Por Mica Risiglione. Fotos Gisele Velázquez
El sol en Castelar abrazaba con calidez de madre aquella mañana. Como si hubiera decidido ponerse a tono para la ocasión. El psicólogo y escritor Pablo Melicchio abrió las puertas de su casa con una sonrisa. En su estudio: un diván, dos bibliotecas llenas de libros a rabiar, fotos familiares y varias junto a Nora Cortiñas. Norita. Ella que, con 89 años, aún busca a Gustavo, su hijo mayor desaparecido en abril de 1977 por la dictadura más oscura y sangrienta que haya atravesado nuestra historia; ella, la cofundadora de Madres de Plaza de Mayo y Madre de todas las luchas. Desde entonces marcha junto a los más vulnerables. Siempre del lado del bien, de El lado Norita de la vida, que es también el nombre del libro que escribió Melicchio y fue publicado este año por Editorial Marea. “El lado Norita de la vida es el más impersonal de mis libros. Si bien soy el escritor, es la voz viva de ella. Es mi pregunta y su respuesta. Aparezco en las observaciones, en los diálogos, en el relato del momento. Tenía que narrar, para que la gente entendiera, cuándo Norita se tiraba para atrás, cómo cerraba los ojos y se metía en su mundo interior. No podía, como escritor y psicoanalista, omitir el esfuerzo de una mujer de casi 90 años que entra en su universo a rescatar recuerdos. Es mucha la historia y la memoria que le cabe a ese cuerpo tan chiquito”, explicó.
Tenaz, insistente, el escritor aseguró entre risas y mientras se dirigía a su estudio que, en un principio, Norita se negó varias veces a ser la protagonista del libro hasta que, finalmente, logró convencerla. Con la publicación de Las voces de abajo en 2013, Melicchio se acercó a la dictadura desde la óptica de un chico con capacidades diferentes que tenía el don de escuchar la voz de los desaparecidos y fue, también, el libro que lo acercó a Norita: “Es algo que me movilizó desde chico. En el secundario fui delegado de mi curso e integraba el centro de estudiantes. Siempre me inquietaron las cuestiones políticas y sociales”. Una vez en el consultorio, el mate lo aguardaba sobre la mesa ratona. Un mate, como esos que compartió con Norita a lo largo de diez encuentros. Ella no quiso una biografía, quiso dejar un legado y por eso encomendó al autor: “Quiero que puedas recrear el proceso psicológico de querer destruir una familia”. Y uno podría pensar que el pedido pesaría sobre los hombros de Melicchio con la misma densidad de las palabras que eligió Norita, pero no fue así: “No tengo otra forma de escribir que no sea desde mi formación de psicoanalista. Me pidió lo que yo quería, lo que puedo hacer”. Según la protagonista, es un libro hecho con amor y respeto y, página tras página, uno puede confirmarlo. Al respecto, Melicchio agregó: “Nos conteníamos mutuamente. Quizás, a veces, la gente no le pregunta sobre su historia. La convocan para marchas o le preguntan por problemáticas actuales. La tarea del libro fue el ejercicio del cuidado y la memoria, que es lo único que nos va a permitir no volver a cometer los mismos errores, una y otra vez ”.
En su libro, el escritor describió el recorrido que hizo Norita, a través del cual pasó de ser una ama de casa más para convertirse en la guerrera incansable de hoy. “Antes era una mujer como tantas de su época, víctima del patriarcado, con un marido que no quería que saliera de su casa y que, cuando volvía de trabajar, pretendía que ella tuviera la cena lista. Si alguna vecina o amiga la iba a visitar, debía irse cuando él llegara”. Sin embargo, esta dinámica cambió con la desaparición de Gustavo. Ese hombre con el que se había casado ya no estaba y, en su lugar, apareció un compañero que, desde entonces y hasta su muerte, fue junto a ella a Plaza de Mayo para dar la eterna ronda de los jueves. “La gente tiene que salir a la calle en vez de quedarse puteando entre cuatro paredes”, dijo Norita en uno de los diez encuentros que tuvo con Melicchio y, con la misma coherencia, lo hizo carne. “Suele decirse, en estos casos, que los hijos parieron a las Madres. Norita parió a Gustavo y a Marcelo y, a partir de la desaparición, fue como si Gustavo la hubiese parido a ella. Pasó de ser una madre con minúscula a ser una Madre con mayúscula, más universal, para todos. Hay dos Noritas y la segunda puede dividirse en mil porque está en todos lados y son muchos los campos de acción”, reflexionó Melicchio. Haciendo una lectura más psicoanalítica de su historia, el escritor atribuyó la fortaleza de esta Madre a esa herida que sigue abierta, a ese duelo que no tuvo lugar: “El combustible de Norita para esa vitalidad es ese desgarro que no se atenuó y que, creo, es cada vez más hondo porque esa herida sigue abierta. Ella viajó por todos lados, habló con todo el mundo, se metió en los lugares más complicados en el momento más complicado. Esa fuerza partió de la necesidad, del deseo por encontrar a su hijo, de la furia”.
