En el capítulo “Ensayo final” del libro de editorial Marea, Levy realiza un crítico abordaje de los “límites políticos de la antipolítica”, que reproducimos a continuación:
El neoliberalismo ha construido una cultura de la antipolítica que se consolidó en los noventa y que cree fantasiosamente que el gasto estatal en salarios de funcionarios y legisladores –que le parece inútil– representa algún número relevante en la economía argen- tina, que hay que reducir al máximo para transferir esos recursos a otros lugares. El ciudadano con tradiciones e ideologías definidas o asumidas fue dejando lugar al cliente enojado, que piensa que todos los “políticos son iguales”, que puede virar de estar entusiasmado a insatisfecho, que cree elegir propuestas como elige un pantalón, o simplemente se resigna al producto –candidato– que considera menos malo. Sin duda que la despolitización construida a lo largo de más de una década, entre fines de los ochenta y la explosión de 2001, en donde la actividad política, la participación en sentido amplio volvió a crecer, ha sido y es un sustento funda- mental del voto macrista en todas las escalas sociales. El voto que compró la marca Macri-Vidal-Larreta se constituyó en mayoría en los sectores medios y altos, pero con un importante arraigo en sectores populares también. El problema fue que la misma cultura antipolítica que le permitió al macrismo crecer como una fuerza de personas comunes no provenientes de la política tradicional, preo- cupadas por el bien común, marcó también un límite.
El cliente compra una marca y espera un resultado, al no obtenerlo y no creer en que de esta manera lo obtendrá, sin pasiones ideológicas para llegar al macrismo, también puede elegir otra marca, que le puede gustar menos, pero que cree que le puede garantizar mejores resultados en su vida individual. El reemplazo del ciudadano por el cliente jugó a favor y en contra.
El neoliberalismo radica en transformaciones en la subjetividad, que van desde el espiritualismo oriental mercantilizado a la exacerbación de la meritocracia y la exaltación de todas las formas de flexibilización laboral y autoexplotación que produce el desgranamiento de las sociedades integradoras: el trabajo part time, el home working o teletrabajo, la exaltación en tiempos de crisis de la educación virtual, junto a “tu propio emprendimiento” son también un marketing eficiente de la vida como vida individual.
El neoliberalismo se basa en esa subjetividad y no solamente en el predominio del capital financiero y sus lógicas en la economía mundial. El neoliberalismo se fortalece también en la desintegración de redes de contención que crean subjetividades nuevas y que estallan vínculos con los otros. En ese mar de subjetividades colonizadas por la antipolítica, que desprecia servicios y asistencia, se le agrega la relación cada vez más momentánea con la información y el conocimiento que nos proponen las plataformas virtuales y las redes sociales con sus “historias” que desaparecen a las 24 horas y duran solo segundos. Lo efímero, lo individual, la separación de los otros y la indiferencia por el destino común se convierten en estructuras.
Todo esto constituye un piso de posibilidad para una oferta política que recoja, utilice y se conforme en esa subjetividad, que ponga en un afiche solo un triángulo, símbolo de “play”, sin ningún contenido ni texto, o que construya una estética de la felicidad basada en globos amarillos. Piso de posibilidad, no de perdurabilidad.
Las elecciones de 2019 fueron un baño de humildad para los que creyeron que solo desde la manipulación de estas subjetividades podían gobernar, o que supusieron que estas formas de subjetividad explicaban la conducta de todas las personas o todas las dimensiones de una persona o que todos estaban penetrados por estas cuestiones de la misma manera, justamente en un país donde las pasiones e identidades políticas, lejos de morir, tienen mucho más peso que en otros lugares de América Latina.
La idea de oleadas en vez de ciclos, de las que habló Álvaro García Linera, quizás nos devuelvan una imagen más real de la política argentina contemporánea. Dos bloques que expresan relatos, subjetividades, intereses y alineamientos diferentes y que compiten en forma pareja. La Argentina resolvió su fin de ciclos y comienzo de oleadas de manera tranquila y ordenada. El caos social que impuso Cambiemos se resolvió con una extrema moderación en las urnas, tanto por la tranquilidad de las elecciones como por lo que ocurrió en la base electoral. La fuerza real que representa hoy Juntos por el Cambio no sufrió grandes modificaciones en relación al pre derrumbe de 2018 y 2019. Los votos que les dieron la victoria a los Fernández provinieron fundamentalmente de la suma del núcleo de votos que se referenciaban en Cristina Kirchner, más lo que aportó Sergio Massa y casi todo el peronismo nacional. En menor medida los que solo aspiraban a terminar con la experiencia depredadora de Cambiemos y ex votantes de Macri. No hubo ni grandes rupturas ni grandes desgranamientos, solo acomodamientos. La política, tan intensa, fue la que impuso una resolución moderada de la transición.
