por Hernán Brienza
Nada. La homosexualidad no es nada. A esa conclusión llegó el periodista Osvaldo Bazán después de escribir las 480 páginas de su Historia de la homosexualidad en la Argentina. Pero no se trata de una sentencia banal. En realidad, lo que sí existe –y durante siglos tuvo como implacables escuderos a la tortura, la marginación y el desprecio– es la represión que se ejerció contra ella. Este nuevo libro –el primero en Argentina que abarca la temática desde la época de la conquista hasta la actualidad– trata justamente de eso, es un capítulo fundamental del eterno conflicto entre el poder y las libertades individuales.
“No tiene sentido una historia de la homosexualidad sin una historia de esa represión y del uso que de la homosexualidad hizo el poder. El término es relativamente moderno, nace en 1879, pero el proceso histórico es muy impactante. En Grecia y Roma no había persecución. La discriminación comienza con la instauración de la Iglesia Católica en el Imperio Romano. Primero fue pecado, después enfermedad y finalmente delito. Primero tuvo a la religión como enemiga y luego a la ciencia y al Estado. Recién en 1970, a partir de la creación del concepto de orgullo gay, las propias víctimas dejan de victimizarse, se plantan y dicen: ‘No somos enfermos, ustedes no/nos pueden acusar de anormales’. A partir de allí, se da vuelta la historia”, explica Bazán, sentado en la mesa de vidrio del comedor de su departamento del Abasto.
Su libro es más que necesario. Por primera vez se edita una historia integral de la represión a los gays y es justamente esa mirada, ese clivaje entre libertad y represión, lo que enriquece el texto. Porque el autor no está parado en antinomias como colonia o independencia, unitarios o federales, peronistas o antiperonistas, izquierdas o derechas. La frontera que delimita la historia argentina, en este caso, es el respeto por las libertades individuales y las preferencias sexuales.
Bazán comienza su trabajo con la llegada de Cristóbal Colón a América y la estigmatización que los españoles hacen de los indios, acusándolos de herejes, sodomitas y caníbales. Esa su puesta deshumanización, casualmente la misma que hacía la Inquisición contra judíos y moros en tierras de Castilla, les permite a los conquistadores hispanos arrasar y apalear a las comunidades indígenas. Luego analiza las luchas civiles argentinas entre unitarios y federales y dedica un capítulo al relato de la crueldad y los métodos de tortura de la mazorca.
TERRENO ENEMIGO. Pero quienes se llevan las críticas más implacables son los integrantes de la Generación del 80, quienes de la mano del higienismo científico intentaron “sanear” la sociedad. Es en esa época cuando lo que hasta entonces era sólo un pecado se convierte en delito. Y aunque parezca mentira lo hace de la mano de un supuesto socialista como José Ingenieros, y su inefable ayudante, el médico Francisco De Veyga, quien escribió una frase célebre: “Pido la secuestración definitiva de toda la escoria sexual, porque aunque no delinca ahora, nosotros sabemos que va a delinquir tarde o temprano”.
El libro, escrito con agilidad y dinámica, zigzaguea entre el ensayo, la crónica y utiliza recursos de la no ficción. Y se mueve entre todos los sentimientos: el enojo, la compasión, el humor y la ternura. “No quise hacer un libro escandaloso ni botón –re lata el autor–; tiene mucha ironía porque la homosexualidad permite una mirada irónica sobre la vida, es como un chiste del destino. Y además, no pude dejar de enternecerme por esas historias tristes de personas que sufrieron tanto y que ni se imaginaban lo que iba a avanzar la sociedad años después. Sufrieron por cosas que hoy son impensables.”
Bazán menea la cabeza, quejoso. “Hay gente que sufre mucho, se cree los argumentos del poder. Todo homosexual nace en terreno enemigo. El nene judío o el negro tienen como respaldo a la familia cuando son víctimas de alguna estupidez, el nenito homosexual, en cambio, recibe la primera agresión de su propia familia.” Siguiendo el paso de la historia de la represión, el libro inicia el camino de la oscuridad a lo festivo. Atraviesa el peronismo, la década del setenta y la llegada de la democracia, hasta el otorgamiento de la personería jurídica a la Comunidad Homosexual Argentina. Concluye con el primer caso de unión civil entre homosexuales y con un tono marcadamente esperanzado. “Soy optimista, porque no me imagino una ola restauradora o reaccionaria. No hay espacio por los cambios culturales que ya se dieron. Hoy es peor que te acusen de homofóbico que de homosexual. Estos avances son tan fuertes que es difícil la reacción”, sostiene.
–Su libro es la historia de la represión a la homosexualidad. ¿Por qué el poder querría controlarla?
–En realidad lo usaron como una manera de construir un ene migo y buscar consenso. La homosexualidad no impide al poder establecerse. A los que gobernaban no les interesaba la homosexualidad; era una excusa, una utilización indirecta. Efectivamente, no hay nada que moleste al poder, lo definitivo es tener el control social, determinar quién sí y quién no, ser el dueño de la tranquera.