En uno de los encuentros con Melicchio, Norita habló de la locura como un lugar oscuro que habitaron muchas madres tras la desaparición de sus hijos; como una emoción que, por momentos, intentó apoderarse de ella. Sostuvo que hubo madres que enloquecieron y otras que quisieron hacerlo, como una cuestión voluntaria de refugio en la locura. Y es que la perversión que trajo consigo la dictadura fue, sin lugar a dudas, la repetición en loop del dolor más hondo. La Navidad de 1977, la primera sin Gustavo, dejó en Norita uno de los recuerdos más desgarradores y así lo expresó en el libro: “Todos los fines de año, cuando llegaba la Navidad liberaban a algunos de los que estaban detenidos bajo el PEN, que era el Poder Ejecutivo Nacional, los presos políticos. Me acuerdo que me pasé la toda la noche, teníamos un living parecido a este, sentada en un sillón, mirando por la ventana. Me pasé esa Navidad pensando, a lo mejor lo liberan, viene sucio, con ropa que no es de él, de haber estado en un campo de concentración. Y por eso le compré una camisa, un jean, unos mocasines y toda la ropita interior… ”. Este relato es capaz de enloquecer al más cuerdo de los mortales. Con voz siempre serena, Melicchio agregó: “De alguna manera, creo que hay madres que enfermaron y murieron porque ese dolor implosionó. Cualquier sujeto padeciente que se queda con su dolor, implosiona, revienta. Por eso la psicosis, la locura de pulsión de muerte, ha hecho estragos en madres y en familiares de desaparecidos”. Si Norita no cayó en ese pozo fue, según el psicólogo, gracias a la unión con otras Madres, porque juntas construyeron una fuerza imparable, porque gracias a ellas -Madres y Abuelas de Plaza de Mayo- hay memoria, restitución de nietos e identidades ocultas y se han reconocido cuerpos. “Norita pudo porque era, de sus hermanas, la más rebelde; porque, a diferencia de otras madres, es hacia afuera, explosiva”, sintetizó Melicchio. Al mismo tiempo y mientras cebaba un mate, explicó otro concepto de locura asociado a la época: el momento en el que bautizaron a las Madres como las locas de la Plaza. “Fue un intento por desestimar sus acciones. La locura está asociada, históricamente, a lo diferente, por fuera del campo social. Y, sin embargo, yo creo que si no hubiera habido un poquitito de locura en ellas, se hubiesen quedado en sus casas. En esos años, la cordura era una imposición social. Cualquier persona cuerda, durante la dictadura, se hubiera quedado en su casa por miedo. Pero ellas fueron a la Plaza de la mano, de dos en dos”.
Norita dijo, a lo largo del libro, no recordar si hubo un día exacto en el que dejó de pensar en la posibilidad de encontrar a Gustavo y, siguiendo con la lógica psicoanalítica, Melicchio explicó con paciencia docente que esos círculos de espera no cierran, sino que se transforman en esperanza activa. “Ninguna de las madres da por cerrada su historia y esa es la razón por la cual algunas son tan longevas. Como no les cierra la desaparición, tampoco les cierra morir; porque sería morir sin saber y es un espanto. Para Norita, el libro tenía que ser un legado porque supone que cuando se muera la última Madre, se morirán los jueves en la Plaza y, sin embargo, hay un montón de jóvenes que van detrás, siguiendo sus huellas”. El libro fue dedicado a todos los que sufren con el deseo de que los ayude a resistir y a transformar el dolor en lucha y, al respecto, el autor sostuvo que, desde el lugar más psicológico, puso a Norita como metáfora de otras luchadoras y luchadores, como síntesis de resiliencia. Para que, al igual que ella, puedan transformar ese dolor en algo positivo: “Norita es lucha y por eso la dedicatoria”, concluyó.
Pero… ¿Qué significa estar del lado Norita de la vida? Melicchio tomó aire con rostro meditabundo y afirmó: “Las Madres son símbolo de lucha pacífica y resistencia, son mujeres que han sido violentadas, detenidas, encerradas, desaparecidas y torturadas y, aún así, nunca buscaron venganza. El lado Norita de la vida no es un libro de autoayuda pero, a veces, el resultado se le parece. Invita a la resistencia, a salir. Es el lugar de los derechos humanos más allá de la política partidaria, el de la conciencia por el otro, la solidaridad, la lucha permanente y el amor”.
Y, para nosotros, ¿qué es Norita, sino amor?