Marea Editorial

"El pasadizo secreto", la autobiografía de Elsa Drucaroff

En El pasadizo secreto, Elsa Drucaroff aborda un viaje literario y personal hacia su formación como feminista, como intelectual y militante: mediante recuerdos y una memoria tan atenta al detalle como al fragmento, reconstruye las escenas que van fundando cierto modo de ser mujer. Desde el contacto fundacional con la escritora feminista italiana Luisa Muraro, las relaciones de pareja, el manejo del dinero y hasta la tentación de la prostitución, en esta entrevista Elsa Drucaroff vuelve sobre sus propios pasos de un periplo vital. Por Carlos Aletto

El pasadizo secreto: escenas de una autobiografía feminista es la última obra de Elsa Drucaroff, autora de una gran cantidad de textos críticos y ficcionales. En este libro, emprende un viaje personal y literario hacia la “conciencia” feminista, desde un enfoque que abona la intersección entre la experiencia autobiográfica y la dimensión teórica. El título "El pasadizo secreto" redobla la apuesta semántica e ideológica, en tanto sugiere la existencia de un camino oculto, que la autora decide tomar en algún momento pero para redirigirlo y sacarlo de la oscuridad en situaciones cruciales de su vida. Una de ellas es el encuentro presencial y fundamental con la pensadora feminista italiana Luisa Muraro. Desde sus primeras interrogaciones sobre la condición femenina hasta su encuentro formal con el feminismo en Italia a los 24 años, Drucaroff destaca cómo el impacto de figuras femeninas, en particular la de su madre, han intervenido en su visión del mundo y su obra literaria.

Ella elige un método fragmentario de composición, que desafía los órdenes narrativos convencionales y, así, puede leerse como correlato formal de la complejidad que implica abordar con rigurosidad y en el tono justo las existencias femeninas. Una apuesta que invita a los lectores a preguntarse por problemáticas centrales como la autonomía simbólica y la autoridad femenina.

Drucaroff recuerda cómo se convirtió en feminista en Milán mientras observaba desde afuera la Librería delle Donne, donde trabajaba Muraro, quien ahí mismo la instó a descubrir "el pasadizo secreto que une los dos viajes". Una metáfora que alude a esa zona escondida que cuando se manifiesta sale a la luz como una verdad que, aunque conocida, es difícil de expresar.

La apertura del pasadizo secreto es una experiencia poderosa como la de abrir un cofre y encontrar el tesoro, abrir una puerta y dar con el camino, es decir enfrentarse a nuevas formas de la percepción, personales e intelectuales de estar en el mundo. La autora ejemplifica con una escena propia muy potente y conocida para muchas mujeres: la falta de autonomía simbólica que en cierto momento tuvo frente a su pareja, quien controlaba aspectos cotidianos como el manejo del dinero. Esta situación la llevó a confrontarse con su propia autonomía y a redefinir su dignidad, lo que marcó un punto decisivo en su desarrollo personal y feminista.

¿Por qué decidiste estructurar el libro en escenas o fragmentos? ¿Hay una apuesta feminista en esta forma de organizarlo?
-Tal vez sí. Hay un linaje de obras feministas con escritura relativa o derivativa donde una mujer se va pensando a sí misma mientras repasa sucesos de su propia vida, o de las vidas de otras mujeres, y a partir de eso hace teoría feminista, historiza, organiza argumentos políticos. Libros tan diferentes como Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir, Tres guineas y Un cuarto propio, de Virginia Woolf, el “Stabat Mater” de Julia Kristeva o Teoría King Kong, de Virginie Despentes, muestran estructuras atípicas. Maglia o uncinetto, un clásico de Muraro que acá no se conoce pero que me partió la cabeza a los 30 y me la sigue partiendo, también tiene por momentos esa estructura de ir y venir de la biografía personal a la reflexión, de la exposición más sistemática y abstracta que cruza semiótica, filosofía, psicoanálisis, a la asociación libre. Las formulaciones cartesianas, sostenidas en una forma legítima del encadenamiento lógico, que suelen articular los ensayos, suponen la fantasía de que es posible captar una totalidad. El razonamiento “total”, cerrado con moño, se lleva mejor con la fantasía masculina del uno total, de lo pleno y homogéneo, que con las preguntas femeninas por la autonomía simbólica. Para El pasadizo secreto empecé a escribir “tanteando teclas para ver qué se abría” y sentía que esas escritoras abuelas, madres o hermanas que mencioné, y claro Luisa, me autorizaban a explorar así, en un libro que no se parecía a nada de lo que había escrito. Hubo un momento en que entendí que lo fragmentario y derivativo podía armar no obstante una estructura y que era en definitiva un artificio literario, un procedimiento que también podría manejar fríamente, pero esa parte la dejé para las numerosas correcciones posteriores, donde pulí y reorganicé y sobre todo taché. No es que el libro actual es resultado de un espontaneísmo salvaje, pero sí hay un sentido político y vital en ese armado.

