Piera Oria nació en 1941 en Torino, Italia. A los once años llegó a la Argentina con su madre y su hermano. Sin duda, fue un exilio económico. La familia se radicó en Pilar y Piera hizo su escuela primaria y secundaria. Más tarde, ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y se recibió de geógrafa. Durante varios años trabajó en el Consejo Federal de inversiones y se desempeñó como profesional en la provincia del Chaco. En 1974, enseñó en la Universidad del Nordeste y comenzó a militar en el peronismo de base. Justamente, por su compromiso político revolucionario fue amenazada de muerte por la Triple A. Frente a la posibilidad de correr riesgos de vida resolvió exiliarse por segunda vez. Así, tuvo un breve paso por Brasil, luego por Venezuela y terminó radicándose a lo largo de una década en México. Fue profesora en la Universidad Autónoma de Guerrero y cursó un master en Ciencias Sociales. En 1984, con la apertura democrática regresó a la Argentina, volcándose de lleno a participar en las luchas por los derechos humanos. En 1987, escribió junto con Alicia Moscardi De la casa a la Plaza, Transformaciones en la cotidianeidad en Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el primer libro sobre Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, publicado por Nueva América. Por otra parte, Piera integró la Asociación para los Derechos de las Mujeres y el Desarrollo (AWID), una organización internacional feminista, comprometida con los derechos humanos y la igualdad de género, así como con el desarrollo sustentable. En 1988, junto a su amiga de la vida y compañera de militancia feminista, Carola Caride, fundaron El Taller Permanente de la Mujer. Abordaban temas de anticoncepción, violencia; salud, población, derechos reproductivos, trabajo y cultura. Desarrollaron cursos, seminarios y talleres. Ambas, también editaron unos cuadernillos que se llamaban Prensa Mujer. Tenían suscriptoras y ofrecían el servicio de enviar por correo los artículos recopilados. Era una tarea sumamente artesanal con traducción incluida. El 8 de marzo de 1995, en un local del Paseo La Plaza, nació la Librería de Mujeres y el Centro de Documentación, una de las 62 librerías del mundo especializada en libros y publicaciones escritos “por” y “para” las mujeres. Piera murió en mayo de 2008 y fue velada en la sede de la Librería. Para homenajearla Carola y su grupo lanzaron la Librería de Mujeres Editoras. En ese emprendimiento que había comenzado 26 años atrás, Piera Oria dejó su marca.
Feminismo de El segundo sexo
Nadie que conozca la trayectoria y avatares del feminismo a lo largo de este siglo y lea ahora la Introducción a El segundo sexo de Simone de Beauvoir podría dejar de asombrarse de las afirmaciones de los primeros párrafos que muestran a una Simone que en apariencia dice tantas tonteras, como ella dice que se han recitado durante este último siglo (hasta 1940), que por lo visto no han aclarado en nada lo que ella llama “el problema” que no es más que “la polémica del feminismo que ha hecho correr mucha tinta y que en la actualidad está más o menos terminada”. Dice eso en 1949 cuando se edita El segundo sexo por primera vez. Simone de Beauvoir no se considera feminista. En la Introducción pide que no se reabra la polémica del feminismo, justo cuando se dispone a presentar al mundo una obra que fue considerada uno de los textos fundamentales del feminismo contemporáneo, influyendo de manera tan profunda al punto de poder hablar de un antes y un después de El segundo sexo.
Los análisis de Beauvoir se convierten en el soporte del llamado Primer Feminismo o Feminismo de la Indiferencia, indiferencia entendida como un llamado a anular la diferencia causada por la identidad sexual de los individuos. Se pugna por la igualdad de derechos y condiciones, que parecería llevar en sí misma el concepto de negación. Este derecho a la indiferencia en aras del concepto “la mujer también es un ser humano igual que el hombre” es analizado por Simone desde un ángulo de situación. Todo ser humano se halla siempre singularmente situado. El propio título de la obra expresa el sitio que ocupa la mujer pensada por Simone, así como la citada Dorothy Parker en Modem Woman: The lost sex que expresa tan claramente el pensamiento de la época: “No puedo ser justa con los libros que tratan de la mujer en cuanto mujer. Creo que todos, tanto los hombres como las mujeres debemos ser considerados como seres humanos”.
La situación de la mujer (en el sentido de colocarla en un determinado sitio), en este caso colocarla en el segundo lugar, es el punto de partida para aspirar a la indiferencia. Lo que implica, frente a dos seres diferenciados (sexuados), hombre y mujer, realizar un acto de negación para alcanzar el estatus de ser humano. Hoy, cincuenta años después de la conmoción que produjo la publicación de un libro como El segundo sexo, desde la óptica de las producciones teóricas de estos últimos treinta años podríamos señalar que en esta obra existe como hilo conductor tal vez oculto, lo que Sylviane Agacinski llama una Lógica Androcéntrica o Lógica de la Carencia (un sexo tiene lo que es carencia en el otro; en este caso: feminidad = carencia).
