Si hay alguien en la historia militar del Plata que no tuvo pruritos a la hora de degollar y decapitar, alentar el procedimiento y no ocultarlo con eufemismos, ese fue el Brigadier General Manuel Oribe (1792-1857), hoy calles de Ituzaingó, José C. Paz, San Antonio de Padua y Trujui. Oribe era llamado por sus enemigos “el cortacabezas”, apodo que en la búsqueda de variedad semántica alternaban con el de “el degollador”.
El historiador Antonio Zinny (calles de José C. Paz, Gregorio de Laferrere, González Catán, Isidro Casanova y Merlo) le dedica largos párrafos, como tantos otros historiadores liberales que no debieron hurgar demasiado para encontrar las pruebas de sus excesos:
“Conviene que los argentinos y todos los hombres no ignoren quién era Oribe, […] La lectura de la orden que a continuación transcribimos, al comandante Pedro Ignacio Carrera, escrita de puño y letra de Oribe y que existe original en poder de un distinguido ciudadano en Tucumán, dará una idea:
"¡Viva la Federación! —El general en jefe interino del ejército unido de vanguardia de la Confederación Argentina —Cuartel general, octubre 12 de 1841, año, etc. —Al comandante don P. I. Carrera. —Acabo de recibir la de usted la del 9 del corriente y contrayéndome por ahora a solo lo que dice referente a los presos, me alegro de que haya usted degollado, como me lo indica, al bombero Hilario Tolada y le prevengo haga lo mismo con el salvage unitario Prudencio Borquez, sin demora y lo mismo con el salvage Pedro León Zavalía y compañeros; si los toma, lo que debe procurar y lo mismo haga en adelante, sin consultar, con cuanto salvage unitario caiga en sus manos. —Dios guarde a usted. —Manuel Oribe."
En 1850 aparece en París Montevideo. Ou une nouvelle Troie del reconocido escritor Alexandre Dumas, el mismo de Los tres mosqueteros. En la obra se comparaba la capital oriental y su resistencia con el asedio de diez años de Una nueva Troya. Lo distante del lugar del conflicto, la lucha desigual entre las fuerzas de la campaña contra la pequeña fortaleza. La relación con el legendario poema homérico despertaron la imaginación de los franceses y la autoestima de los liberales rioplatenses. Pero el libro, a pesar de su nombre y de su autor, no pertenece al género de aventuras; es, más bien, un texto de propaganda política. Por esto es que algunos investigadores han puesto en duda la autoría del libro. Por varios motivos Montevideo o una nueva Troya parece dictado por el general Manuel Pacheco y Obes, a la sazón embajador de Montevideo en París. Al menos, la razón del libro se adjudica a su presencia desde 1848 en la “Ciudad luz”. Según las simpatías políticas, se tiende a pensar que o bien Dumas abrazó la causa de Montevideo sin restricciones al conocer al general, o el libro fue escrito por Pacheco y Obes y firmado por el francés, o el autor recibió una buena suma para escribirlo. Por los antecedentes de Dumas cualquiera de las alternativas se presenta como posible. Como sea, Una nueva Troya hace una referencia dedicada al padre de Pacheco y Obes, describe al general por su temple, su disciplina y coraje, da una detallada circunstancia de su rivalidad con Fructuoso Rivera —ambos pertenecientes al mismo partido— dejando en claro que Pacheco y Obes es mejor.
La edición de 1893 de Una nueva Troya, por ejemplo, traducida por el hijo de uno de los defensores bajo las órdenes de Garibaldi, Andrés Muñoz Anaya, aclara desde el principio la intención en la reedición de la obra: difundir “los hechos gloriosísimos de aquella lucha épica que […] dio á conocer las cualidades nobles y generosas del gran partido colorado”; es decir: el partido fundado por Fructuoso Rivera (calles de Ituzaingó, Lomas de Zamora y Cuartel V) en su lucha contra el partido blanco de Manuel Oribe.