¿Tu contacto con el mundo literario estuvo marcado por el feminismo, incluso quizá sin saberlo?
-Más que por el feminismo, por ser mujer en un mundo patriarcal. Nos pasa a todas, le pasa a una señora coya en La Quiaca, a una mujer talibana y a Kristalina Giorgieva. Mi contacto con el mundo literario estuvo condicionado primero y fundamentalmente porque soy mujer. En los 80, cuando empecé, no era fácil que a una mujer la tomaran en serio como escritora y me costó muchísimo abrirme camino. Tenía más de 40 cuando apareció mi primera novela, La patria de las mujeres, en una colección sin el menor prestigio, una de “literatura para mujeres” que ningún suplemento cultural reseñaba, la crítica académica jamás la leía y se reía de ella. Estoy muy agradecida a la colección Narrativas Históricas de Sudamericana, y a mi maravillosa editora de entonces, Paula Viale. Sin ese agujerito que me abrió el mercado aquella vez, y me lo abrió por ser mujer, nunca hubiera logrado publicar. Juan Forn me confesó que habían descartado sin leerlo un original mío a la basura que había presentado para Biblioteca del Sur. No era nada contra mí, era el modo de hacer orden ante muchos anillados en el escritorio. Es un error tomarlo como algo personal, por ofensivo que sea. Responde a ese micromachismo por el que si hay originales de desconocidos y hay demasiados y hay que elegir, el destino de una obra desconocida puede ser la basura. El machismo no es necesariamente consciente y lo tienen varones y mujeres. A lo mejor a ese original lo descartó una secretaria. Me alegra que hoy haya tanta buena literatura escrita por mujeres y que hayan logrado ser reconocidas tanto por la multitud lectora como por la crítica.

AMOR Y LIBERTAD

Drucaroff comenta que su madre se proclamaba feminista, un acto de valentía en los años 50 y 60. Aunque critica algunos aspectos del feminismo de su madre, le reconoce la transmisión de conciencia política sobre su condición de género y el derecho a cuestionarla. Según la autora, el feminismo es una pulsión de libertad y las diferentes corrientes feministas son exploraciones político-intelectuales de esa pulsión.

A pesar de tener una madre autoproclamada feminista y de practicar un feminismo intuitivo con amigas, solo se identificó plenamente a los 24 años en Italia, durante una etapa de transición personal, cuando conoció a otras mujeres que le presentaron un feminismo masivo. Ya no era una excentricidad de su madre. Estas mujeres la conectaron con verdades nuevas y modos distintos de encarar la vida.

Drucaroff explica que su feminismo está visceral e intelectualmente enraizado en su obra. Sus ficciones no buscan demostrar teorías feministas ni usar un modo didáctico sino que exploran contradicciones, ironías y paradojas. Sus historias surgen de su imaginación libre y de sus personajes, y las palabras están en función de objetivos estéticos y no políticos. Sin embargo, su feminismo, al igual que su clase social y su biografía, son parte constitutiva de su cuerpo y mente, influyendo inevitablemente en sus ficciones. En su producción académica, asume un proyecto intelectual feminista desde el comienzo. Comprometida políticamente, utiliza herramientas teóricas para analizar las variables de género y clase, proponiendo la lectura de la literatura y discursos sociales a través de las categorías de Orden de Géneros y Orden de Clases.

¿Cómo articulás el concepto del amor, en sus formas románticas, posesivas, con el de la libertad desde una perspectiva feminista?