Los análisis teóricos más importantes del segundo feminismo buscan sustituir la lógica de la carencia por una lógica de la diferencia que busca ser fundamentalmente una lógica sin jerarquías. Sylviane Agacinski, en su trabajo filosófico Política de Sexos, llama lógica de lo mixto a esta lógica de la diferencia sin jerarquización. Así, en todo caso, si hay carencias es una carencia doble: cualquiera de los dos sexos está privado de lo que tiene el otro o de lo que el otro es. Quisiera leerles el primer párrafo de la presentación que la editorial Siglo Veinte hizo en 1982 al editar El segundo sexo en español. Tengamos en cuenta que habían transcurrido para entonces treinta y tres años de la primera publicación en Francia. Este párrafo da cuenta de la más absoluta indiferenciación de género al destacar la importancia de la obra o incluso más: colocarla entre dos clásicas obras monumentales escritas por hombres: “Hay ciertas obras que se incorporan a la historia de la cultura humana como verdaderos hitos, pues proclaman verdades tan vivas que es preciso volver constantemente sobre ellas para entender el complejo problema del ser humano en sus relaciones consigo mismo y con la sociedad.
El segundo sexo de Simone de Beauvoir se integra a esa lista de altas conquistas del espíritu y su trascendencia no será inferior a la que tuvo en su momento El origen de las especies de Darwin, o la obra de Freud”. Un poco de historia: las raíces nutrientes Hoy en día hay total consenso, por lo menos en todo Occidente, que al comienzo del siglo XX se produce una toma de conciencia de la condición específica de la mujer que, en 1949, encuentra una voz que se tornará un símbolo y un emblema. Es la de Simone de Beauvoir que explicita con visión global las bases de la sujeción de las mujeres en el orden conyugal, doméstico y profesional y denuncia con una vehemencia que le valdrá virulentos ataques de la mayor parte de los espíritus pensantes masculinos (aunque no faltaron las voces femeninas en este coro).
En El segundo sexo se insiste sobre lo absurdo de las ideas elaboradas y heredadas acerca de la “naturaleza femenina”, pero lo que se expone de manera clarísima es la posibilidad de un paso hacia delante en la vieja oposición igualdad/ identidad. Lo contrario será la alienación que forma parte de su condición de inferioridad, que la priva de la posesión de sí misma e imposibilita de manera tajante toda relación de pareja auténtica. Al tratar de señalar las características fundamentales del feminismo de El segundo sexo aparece la pregunta base y además insoslayable: ¿Cuáles eran y qué caracterizaban a los movimientos feministas y la condición de las mujeres a principio del siglo XX? ¿Cuáles fueron las ideas y las acciones que influyeron en forma directa sobre Simone de Beauvoir y le aportaron la materia prima para esa obra monumental que marcó un antes y un después en la historia del feminismo? A lo largo de la infancia de Simone de Beauvoir, es decir, antes de la Primera Guerra Mundial, el derecho al voto fue obtenido por las mujeres de veintiún países.
Y apenas terminada la guerra, las luchas de las francesas integrantes del Consejo Nacional de las Mujeres Francesas (CNFF) ilustran el carácter del feminismo de la época y sus estrategias: un primer objetivo era prevenir una nueva guerra, para lo cual había que apoyar las iniciativas que buscaban evitar la humillación de los alemanes, vencidos en 1918, ya que las feministas francesas comprendían que serviría como trampolín para una revancha armada en el futuro. Proponían la revisión del Tratado de Versalles. En 1920 –cuando Simone tenía doce años– se preconiza la llamada “huelga de los vientres”, impulsada por la feminista francesa Nelly Roussel y en ese mismo año, bajo una fuerte presión chauvinista el Parlamento Francés vota la ley que prohíbe el control de la natalidad y aumenta la penalización contra el aborto provocado. Estas leyes parlamentarias fueron adoptadas rápidamente por Bélgica, Italia y Alemania. Durante la primera mitad del siglo XX, es decir, durante la juventud de Simone de Beauvoir, hasta La plenitud de la vida, como ella misma titula el segundo libro de su biografía, hubo además de las dos guerras mundiales, dos momentos históricos que conmovieron profundamente los cimientos ideológicos y políticos de toda la sociedad que involucraron de manera vital a las mujeres de distintos países. Por un lado, las conquistas de las mujeres de la flamante Unión Soviética y, por el otro, la resistencia de las mujeres al fascismo.
En 1907 aparece en San Petersburgo un club de doscientas mujeres formado por Alejandra Kollontai que exige la protección de las mujeres trabajadoras contra el trabajo duro e inhumano antes y después de la maternidad. Una vez establecida la Revolución bolchevique, las mujeres se enrolan masivamente en la armada, forman cuadros y luchan contra las guerrillas blancas y forman, en el seno del Partido Comunista, un departamento llamado Genotdel, que moviliza a las mujeres contra el hambre por el sostén del nuevo gobierno en la guerra civil y por los derechos de las mujeres. Pero rápidamente, las conquistas de las mujeres en el nuevo régimen fueron primero boicoteadas y luego suprimidas. En 1929, la Genotdel fue disuelta como preludio de la rehabilitación de la familia tradicional en el nuevo código de la familia de 1930. En 1936 es abolido el aborto legal, así como el derecho de las madres solteras a reclamar la cuota alimentaria al padre. Al mismo tiempo, el divorcio se torna muy engorroso, difícil y costoso y la homosexualidad se considera un verdadero delito.
