Antes de que el jerarca nazi Adolf Eichmann volviera a ser Eichmann, el arquitecto del Holocausto, juzgado en Jerusalén y colgado en la cárcel de Ramla, fue Ricardo Klement, un alemán escapado de la guerra y simple empleado de la Mercedes Benz en Argentina. Entre medio, Klement fue un técnico en construcciones conocido simplemente como “el alemán”, vivió casi dos años en las provincias de Tucumán y Catamarca donde trabajó para una empresa de capitales alemanes, en la construcción de un dique. Esa es la etapa de la que muy poco se sabe de este hombre de contextura pequeña y prominente nariz, uno de los máximos responsables de la “solución final” que terminó con la vida de seis millones de judíos y otras minorías. Ese es el tiempo oscuro que el escritor tucumano, Marcos Rosenzvaig, trata de desentrañar.
Al final de la guerra, Eichmann fue capturado por fuerzas estadounidenses y pasó temporadas en varios campos para oficiales de las SS usando documentos falsificados que lo identificaban como “Otto Eckmann”. Escapó del campo de Cham cuando supo que otros comandantes nazis habían dado su verdadera identidad a los investigadores. Pasó varios meses cambiando permanentemente de pueblos dentro de Alemania hasta que logró llegar a Italia a fines de 1949. Tenía la protección del obispo Alois Hudal, un clérigo austríaco con simpatías nazis. En Génova, otro sacerdote católico, el franciscano Edoardo Dömöter, le entregó documentos que lo habilitaron para obtener un pasaporte humanitario del Comité Internacional de la Cruz Roja y un permiso de entrada como refugiado en Argentina. Llegó a Buenos Aires el 14 de julio en un buque mercante. Se alojó en un hotel para inmigrantes en el barrio porteño de Palermo Viejo y comenzó a trabajar en un taller mecánico. Tres meses más tarde ya estaba a bordo de un tren en viaje a Tucumán.
Lo esperaban para trabajar en el Proyecto Potrero del Clavillo de la empresa Capri, propiedad de otro ex-SS de doble nacionalidad argentino-germana, Horst Alberto Carlos Fuldner Bruene. El empresario ayudó a varios otros nazis a huir hacia la Argentina, como Josef Mengele, Ronald Richter, Eric Priebke, August Siebrecht y Gerhard Bohne. La compañía se dedicaba a la instalación de plantas hidroeléctricas y a la explotación de recursos naturales. Los técnicos que trabajaron en la construcción del dique -que nunca se terminó de concretar- estaba en Aconquija, un idílico pueblo de montaña de cinco mil habitantes a 180 kilómetros de la capital catamarqueña. Está cerca de las ruinas arqueológicas del Pucará y tiene un microclima excepcional.
Allí, a la vera del río Potrero, con vistas a la Cumbre de los Narváez, vivió Klement/Eichmann en una casita de piedra y adobe que aún se conserva. Está al fondo de un predio la estación de Aforo, un centro de medición meteorológico. Fueron dos años en los que, incluso, vivió con su familia que también logró sacar de Alemania. Y esa es la etapa en la que, con las herramientas de la novela histórica, el escritor tucumano Marcos Rosenzvaig se sumerge en la mente, los ojos y la piel del escapado jerarca nazi para escribir “Querido Eichmann”, el libro del que damos este anticipo exclusivo.