-El amor falo-logocéntrico está intoxicado por la fantasía de la homogeneidad, por algo que descubrió otra gran filósofa feminista, Luce Irigaray, y que llama “terror a la diferencia”. La fantasía es que el amor borra la diferencia y dos distintos se hacen uno, se vuelven totalidad. En la práctica, amar así se vuelve una pesadilla donde cada amante ansía el control y la posesión del objeto amado para que se integre, y sean uno. Pequeño detalle: ese “objeto” es una persona otra. Amar a “nuestra media naranja” sería amarnos a nosotros mismos, no tiene la menor gracia, salvo para el narcisismo. No hablo necesariamente de amor heterosexual, el amor cae en las trampas de la posesión en todos los géneros porque así como ser mujer no nos vuelve feministas, ser gay o trans no nos libra de la mezquindad que nos propone el patriarcado. El amor real es un constante trabajo de construcción que empieza después del enamoramiento y es mucho más interesante y poderoso y es el que puede durar. Lacan lo llamó amor-sin-fin pero salvo decir que tenía que estar más allá de la ley del falo, lo cual está muy bien, lo dejó en una nebulosa mística. En mi experiencia, es un trabajo complejo, gratificante y de por vida, en un vínculo entre dos sujetos activos que trabajan constantemente para renunciar a la fantasía de completud y se eligen desde su diferencia.

Es muy difícil, supongo, sostenerlo en la vida cotidiana.

-Es todo un desafío que da felicidad y también sufrimiento, pero mucho más se sufre si se concibe el amor como el encadenamiento de dos almas y dos cuerpos que se comprometen a ser para siempre un sola cosa homogénea y sin grietas, donde cada integrante de la relación tiene derecho a exigirle a la otra persona que no sienta ni viva nada importante si no es con él (o con ella), que no desee afuera, que no le interese ninguna otra cosa y que si algo de eso pasa, sea prueba de que traicionó el compromiso de que dos serían uno. Nunca me cerró la fidelidad, ni siquiera cuando era adolescente y con 16 tuve mi primer novio, locamente enamorada. El deseo se me declaró en asamblea permanente con él, y conocí y conozco la posesividad y los celos. Pero nunca me convenció que esos sentimientos fueran razonables, aunque no los pudiera manejar. Me preguntaba a mí misma: ¿vos te vas a acostar con un solo hombre en toda tu vida?, ¿el máximo logro de una mujer es llegar a un amor tan pero tan pleno que el mundo entero desaparece?, ¿el cuerpo jamás tendrá la posibilidad de darse a otra persona? La fidelidad sexual como exigencia es sádica y mezquina. La lealtad no, la lealtad es un valor fundante para cualquier vínculo que valga la pena, qué decir para el amor de pareja. Pero exigir a alguien que su rico mundo deseante empiece y termine en mis caderas y prometerle que durante toda mi vida me va a pasar lo mismo con las suyas es automutilarse. Incluso si no tengo ganas de estar con otra persona, lo que por largos momentos me ocurrió con algunos hombres y claro con el Hor, mi pareja desde hace décadas, seguir mi deseo no es lo mismo que hipotecárselo a otro con promesas eternas. Hoy sé que se puede amar a dos personas a la vez y que son amores distintos; como con cada hijo o hija. Me pasó, le pasó al hombre que elegí y sigo eligiendo. Hoy el amor y el deseo siguen siendo una inagotable sorpresa para mí. Decidí escribir esto porque ayuda a la felicidad, a lograr eso tan difícil que es sostener una pareja, aunque soy consciente del riesgo que lleva.