Un gobierno que nació hipotecado y encorsetado, como el de Alberto Fernández, y que tiene que trabajar día a día para conservar su mayoría electoral que espera resultados, recibe la crisis del coronavirus. Se diluye toda apuesta al crecimiento económico rápido, estallan planes, proyectos, se postergan otros, el derrumbe económico producido por las medidas necesarias para que no colapse el sistema de salud del país es enorme, sin embargo, el Gobierno puede salir fortalecido mostrando conducción de un problema importado y no generado, demostrando que protege a su población y dando el mensaje de que frente a la pandemia no hay grieta. Alberto Fernández, al convertirse en el dirigente del orden, pero de un orden protector, recupera en imagen y en apoyos todo lo que podría perder por la crisis previa y la heredada por la situación internacional. La construcción de la frase “si el dilema es entre la economía y la vida, elijo la vida”, pronunciada en la víspera del aniversario del último golpe militar, acorrala, en los valores todavía muy fuertes en este país, a los que hoy en el mundo prefieren la productividad y que el coronavirus haga su trabajo entre sectores en su mayoría improductivos y generadores de enormes gastos como los adultos mayores. Juntos por el Cambio podría representar la línea desbocada de Trump o Bolsonaro frente a la pandemia, pero sabe que la sociedad argentina no es la de Brasil ni la de los Estados Unidos, y eso los condenaría al basurero de la historia. No pueden hacerlo. Solo pueden marcar ineficiencias o volver sobre el latiguillo de los noventa: reducir el “gasto político”. Muy poco.
La revalorización del papel del Estado en la coyuntura de la pandemia, el ridículo en el que quedan las posiciones más neoliberales y antiestatistas, el consenso que generan todas las medidas del manual keynesiano que se toman desde el comienzo de la crisis, terminan siendo un espaldarazo a lo que el Frente de Todos intenta representar. Así como Carlos Menem tuvo en la situación internacional del fin de la Guerra Fría un impulso para las reformas neoliberales y para la conversión del peronismo en su ejecutor, la crisis del coronavirus tiene una dimensión parecida a aquella. Lo que debilita en lo económico fortalece posiciones y arrincona a los cultores de la iniciativa privada en un contexto donde solo lo colectivo, el Estado y la responsabilidad colectiva pareciera salvarnos de la pandemia a menos de seis meses de asumir el Gobierno.
Esto lo comparten desde el progresismo, y todo el peronismo que aplaude las medidas keynesianas frente a la crisis y pide inclusive más, como los que aplauden el control policial en las calles. El apoyo de un arco amplio le granjeó el Gobierno una fortaleza inesperada, cuando le quedaban pocas semanas para resolver si podía y en qué términos renegociar el grueso de la deuda. La cuarentena obligatoria debe ser una de las medidas tomadas por un gobierno con mayores niveles de consenso en la historia. El coronavirus y las respuestas acertadas, aun con todas las improvisaciones inevitables, lo hicieron posible.
La conferencia de prensa del 15 de marzo de Alberto Fernández, secundado por el jefe del gobierno de la ciudad de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof, es una foto imposible de pensarse tanto con Macri como con Cristina Fernández, y le otorga una enorme autoridad política al presidente: autoridad, templanza y unidad, más compromiso y decisión para afrontar una crisis que neutraliza grietas por un tiempo, es una imagen que produce una enorme adhesión que desborda el 48% obtenido en la elección de octubre. Imágenes más exitosas que toda la ingeniería del marketing ideado por Jaime Durán Barba. Una vez terminada la peste, el camino de arenas movedizas podrá venir con más fuerza que antes, con un piso mucho más bajo en términos económicos y más alto en términos políticos. Será la hora de tomar o no otras decisiones más complejas y audaces frente a una recesión que sin el coronavirus venía siendo muy difícil de superar. Los meses de la pandemia son tiempos de fortalecimiento del capital político, pero también de profundización de la debilidad de la economía argentina que no se repara solo inyectando más dinero al consumo. La lección de la necesidad de más y mejor Estado es un capital político extra que provee la inesperada crisis y que dificulta el lugar de Juntos por el Cambio en la escena política. El dilema de Cambiemos, de que la posibilidad de su fracaso esté adentro y no afuera, se repite ahora de distinto modo. La posibilidad de fracaso o el éxito del Gobierno del Frente de Todos no está afuera –en el resurgimiento de Juntos por el Cambio con capacidad de ganar elecciones nacionales–, sino dentro. En este caso, cómo sostener la viabilidad política del relato que venció a la revolución de la alegría generando crecimiento, consumo, inversión e inclusión en un contexto internacional desfavorable, con una enorme carga de deuda y lidiando con el mismo empresariado que no ha mostrado mucho compromiso con el desarrollo del país.
El bloque de Juntos por el Cambio volvió a su minoría intensa y sabe que ya no habrá globos ni revolución de la alegría, ni denuncias de corrupción contra funcionarios del anterior Gobierno de Cristina Fernández que generen una nueva mayoría. Junto con la necesidad de cambiar personificaciones, estrategias y discursos, necesitan del fracaso económico del Gobierno de Alberto Fernández para evitar que la ola “fernandista” se convierta en ciclo y que su triunfo en las presidenciales de 2015 quede en el estante de las excepciones.