayan los síntomas -palpitaciones, asfixia, temblores, sudor, dolor en el pecho- es convencerte de que no matan".
Alejada de la idea de brindar una fórmula de la felicidad, Prieto investigó los pánicos a lo largo de la historia y desmontó mitos como que es un trastorno "de moda" y que es sólo un padecimiento de ricos.
"Existe el prejuicio de que la psicología es de la clase media alta, no sólo por los precios prohibitivos, sino porque la herramienta es la palabra. Esto es lo mismo que decir que las clases bajas no saben hablar y no se pueden angustiar porque tienen otras urgencias y necesidades. Como si comer y vestir a los hijos no fueran motivos de una angustia tremenda", analiza.
Prieto, que caminó por guardias de hospitales públicos y registró historias de personas de todas las clases sociales, sostiene que "confinar el pánico a un estrato social, además de falaz, contribuye a perpetuar la idea de que la psicología y la psiquiatría son lujos de la medicina y a seguir invisibilizando los problemas de salud mental de los sectores más bajos".
Si bien es una dolencia que recién se concibió como categoría en 1980, la autora viaja en la historia para comprender el pánico como sufrimiento de los humanos, como el dios griego Pan, quien ante su mera presencia, producía el Panikón, un terror súbito, o los aztecas que creían en Tezcatlipoca, el dios de la incertidumbre que obra caprichosamente.
"Los mexicanos habían comprendido, a su pesar, que jamás llegarían a ser dueños de su propio destino, y la fuente de su temor era la angustiosa incertidumbre de la vida. Le pusieron un nombre: Tezcatlipoca", escribe.
Ya, en el Renacimiento, el inglés Robert Burton publica el Anatomía de la Melancolía (1621) donde incluía las afecciones mentales como depresión, ansiedad y desvaríos.
"Hoy se ha categorizado mucho, el pánico puede tener detonantes internos y externos, porque vivimos en sociedades de riesgo, pero lidiamos con la subjetividad que es insondable, ni siquiera uno se termina de entender a sí mismo", dice.
La autora intercala su investigación con historias de vida de gente muy distinta pero con un denominador común "todos sufrieron los síntomas, de un día para otro no se reconocían y se sentían fatal. Es un proceso de sufrimiento y en el momento del pánico somos todos muy parecidos".
Uno de los testimonios del libro es el de Franco que cuenta que sus pánicos fueron un "derecho a rebelarse" frente a una sociedad que exige la sobreadaptación.
"Siento que lo que se entiende por curación es también dejarte adaptado para los aviones, la velocidad, la sociedad, es decir dejarte fresquito y preparado para todo lo que, en rigor, siempre fue, sigue siendo y será el espanto de la civilización", dice el entrevistado.
Es que para la autora, esta es una sociedad "poco comprensiva con el pánico. Vivimos en una sociedad exitista donde no soportamos las debilidades, ni exponer las vulnerabilidades, no nos gusta ser juzgados y nadie quiere estar asociado a la locura. La locura no es copada".
"Es una sociedad muy ansiosa que funciona como una olla a presión y cuando alguien salta quieren que se quede afuera. Hay más panicosos que los que dicen que lo son. Es paradójico: todo el mundo dice que vivimos acelerados, pero cuando alguien representa toda esa aceleración en su cuerpo, ya no lo entienden más. Es ridículo y real", concluye.
En su libro, Prieto no sólo estudia (hay un capítulo dedicado a las terapias actuales) y contempla este trastorno desde lo humano, sino que deja algunos cabos sueltos "o miguitas de pan" para que cada uno encuentre su camino.
Lejos de la autoayuda, la joven periodista plantea una obra que ella misma hubiera querido leer tras su ataque, son páginas llenas de esa empatía que a muchos les fue negada.