¿De qué manera creés que los feminismos han transformado las nociones de amor y las relaciones sexuales y afectivas?
-Distintas corrientes feministas cuestionaron que los hombres tengan el derecho de apropiarse de las mujeres y controlarlas, que circulen como golosinas para que el tipo que quiere estire la mano y las tome. O cuestionaron que aquel hipócrita “no” de las mujeres que quería decir sí, esa treta de débil que enseña el patriarcado, fuera el único NO que una mujer podía decir, y reivindicaron nuestro derecho irrenunciable al NO y me (nos) ayudaron a escucharlo en nosotras y a hacerlo valer tanto como el “sí”. Y, sobre todo, ciertas corrientes feministas denunciaron, tras la fantasía del amor como encuentro donde dos se vuelven uno, el odio/terror a la diferencia que funda a la cultura patriarcal. Se hicieron investigaciones filosóficas e históricas, como las pioneras de Luce Irigaray. Además todo esto aparece muy trabajado en un hermoso libro de Muraro titulado El Dios de las mujeres.
¿Creés que el patriarcado se cayó con las conquistas y adquisición de derechos o simplemente se ha transformado?
-El patriarcado, que tiene miles de años, no es un gobierno que puede “caer”, es un modo de producción de subjetividades, produce varones, mujeres, gays, lesbianas, trans. Si hubo alguna cultura no signada por la opresión a las mujeres, no han quedado registros fehacientes. La lucha no empezó en 2015 con Ni una menos o la ola verde. Nuestro inconsciente es patriarcal y si para algo las feministas debemos usar a Freud y Lacan es para tomar sus descripciones como la denuncia de hasta dónde los inconscientes humanos están signados por el patriarcado. Sé que lo que la especie humana viene haciendo es horroroso y que el patriarcado es cómplice fundante de todas las injusticias humanas, también la de clase. Como muestro en Otro Logos el capitalismo surgió tomando del patriarcado elementos clave: el fetichismo, el deseo fálico. Y toda la desigualdad de clases está atravesada por la determinación a “tener”, parece que esta obsesión por “tener” y construir gente que “no tiene” se rastrea en algo tan ancestral como absurdo: el “sentido común” que divide la humanidad en hombres que “tienen” y mujeres que “no” porque “les falta”, como si tener una genitalidad que se despliega hacia adentro en lugar de colgar entre las piernas fuera tener vacío y la mujer fuera “castrada”. El capitalismo no es un modo de producción de personas sino de riquezas, tiene cuatro siglos apenas y no es tan difícil de hacer caer. Imaginate hacer caer el patriarcado. “Se va a caer” es una consigna que yo también puedo corear en un arrebato de euforia, pero esa no es la posibilidad política de transformar que puede aportar el feminismo. El patriarcado se tiene que ir cayendo dentro de cada una y entre nosotras, siempre en tiempo presente, porque si lo dejamos suelto es seguro que regrese.

Mencionás que consideraste ser prostituta por una semana. ¿Qué te llevó a esta posibilidad y qué conclusiones sacaste de esa experiencia?
-Cuento en detalle esta experiencia en el libro. Estaba sola y lejos en Italia, necesitaba trabajo, no quería seguir limpiando casas y cuidando bebés. La posibilidad se me presentó de modo encubierto: un tipo me entrevistó para trabajar en una agencia de acompañantes para convenciones empresariales y me dijo que incluía servicios sexuales. Lo escuché, lo evalué y dije que no. Lo importante fue qué cosas escuché, qué cosas evalué y por qué finalmente dije que no. Y sí, cada uno de esos pasos fue una gran experiencia: haber realmente escuchado la propuesta, haberla evaluado con toda la honestidad, profundidad y coraje que fui capaz de tener pese al miedo y la adrenalina, y haberla desechado no por mandatos morales, sino por reconocer finalmente dónde estaba mi deseo. Fue un ejercicio de libertad muy sartreano. Aquella semana repensé toda mi vida hasta ese momento, fue un checkpoint, para usar una metáfora que titula un libro mío de cuentos. Lo esencial no fue que decidí no prostituirme, lo esencial fue que la decisión se volvió un método vital.

En su libro y en sus declaraciones, Drucaroff sugiere a las jóvenes, declaradas o no feministas, que busquen su propia voz y no se dejen encerrar artísticamente por mensajes previos, incluso feministas. Las anima a valorar sus experiencias como mujeres más que por cualquier discurso ajeno, por prestigioso que sea porque el arte se crea buceando pulsionalmente en las contradicciones. Recomienda leer a Virginia Woolf para apreciar la extraordinaria vigencia artística y política de su pensamiento. A las escritoras las alienta a leerse entre ellas, a elegirse como referencias para pensar teoría y política. De este modo es posible armar un linaje de pensadoras, que no significa dejar de leer a los hombres ni renunciar al pensamiento consagrado y a la literatura canónica, mayoritariamente masculina. Pero como ellos ya tienen autoridad, el trabajo hay que hacerlo sobre el pensamiento de las mujeres que aún carga con desautorización. En este sentido, da el ejemplo de Luisa Muraro: aunque ella no se ha conocido en muchos lugares, bastó la voz de Toni Negri para autorizarla. Negri afirmó que, junto con Tronti, es el principal aporte al marxismo del siglo XX que hizo Italia. Drucaroff reflexiona que si es un hombre quien la legitima, el patriarcado sigue prevaleciendo, entonces son las mujeres quienes pueden transformarlo, autorizándose y apoyándose en el pensamiento original de sus maestras. De esas formas, los pasadizos secretos se irán revelando y rebelando, y abriendo espacio para una comunidad desigual, cuyas fortalezas y agencias si bien han estallado en los últimos años cuentan con raíces más profundas, complejas y antiguas. 

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