Andrée Michel sostiene categóricamente: “Los grandes países no habrían logrado jamás poner fin a la ocupación fascista sin la participación de las mujeres”. La misma adquiere en ciertos momentos puntos culminantes de heroísmo. La lucha de las soviéticas por defender su territorio contra la invasión nazi fue ejemplar y conmovió a todos los espíritus sensibles de la época. El sitio de Leningrado que duró 900 días (desde septiembre de 1941 a enero de 1944) vio a las mujeres participar en las tareas más inusitadas: levantar fortines y barricadas, cavar fosas, fabricar alambre de púas, mientras buscaban obtener alimentos para una población de 2 500 000 personas.
La participación de las mujeres en la lucha antifascista En Francia, Simone vivió la experiencia de la Resistencia con la participación activa de mujeres pertenecientes a todas las opiniones políticas y religiosas. Alrededor de 7 000 mujeres francesas fueron deportadas al campo Ravensbrück, de las cuales las tres cuartas partes eran prisioneras políticas. En Italia, durante el período de resistencia al fascismo (1927-1943) se calcula que 70 000 mujeres hicieron parte de los grupos de defensa de la mujer asociadas a los cuerpos de voluntarios de la libertad: 4 653 de ellas fueron fusiladas o cayeron en combate; 2 750 fueron deportadas a Alemania, y, finalmente, 15 fueron condecoradas con la medalla de oro de la Resistencia. Y habría que hacer memoria de los actos heroicos de las mujeres españolas en la lucha contra el franquismo y de las alemanas que desde el seno del nazismo lucharon heroicamente, por ello fueron ahorcadas por los hitlerianos, como Johanna Kirchner y Eva-Maria Buch por nombrar solo a dos de ellas. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los países involucrados ven retornar en masa a sus hogares a los hombres que iniciarán el reciclaje de la condición militar a la civil. Y a las mujeres les resta cumplir con el mandato de “regreso al hogar”.
Simplemente hay que hacerle lugar a los desmovilizados. Así, disminuye drásticamente la mano de obra femenina en la industria metalúrgica, la química y la agricultura. Las trabajadoras se ven obligadas a aceptar salarios inferiores a los de los hombres para poder mantener sus empleos. En Estados Unidos se desató una verdadera campaña pro retorno de las mujeres al hogar y tanto en ese país como en Inglaterra toda la infraestructura que había sido creada para facilitar el trabajo de las mujeres en la fábrica fue rápidamente suprimida: jardines maternales, guarderías, comedores, etc.
En Francia se obligó al poder a reconocer los derechos políticos a las mujeres, pero se mantuvo la legislación napoleónica. Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, filósofos los dos graduados en La Sorbona, son los fundadores de la revista Les Temps Moderns que influyó fuertemente entre los intelectuales del período de la Resistencia y la Posguerra, acontecimientos de los que fueron ellos mismos destacados protagonistas. Bajo el influjo de esas experiencias fuertemente vividas, Simone de Beauvoir, que ya había publicado tres libros: La invitada (1943), La sangre de los otros (1945) y Todos los hombres son mortales (1946), elabora su obra de la madurez: El segundo sexo, que se edita en 1949. A partir de allí, su literatura se caracteriza por el abandono de la ficción para encarar obras de corte autobiográfico. La aparición de El segundo sexo en una sociedad que todavía se está sacudiendo los horrores de la guerra, es como un soplo de esperanza para las mujeres que confían en que, finalmente, conquistarán sus derechos. En esta obra Simone afirma con fuerza su convicción de que no es la naturaleza la que limita los roles femeninos sino un conjunto de prejuicios, costumbres y leyes arcaicas de las que las mujeres fueron siempre más o menos cómplices.
Hace un llamado al sentimiento de dignidad de las mujeres para que se sacudan una subordinación de las que ellas son víctimas, engañadas creyendo encontrar gracias al matrimonio, su confort, realización e integración social. Este fue un llamado existencialista escuchado por las mujeres de todas las clases sociales y tuvo repercusiones que rebasaron rápidamente las fronteras europeas (por ejemplo, su influencia en Estados Unidos y Japón donde primeramente fue traducido). Esta obra se sitúa en la línea de la filosofía personalista que inspiró a las primeras feministas del Consejo Internacional de Mujeres (International Council of Women, ICW) y del Consejo Nacional de Mujeres Francesas (CNFF). Tal como los postulados de las grandes organizaciones internacionales de mujeres, Simone de Beauvoir insistía sobre la necesidad de que las mujeres accedieran a una profesión como primer paso para la obtención de la independencia económica. A partir de allí, las luchas feministas de los movimientos de liberación de las mujeres, tanto franceses como norteamericanos, reconocieron en mayor o menor grado, para bien o para mal, a la obra de Simone de Beauvoir.