Si cada era de nuestra historia se puede caracterizar por un dispositivo tecnológico, la de la posverdad está determinada por las posibilidades que brindan internet y las redes sociales. Y si a cada era se la puede definir por un conflicto social, por efecto de lo anterior, la de la posverdad revela un nuevo modo de empoderamiento de los buenos en su eterna lucha contra los malos. Esa es la conclusión hacia la que busca conducirnos Pasen música. El caso Santiago Maldonado en la era de la posverdad (editorial Marea), de Diego Rojas y Mariana Romano, que se presentará en la Feria del Libro. Para los autores, la posverdad, entendida como “el fenómeno por el cual los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que la emoción y las creencias personales”, en realidad “existió siempre” por obra y gracia de los medios de comunicación, que construyen el acontecimiento noticiable de acuerdo con sus propios parámetros e intereses. La única novedad de nuestro tiempo está en internet y las redes sociales, que le permiten al individuo comunicar su percepción de un hecho más allá de lo que intenten transmitir los medios. En ese sentido, el caso Maldonado les sirve para contraponer al discurso vacilante de los medios hegemónicos -que no habrían hecho otra cosa que intoxicar a la sociedad con “noticias falsas”, guionados por el Ministerio de Seguridad- la notable y plausible comprensión social del hecho que se vivenció en las redes sociales, donde miles de ciudadanos usaron sus teléfonos para interpelar al poder hasta provocarle “una crisis política”. Así las cosas, de principio a fin, la desaparición de Maldonado es “responsabilidad de Gendarmería Nacional”, de modo que es una nueva “víctima del accionar de un tercero: las fuerzas represivas del Estado”. Esto es lo que supieron desde el primer día los “usuarios genuinos” de las redes, que se animaron a enfrentar -apenas armados con sus celulares y su creatividad- nada menos que al gobierno de Macri, al Poder Judicial que él manipula a su antojo y al sistema de medios que lo asiste en el control de la opinión pública “con el objetivo de restituir en posiciones de poder a las Fuerzas Armadas para su intervención en tareas de represión interna”. Si bien Rojas y Romano reconocen que las redes favorecen la retroalimentación de los respectivos campos de opinión, o sea que nadie buscaría con su intervención convencer al que piensa diferente, sino alimentar la certidumbre del que piensa como uno, diferencian dos actitudes o comportamientos claramente opuestos. De un lado, los “usuarios genuinos”, que expresaron “el lado más democrático y genuino de las redes sociales” al levantar como consigna “auténtica” la pregunta “¿dónde está Santiago Maldonado?”. Del otro, las “cibertropas macristas”, que organizaron regular y eficientemente campañas a las que definen como “una auténtica conspiración con el único objetivo del encubrimiento”. En consecuencia, la interpretación del trágico final no sorprende: con la hipótesis por ahogamiento, el poder recurrió al discurso científico para que un grupo de forenses resolviera la causa. A su favor, claro.