Cuatro autoras afrontaron el reto de hacer “Una crónica sobre el trabajo doméstico”. Tal es el subtítulo de Puertas adentro (Marea, colección Historia urgente, 2021), un libro se mete a fondo con un tema complejo, siempre en agenda, y que involucra a mujeres trabajadoras, sindicalistas, empleadoras, el Estado. Un mostrador con más de dos lados. Un asunto a desarmar.
Ellas son Camila Bretón y Carolina Cattaneo, periodistas; Dolores Caviglia, licenciada en Letras y Lina Vargas, licenciada en Comunicación Social. Todas ejercen el periodismo en diversos medios. Todas nacieron en la década del 80: esa generación, millennials. Ya habían coincidido en una publicación anterior, en coautoría: Voltios (Planeta, 2017), editado por Leila Guerriero, maestra del género.
Las cifras hablan solas. Como ya se destaca en la contratapa: “En la Argentina, hay más de un millón de trabajadoras domésticas. El 99% es mujer, el 70% es pobre. Solo el 30% trabaja con recibo legal. Algunas de ellas protagonizan este libro”. Y se pueden escuchar sus voces.
Entrevistas, cifras y citas bibliográficas, una historización del trabajo doméstico en la Argentina, son parte del entramado productivo del libro que, a un fenómeno con muchas aristas, opone una necesaria levedad narrativa: un buen ejemplo de no ficción. Repeticiones, frases cortas, descripciones de espacios y personajes, situaciones, el trabajo con la escritura en Puertas adentro nunca se desatiende.
¿Por qué, se preguntan las autoras, las trabajadoras que se ocupan de tareas domésticas y de cuidado han sido históricamente precarizadas, por qué la mayoría trabaja en negro, por qué resulta compleja la organización gremial?
Una pista: en la mayoría de los casos los empleadores son, también, trabajadores y la situación en un espacio privadísimo como es una casa de familia, con la consecuente convivencia, complejiza la relación laboral.
Las respuestas atraviesan el libro y se ilustran con testimonios de empleadas, empleadoras, gremialistas, encargadas de agencias contratistas. Y con una profusa bibliografía que demuestra que el tema viene siendo estudiado desde hace años.
En esos testimonios se ve además cómo los vínculos “afectivos” entre empleadas y empleadores abonan a la confusión y facilitan los abusos: quedarse horas extra sin cobrarlas para no abandonar a una persona grande o enferma; la bondad y generosidad de las empleadoras o empleadores como argumento, o el buen trato que justifica o compensa la falta de pago justo; las invitaciones a eventos familiares importantes; una relación madre-hija que muchas veces se establece; el pago adicional en “especies” o en regalos (ropa, bijouterie, objetos varios: todo lo que te di cuando no tenías nada); el cuidado de los chicos como una obligación moral. El amor. Los otros abusos, sexuales, que tienen como antecedente remoto el derecho de pernada de los hacendados, considerados propietarios también de esas otras niñas y mujeres, sobre todo, integrantes de pueblos originarios (el llamado chineo).
Cuando en realidad, se trata de otra cosa: las relaciones desiguales en el capitalismo. La precarización laboral. Las particularidades que el oficio adquirió en la Argentina de capas inmigratorias diferentes y particulares: desde los países europeos en posguerra hasta los países limítrofes en crisis avanzado el siglo XX.
Escriben las autoras: “Las razones se repiten en ensayos académicos, análisis de derecho laboral, informes estatales y de organismos internacionales, aparecen publicados en textos de 1902 y en textos de 2019, especialistas, activistas y trabajadores vuelven, una y otra vez, a ellas. El origen esclavista del trabajo doméstico. La suposición de que las mujeres son más aptas para limpiar, cocinar, cuidar niños, etcétera, y la consecuente feminización del trabajo doméstico. La insistente negativa para considerar esas tareas un trabajo porque, como afirma Janine Rodgers: “ […] Si el trabajo de las mujeres en casa no vale nada, ¿por qué el mismo trabajo realizado afuera por otra persona tendría mucho valor?”.
La enumeración continúa y es clave para la comprensión del problema: “La falta de información sobre los derechos laborales. El altísimo porcentaje de informalidad. La dificultad para fiscalizar el cumplimiento de la Ley 26.844 puesto que el lugar de trabajo –la casa- es privado. Sobre todo, eso: la fragilidad de la organización del trabajo doméstico se debe en gran medida a que es solitario. Aislado, dicen algunos autores. Sin presencia de compañeras ni testigos, dicen otros”.
Así, las autoras citan a Débora Gorban, autora y coautora con Ana Tizziani de varios trabajos sobre el tema, quien sintetiza: “Las características propias de la actividad suponen una situación de aislamiento en el trabajo que puede favorecer la explotación, discriminación y violencia, que en la mayoría de los casos aparecen invisibilizados”.
El trabajo invisible, una expresión que acuñó la argentina Isabel Larguía hacia fines de la década del 60, referido a las tareas domésticas y de cuidado de las mujeres en sus casas vinculadas a su función reproductiva que las traccionó históricamente al interior del hogar en las sociedades patriarcales (la fuerza de reproducción y de reposición laboral ya estudiada por Engels hacia mitad del siglo XIX) es una de las claves para comprender la extrema precarización del sector. Es fácil vincular los salarios lacónicos y el incumplimiento de los deberes patronales con esa excusa: por qué pagar un trabajo que “no se ve”, que no genera productos para el mercado, que es algo dado y natural a las mujeres.
¿Y el Estado?
Hubo algunas mejoras durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que amplió los derechos del sector, conectado con el proyecto de ampliación de derechos laborales para amas de casa.
Un antecedente remoto fue la intención de Eva Perón de categorizar el trabajo doméstico de las mujeres casadas y madres como gesto político, y que manifiesta en su libro La razón de mi vida: “Nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que, aunque no se vea, requiere cada día el esfuerzo de millones y millones de mujeres cuyo tiempo, cuya vida se gasta en esa monótona pero pesada tarea de limpiar la casa, cuidar la ropa, servir la mesa, criar a los hijos, etc”.
La Ley 26.844 de 2013 de Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares es clara. Cambia las denominaciones estigmatizadoras y naturalizadas durante años como muchacha, mucama, sierva, sirvienta, la chica que trabaja en casa, la chica que me ayuda, la que limpia, la shikse, por la de trabajadoras de casas particulares; establece la indemnización por despido; prohíbe el trabajo infantil; garantiza vacaciones, aguinaldo, aportes jubilatorios, licencias por enfermedad, por maternidad, deberes de empleadores en casos de accidente laboral, entre otros puntos comunes a otros contratos laborales de otros gremios y algunos específicos que tienen en cuenta las características del trabajo doméstico pago. Parecerían obvios. ¿Lo son?
Puertas adentro invita a la reflexión, desarma preconceptos, profundiza sobre el tema y es un documento valioso para las personas que estamos de cualquiera de esos lados de un mostrador de muchos frentes.