Luego de la derrota de Rivera en 1843, en la batalla de Arroyo Grande (calle en Manuel Alberti), las puertas de la Banda Oriental quedaron abiertas para que las tropas combinadas de Rosas y Oribe se hicieran dueñas de la Banda Oriental. Habría que aclarar que Oribe era en 1838 el presidente constitucional de Uruguay depuesto por Rivera. Parece que el inicio de la discordia fue un pedido de justificación de gastos por parte del presidente al caudillo de Durazno. Desde 1843, entonces, Montevideo quedó sitiado, defendida por un número de ciudadanos orientales, argentinos, españoles y legiones de voluntarios franceses e italianos, más la ocasional ayuda de las potencias de Inglaterra, Francia y Brasil. El sitio se levantó recién en 1851, cuando el caudillo federal Justo José de Urquiza se pronunció contra Rosas y organizó un “ejército grande” de entrerrianos, correntinos, brasileños y orientales que puso término a la dictadura. El asedio de Montevideo duró en total ocho años y el libro de Dumas posicionó la causa liberal no solo en Francia sino que —algo aún mejor— la ubicó dentro del paradigma del mito grecolatino.
Dumas da las razones para considerar a Montevideo “la reina” del Plata: “Lo que distingue al hombre de Buenos Aires del de Montevideo —nos dirá Dumas— es la barbarie del primero frente a la civilización del segundo”. La razón, puesta en términos del escritor francés, es simple: los 300 años que el bonaerense habita en la otra banda del río hizo que olvide “las tradiciones de la madre patria” y de Europa, “y teniendo sus intereses radicados en la tierra que habita” lo hizo “más americano que lo que lo eran los mismos indios destruidos por él. Por el contrario, el hombre de Montevideo, que ocupa solamente desde hace un siglo el país, no ha podido olvidarse [de] la tradición de la vieja Europa, lo que influye en que sus tendencias sean de civilización”. Dumas intentará explicar que el hecho de que Montevideo sea una ciudad más joven la hace menos bárbara o más civilizada que Buenos Aires, la más antigua, y, por lo tanto, irremediablemente alcanzada por la barbarie consustancial de América. Es más, “la soledad en que vive [el habitante bonaerense lo convierte] por las distancias y por las privaciones en un carácter triste, insociable, casi bárbaro”. En cambio, “las casas, las quintas, las chacras, á poca distancia unas de otras, proporcionan a los habitantes [del Uruguay], cómodos alojamientos y sanísimos alimentos; por lo tanto su carácter franco y hospitalario es reflejo de la civilización europea”.
Es entendible que luego de estas afirmaciones la ciudad de Montevideo le rinda culto al autor francés. Y hasta se comprende que en un tono jocoso de sana rivalidad Corrientes y Córdoba gusten de nombrar alguna de sus arterias con el nombre del polígrafo. Pero la ristra de homenajes en nuestra provincia solo se sustenta en la admiración acrítica (no hay otro tipo de admiración) que provocó el libelo del autor francés entre los ganadores de Caseros. Hoy Dumas orna la toponimia bonaerense con calles en Merlo, Bosques, Trujui, Los Polvorines, Olivera y CABA.
Es de esperar que bajo el título Una nueva Troya abunden las referencias clásicas. Aquí, Artigas es descripto como “un viejo español, diestro como un charrúa, despierto como un gaucho”. En el relato del francés el caudillo oriental es Aquiles, enojado en 1815 con Agamenón-Alvear luego de la toma de Montevideo.
El coronel Marcelino Sosa, muerto en 1844, se convertirá en Héctor, pero esta vez su Aquiles no será Artigas, desaparecido de la escena política en 1820, sino una anónima bala de cañón. “Se le hubiese creído un héroe de Homero”, agregará Dumas acerca de Sosa. Garibaldi, en cambio, es representado en función de sus “largos cabellos rubios, ojos celestes, frente griega, en una palabra, puede decirse, un tipo de verdadera belleza”. Y Dumas advierte: “necesario es […que] sepa la Europa, á cuales hombres estaría reservada la América del Sud, si desgraciadamente Montevideo, última defensa de la civilización, cayese en poder de [los] bárbaros”.
