Tenía que morir un jueves…
Hace poco, cuando todavía brillaba la esperanza en su mirada, pasé por su casa y le pregunté a Norita cómo se sentía, y ella me respondió: “Tirando, para no aflojar… Pero sabés una cosa, Pablo, cada vez que me acuesto agradezco por la jornada vivida y pido despertar un día más”. Pero hoy, viernes, no despertó. Y quién sabe si se olvidó o ya no quiso agradecer y pedir; o tal vez el dios que otorga los deseos la dejó de escuchar.
Venía mal. La operación. Los achaques del paso del tiempo sobre las espaldas, en el alma y en los huesos. Pero resistió una semana más porque tenía que aguantar hasta el jueves. Porque las Madres de plaza de mayo, desde el 30 de abril de 1977, con lluvia o con sol, con frío o calor, cada jueves circulan alrededor de la Pirámide de Mayo, en el centro de la Plaza, con sus pancartas y sus pañuelos blancos sobre sus cabezas, símbolo con el que se han identificado a lo largo de los años para reclamar por el destino de sus hijos e hijas desaparecidos durante la última dictadura militar.
Hay personas que parece que van a vivir para siempre; no en esa suerte de conformismo que te quieren vender los negadores de la realidad cuando llega la muerte: eso de que la persona querida seguirá viviendo en el recuerdo. No. En el recuerdo no hay abrazos reales, ni mates, ni besos, y para colmo acecha el olvido, ese obediente obrero de la muerte. Hablo de la presencia eterna en la vida real, en la de cada día. Y Norita se fue el jueves por la tarde, aunque parecía eterna.
Norita resistió 94 años. Chiquita, pero inmensa. Frágil, en apariencia. Soportó golpes duros, y el más duro de todos: la desaparición de su hijo Gustavo. Incansable en la búsqueda, sin claudicar, para que su hijo apareciera, vivo o muerto, para regresarlo de ese limbo cruel de las desapariciones forzadas. Luchadora, como solo una madre puede luchar, con todas las fuerzas, como pariendo a cada instante, buscando hasta el final de sus días para saber la verdad: qué hicieron de su hijo, y reclamar memoria, verdad y justicia. Hasta que la muerte detuvo su lucha.
Nora Cortiñas se convirtió en Norita, Madre de plaza de mayo línea fundadora, cuando la última dictadura militar secuestró a su hijo Gustavo, el 15 de abril de 1977 en la vía pública, en la estación de Castelar, y nunca más se supo de él. ¿Cómo hizo Norita para resistir? Resistió insistiendo, sin bajar los brazos, como le gustaba decir a ella. Norita, como un síntoma de la etapa más enferma de la Argentina, insistió, de manera pacífica, una y millones de veces y rondas, para que se sepa la verdad de su hijo y la de tantos desaparecidos y desaparecidas. Y luego, con los años, su lucha se multiplicó para estar siempre del lado de los seres sufrientes y de las causas que merecían ser visibilizadas.
Cuando hice junto a ella el libro El lado Norita de la vida (Marea Editorial), en el 2019, su fortaleza, a pesar de los 89 años, estaba intacta. Realizamos varias presentaciones y otras quedaron en el tintero de las cosas pendientes. Pero con la pandemia, que limitó su andar, inició, a mi entender, el verdadero crepúsculo de su existencia mortal. A Norita le quitaron la calle y eso no fue sin consecuencias. No es sin consecuencias ni la crueldad de la naturaleza ni la de los hombres que dejan esas marcas que van complicando el existir. Aún así, Norita siguió cuatro años más, luchando por su causa y por las de los demás; peleando por las injusticias sociales y contra sus propios achaques. Sin embargo, y a pesar de todo, siguió, con silla ruedas y bastón; con el peso de un cuerpo que iba agotándose, Norita siguió.
Norita perdió solo dos batallas, su hijo no apareció, y la muerte, que es la única que gana siempre, le dijo basta. Pero con su paso firme por la vida nos enseñó lo más importante: a no perder la esperanza, a no bajarse del ring sin haberlo entregado todo. Y Norita luchó como una campeona hasta las últimas consecuencias, incluso le ganó a la muerte un jueves más.