Aquí presentamos una selección de textos del nuevo libro de Noam Chomsky, “Por qué Ucrania” (Marea) en relación con la guerra que preocupa al mundo,
Estados Unidos. “Hasta la guerra civil, hasta 1865, el nombre “United States” se escribía en plural, como se sigue escribiendo en muchos otros idiomas. Después de la guerra civil, pasó a ser singular, lo que significa que, en Estados Unidos, en aquellos tiempos, fueron necesarios ochenta años y una de las guerras más devastadoras de la historia para superar conflictos profundos, y que no han quedado resueltos del todo. Estudios recientes sobre el comportamiento político nos presentan una fractura neta entre los Estados esclavistas y los no esclavistas. Está tan afianzada que, si un Estado de la Unión defendió un tiempo el esclavismo, hoy tiende a defender posiciones conservadoras o reaccionarias en muchas cuestiones, no solo en las conectadas directamente con la esclavitud. Son fallas que no se han soldado en doscientos cincuenta años de historia”.
Invasión a Ucrania. “No sabemos por qué se tomó la decisión de invadir Ucrania, y tampoco si la decisión la tomó Putin, él solo, o en consenso con el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, en la que manda él. Hay otras cosas, en cambio, que sabemos con certeza, incluso las que afirman las personas apenas citadas y que controlan la planificación estratégica estadounidense. En palabras llanas: esta crisis se cocía desde hacía veinticinco años, tiempo en el que Estados Unidos ignoró con desdén las alarmas de Rusia por lo que respecta a su seguridad y a las líneas rojas que no se debían cruzar: Georgia y, aún menos, Ucrania. Por eso tenemos todo el derecho a pensar que esta tragedia podría haberse evitado, hasta el final. Lo hemos hablado más de una vez. Acerca de las razones por las que Putin ha puesto en marcha esta agresión criminal en este momento, podemos hacer todas las hipótesis que queramos, pero el contexto histórico-general no es desconocido: se puede eludir, pero no cuestionar”.
Las víctimas. “Como he dicho otras veces, recuerdo una lección que aprendí hace mucho tiempo. A finales de los años sesenta participé en una reunión en Europa a la que asistían representantes del Frente Nacional para la Liberación de Vietnam del Sur (el Viet Cong, en la jerga de nuestro país). Fue en aquella fase de fortísima oposición a los horrendos crímenes estadounidenses en Indochina. Nuestros jóvenes estaban tan enfadados que pensaban que solo una reacción violenta podía estar en consonancia con aquella monstruosidad: romper escaparates, lanzar cócteles molotov contra un centro de adiestramiento militar. Una reacción diferente podía ser considerada complicidad con los crímenes en Indochina. Los vietnamitas veían las cosas de manera completamente diferente. Estaban en contra de tales acciones. De hecho, pusieron en práctica un modelo de protesta más eficaz. Algunas mujeres, por ejemplo, rezaron silenciosamente en pie ante las tumbas de los soldados estadounidenses muertos en Vietnam. No les interesaba lo que hiciera sentirse rectos y nobles a los opositores estadounidenses a la guerra: solo querían sobrevivir. Es una lección que me han dado con frecuencia, de una manera diferente a veces, las víctimas de los atroces sufrimientos que padecen los países del tercer mundo, diana predilecta de la violencia imperial. Una lección que deberíamos grabarnos en la mente y adaptar a las circunstancias. Hoy, esta lección nos exhorta a hacer un esfuerzo para comprender por qué se ha llevado a cabo esta tragedia (la guerra en Ucrania) y qué se podría haber hecho para evitarla. Comprenderlo podrá ser útil para aplicarla a acontecimientos futuros”.
Cambio climático. Debemos, encontrar la manera de socorrer a un tipo de víctimas mucho más numerosas: los seres vivos que pueblan el planeta. Esta catástrofe llega en un momento en el que las grandes potencias, mejor dicho, todos nosotros, debemos trabajar unidos para tener controlada la catástrofe que es también la devastación del medio ambiente —que ya ahora se cobra un precio enorme—, cuyos efectos serán mucho peores si no se toman medidas decisivas inmediatamente. Solo para recordar lo obvio, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) acaba de publicar un inquietante informe en el que se explica que nos encaminamos hacia la catástrofe. Mientras tanto, las medidas que podrían revertir el cambio climático han quedado bloqueadas e, incluso, obligadas a dar marcha atrás, pues los recursos indispensables se destinan ahora a la destrucción y mantienen como imprescindibles los combustibles fósiles, incluido el más peligroso, económico y abundante: el carbón. Una coyuntura más macabra no la hubiera ideado ni el más malvado de los demonios. Pero no podemos hacer como si no pasara nada. El tiempo apremia”.
El conflicto con Rusia. “El efecto principal, temo, será el que ya he citado: la imposición de un modelo atlantista basado en la OTAN bajo el mando de Estados Unidos y marginar, de nuevo, iniciativas que quieran construir un sistema europeo independiente de Estados Unidos, una 'tercera fuerza' en los asuntos internacionales, como se dice a veces. Es una cuestión pendiente desde la Segunda Guerra Mundial. Putin ha conseguido él solo resolverla haciendo que Washington cumpla su deseo más ardiente: una Europa sometida hasta tal punto que una universidad italiana ha intentado prohibir un ciclo de conferencias sobre Dostoyevski, solo por citar uno de los muchos y llamativos ejemplos de cuán ridículamente pueden llegar a comportarse los europeos”.
Guerra justa. “La noción de 'guerra justa', por desgracia, tiene la misma credibilidad que la “intervención humanitaria”, el “deber de proteger” o “la defensa de la democracia”. A primera vista, parece una obviedad que un pueblo armado tenga el derecho de defenderse del ataque de un brutal agresor. Pero, como pasa siempre en este triste mundo, si reflexionamos un poco se plantean algunas preguntas. Tomemos la resistencia al nazismo: es difícil encontrar una causa más noble. Se puede, por supuesto, comprender y aprobar los motivos de Herschel Grynszpan cuando asesinó a un diplomático alemán en 1938, o los de los partisanos adiestrados en Reino Unido que asesinaron al feroz nazi Reinhard Heydrich en mayo de 1942. Se puede admirar el valor que tuvieron y su sed de justicia, sin reservas. Sin embargo, la historia no acaba aquí. El primer homicidio sirvió de pretexto a los alemanes para llevar a cabo las atrocidades de la Noche de los Cristales Rotos y animó el proyecto nazi y los espantosos resultados que conocemos. El segundo llevó a la impactante Masacre de Lídice. Los actos siempre tienen consecuencias. Los inocentes sufren, y lo hacen terriblemente, muchas veces. Estas preguntas no las puede eludir alguien que tenga una formación moral sólida, no pueden no hacerse siempre que consideramos si hemos de armar, y cómo, a los que resisten con valentía a una agresión homicida. Es lo mínimo que debemos hacer. En este caso en concreto, debemos preguntarnos también cuán dispuestos estamos a asumir el riesgo de una guerra atómica, que significará no solo la desaparición de Ucrania, sino algo más, algo impensable”.