Dumas, ya al terminar, indica como corolario su enojo frente a la política de la Francia con respecto a Montevideo, a la que "apenas subsidia con 35.000 patacones mensuales" en tributo para su defensa. Acusa al gobierno francés de estar limitado por Inglaterra y advierte a los franceses: “Montevideo es el centro de vuestra prosperidad comercial en la América del Sud; si queréis velar por vuestros intereses, socorred [mejor] á Montevideo […]. Montevideo [es el] último asilo de la humanidad en la América Meridional, un poder anti-social estenderá su sombra desde la cumbre de los Andes, hasta las riveras del Amazonas, destruyendo por mucho tiempo, sino eternamente la obra de Colón fecundada por cuatro siglos con la incubación europea […]. Tal destrucción da vida á la barbarie, al igual que los indios, que empuñando la lanza, rechazaban de las orillas de América, á todos los que del viejo mundo les llevaban la luz del Oriente.”
Vuelta a poner en el mapa la lucha geopolítica de las dos potencias, Dumas aclara que Inglaterra “es Cártago y nosotros somos Roma. La Inglaterra mira […] con envidia á Argel, donde flamea nuestra bandera civilizadora, [y] se atraviesa siempre en el camino con cuestiones de comercio ó de industria.”
En 1847 Sarmiento se encontrará con Dumas en un viaje a España. La ocasión será detallada por el sanjuanino en una carta a su amigo Lastarria: “Alejandro Dumas nos decía ayer, hablando de la España: Poco me importa la civilización de un país; lo que yo busco es la poesía, la naturaleza, las costumbres.” La afirmación, paradójicamente, va a contrapelo con las ideas del Facundo y del libro escrito por Dumas tres años más tarde.
Curiosa la historia final de Oribe. Urquiza se le presentó a las puertas de Montevideo y le solicitó que renuncie a su ejército. Oribe abandonó a todos y se fue a vivir a su estancia hasta su muerte seis años después. Para la ocasión, El Nacional de Montevideo, periódico del partido colorado, publicó un obituario con la lista de sus crímenes:
"Una página para la historia. —Honores fúnebres decretados por el gobierno de don Gabriel A. Pereira. —A ¡¡¡Manuel Oribe!!! —¡29 de septiembre de 1840! —Doctor don Rufino Várela, parlamentario, asesinado por la espalda. —14 de septiembre de 1841! —Coronel Borda y considerable número de oficiales degollados en las provincias argentinas. —¡3 de octubre de 1841! —Don Marcos Avellaneda, Vilela, y muchos otros jefes y oficiales degollados en las provincias argentinas. —¡6 de noviembre de 1841! “He mandado hacer activas pesquisas sobre el lugar donde está enterrado el cadáver del general Lavalle, para que le corten la cabeza y me la traigan" [Carta de Oribe al gobernador de Córdoba, don C. Arredondo, fecha 12 de octubre de 1841. Boletín de Córdoba y British Packet de Buenos Aires]. —¡17 de abril de 1842! —General don Juan Apóstol Martínez, se le cortó la cabeza. —¡6 de diciembre de 1842! —1600 prisioneros degollados entre ellos los jefes y oficiales Pisoto, Alonso, Védia, Castillo. Henestrosa, Gómez, Bauza, Biribirí, Sánahez, Carrillo. Aguilar, Arismendi, Augusto Martínez. Pintos, Federico Acosta y Para, ahijado de pila de Oribe, y Emilio de la Sierra, sobrino de Oribe. —Todos los cabos, sargentos, etc., etc. del batallón número 1 de línea. —¡16 de febrero de 1843! —Sitio de la plaza. —¡20 de marzo de 1848! —Asesinato del ilustre doctor don Florencio Várela, por orden de Oribe. —¡8 de octubre de 1851! —Rendición del ejército y degollación de Soriano y de Tabares. […] ¡¡¡Murió en su cama!!! ¡24 de noviembre de 1857! —¡Funerales regios!”
Esta es la sexta nota de la serie El cuerpo de Goliat.