–Usted sostiene que los peores cien años fueron los que van de 1860 a 1960. ¿Por qué?
–Porque a la condena de la religión se suman las de la ciencia y el Estado. Lo que hizo la psicología es casi tan grave como lo que hizo la religión. Para algunos autores que abordan la temática homosexual, Freud y Hitler son lo mismo. El psicoanálisis pensó a la sexualidad desde lo hétero, eso es lo que consideraron normal. Para ellos, la homosexualidad es una detención en el tiempo, una enfermedad. Hasta que en los setenta los médicos dicen: “No es una enfermedad”. Ese día, millones de personas pasan a ser sanas, no porque se inventó una vacuna, simplemente porque cambió la conceptualización. Millones de personas sufrieron por esa estigmatización y ningún médico pidió perdón por todo lo que sufrieron.
–¿Se puede establecer un cruce entre ideologías y represión?
–No. Es indistinto. Los nacionalistas aseguran que con el comunismo llega la homosexualidad. Las cartas entre Federico Engels y Carlos Marx tienen un nivel de homofobia muy alto. El liberalismo también lo utilizó para des calificar, por ejemplo, a los federales. El único movimiento cercano al mundo gay fue el anarquismo, un aliado estratégico del primer radicalismo. Pero para llegar al poder, la UCR se desprende del anarquismo. La sexualidad trae el tema de la sensibilidad y allí no hay izquierda ni derecha. Tiene que ver con la forma en que percibís el mundo. Un militante del PRT decía que se sentía menos presionado durante la dictadura que durante el gobierno de Isabel, porque sólo lo perseguían los militares. Durante el peronismo se sentía patrullado por sus propios compañeros para ver si era gay o no. En este tema pensaban lo mismo las organizaciones guerrilleras que los militares; Santucho era lo mismo que Videla.
EL PROGRE QUE GRITÓ PUTO. Bazán se ríe cuando se le pregunta si Carlos Menem favoreció el respeto por las minorías y protesta porque dice que es una pregunta con mala intención. “Menem hizo un uso político de la homosexualidad cuando le dio la personería jurídica a la CHA, como una manera de congraciarse con las potencias del Primer Mundo. Yo no sé si fue exactamente el menemismo, lo que sí creo es que por la dinámica del fin de siglo y del comienzo de la globalización hubo un acercamiento a las realidades de otros países de Occidente don de este tema está superado. Con ese contacto quedaba más en evidencia nuestro atraso. Lo que sí está claro es que en materia de libertades individuales éste es un momento de esplendor.”
Como todo el mundo sabe, Bazán aclaró hace un par de años que sus preferencias sexuales se inclinaban por los hombres. Este libro, entonces, es una consecuencia natural en su vida. Pero no está del todo seguro de que tenga una intención militante. “El hecho de que yo sea homosexual hace que me plante de determinada manera ante la realidad. Soy un maravilloso detector de fachos. Nadie te puede correr como progre, porque todo progre te termina diciendo en algún momento ‘puto de mierda’. Yo escribí esto y me jugué entero. Tengo la esperanza de que el tema se debata más, que sirva para la unión civil a nivel nacional y sea un aporte desde el periodismo.”
Pero el libro de Bazán no sólo toca la vida política y social de Argentina; también habla de la pintura, de la música y la literatura. Tal vez los capítulos más interesantes sean esos que se refieren al tango y a su mundo prostibulario, con personajes como el de la bella Otero, una célebre travesti de un local de Palermo, o el de Andrés Cepeda, un malevo que se disputó a cuchillazo limpio el amor de un jopende. También tiene duras críticas hacia el periodismo. “Cuando un periodista investiga las coimas en el fútbol no se sospecha que el periodista sea coimero, cuando un periodista habla de la homosexualidad, todos se preguntan: ‘¿Éste no será medio puto?’. En las notas escritas por heterosexuales siempre hay un dato que te aclara: ‘Mirá que yo no soy puto’. En el año 1982 hubo 19 muertes por el grupo parapolicial Cóndor, con ramificaciones nazis, y el periodismo no investigó nada. Esto te demuestra con qué profundidad está instalado el pensamiento segregador: si te interesás por estos temas por algo será.”
Ésas son las últimas palabras que pronuncia Bazán durante la entrevista. Curioso. Durante casi dos horas se habló de discriminaciones, represiones y libertades individuales conculcadas. Pero es inevitable. Cada vez que se habla de derechos humanos, siempre se vuelve al latiguillo nefasto que adormeció a la sociedad argentina durante la última dictadura militar. No es gratuito. Pero la libertad también tiene como campo de batalla las palabras. Después de leer el imprescindible libro de Bazán, al “por algo será” sólo se lo puede combatir con otra frase famosa: “Somos todos homosexuales”.