Marea Editorial

NEGROS COMO CABALLOS

Ricardo Robins construye una ficción acerca de los migrantes africanos llegados como polizones

Se los ve por lo general en las calles peatonales de las grandes ciudades con sus mantas multicolores pobladas de anteojos, relojes, sombreros, chucherías. Se los distingue por su talla varios centímetros por encima de la media; hablan algo de inglés, francés o dialectos incomprensibles. Sobre todo por esa piel azabache, de reflejos casi azules que solo el negro intenso refleja bajo los rayos del sol. Son afables, simpáticos, vendedores avezados en pos del pan de cada día. Una mirada de ojos nostálgicos colabora en la pronta empatía de estos migrantes africanos procurando adaptarse a una cultura tan ajena para los locales como aquella de la que provienen. Sus puntos de recalada son los veinte puertos fluviales privados del Gran Rosario donde abastecen sus bodegas los buques mercantes una vez atravesado el océano Atlántico, hacia donde vuelven a partir cargados de granos y combustibles. En su mayoría han arribado como pasajeros ilegales, polizones, escondidos en algún recoveco de los barcos. Travesías ingratas, riesgosas, de precario albergue contra el frío, el calor, la lluvia, los rociones de la marejada y, por supuesto, el racismo.

Huyen de países arrasados por guerras y hambrunas, enfrentamientos étnicos y asesinatos en masa; de un presente horrible y un futuro inexistente; han perdido familiares, amigos, bienes si alguna vez los tuvieron; como los inmigrantes europeos que bajaron de los barcos a fines del siglo XIX, comienzos del XX, engrosando una población que supo ser más numerosa que los mismos criollos, si los hubiera. Eso sí: no son europeos, ni blancos, ni judíos, ni cristianos y por ende extranjeros para siempre, casi sin programas de inclusión ni ayuda del Estado. Pues, si el tan recitado Preámbulo de la Constitución Nacional reza aquello de “…para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, el artículo 25 de la misma Carta Magna (de 1994, heredado de la de 1853), estipula que “el gobierno federal fomenta la inmigración europea” (el destacado es nuestro). Quedan por fuera los pueblos latinoamericanos, claro; junto a los asiáticos, africanos, oceánicos, orientales. ¿Es que nadie se ha percatado del contenido de excluyente racismo que perdura en la Ley de leyes y en buena medida sostiene prácticas políticas y sociales perversas, genera “indeseables”?

 

El autor, Ricardo Robins.

 

“Viajar como polizón hacia otro mundos surgió como una avalancha. Su vida debía cambiar y rápido. Había dejado  su casa en Tanzania a los diecinueve años y en los meses que pasaron nada salió como esperaba. No podía seguir viviendo en la calle. Bernard dijo vamos y John, su compañero en las noches hostiles del viaducto, se sumó. Salieron sin más equipaje que una manzana verde para cada uno, medio litro de agua y una bolsa con glucosa en polvo para calmar el hambre. Cerca de las tres de la madrugada, cuando empezaron la fuga de África, ni siquiera sabían si lograrían colarse en algún barco”. Menos, el destino del buque. Y vinieron a parar a la Argentina; desembarcaron en el puerto de General Lagos, a treinta kilómetros de Rosario.

Engendradas por el periodismo y escritas desde la literatura, sin ser estrictas ficciones imaginarias ni crónicas históricas pretenciosas de objetividad, entre el testimonio crudo y el fiction-non-fiction inventado por Rodolfo Walsh y luego expandido a partir de Truman Capote, los textos que el escritor y editor Cristian Alarcón precisa como Ficciones reales, renueva y establece un género de potente engranaje con los tiempos actuales. Con formato novelístico, El polizón y el capitán entrega una investigación tan profunda como galardonada, a cargo del periodista Ricardo Robins (Rosario, 1980) cuya elaborada escritura en momento alguno escatima información, posición política o contextos enganchados con propiedad a la trama, nunca descolgados. Texto ejemplar, aporta a los periodistas la exigencia de ritmo y rigor en la información, en tanto a los narradores de ficción la importancia de plasmar acontecimientos y personajes imbuidos en una trama de sucesos constantes. Conjunción indispensable, resultante de la experiencia y el talento en una escritura objetivada en la transmisión.

En el primer tramo del relato, el autor engarza la travesía del personaje protagónico, Bernard, con los sucesos a bordo del RM Power, comandado por el rumano Florin Filip. En aguas abiertas, descubren cuatro polizones a quienes atan de pies y manos antes de arrojarlos al mar, “un espacio pre-político, un pasaje entre países, un ningún lado”. Robins relata otro antecedente: en 1781, ciento cuarenta y dos esclavos africanos fueron arrojados por la borda del buque negrero británico Zong por orden del capitán Luke Collingwood, comenzando por las mujeres y los niños, con menor valor comercial. Esgrimieron como razón que estaban quedándose sin agua potable. El proceso judicial pertinente, llevado a cabo por el viceministro de la Corona John Lee, sobreseyó a  los asesinos con el argumento: “Los negros son cosas, como cualquier propiedad. Tirar un negro al mar es lo mismo que tirar un caballo”.

 

 

Con algunos de los anteriores episodios en mente, Bernard se trepa al petrolero MT Florida para iniciar un incógnito periplo, extendido con final feliz hasta hoy. En el trayecto, Robins se detiene en los procesos judiciales, los detalles personalizados del escape y la llegada, las vicisitudes de los primeros tiempos. Más que una gélida crónica periodística, El polizón y el capitán se convierte a la vez en novela, testimonio etnográfico e histórico. Un muestrario también de la crueldad del capitalismo desde sus inicios, donde herramientas y medios han mutado mientras las prácticas se sofistican a fin de garantizar reproducción y permanencia. Invisibilizados por un Estado que no atina a desarrollar iniciativas inclusivas, hombres y mujeres de Tanzania, Liberia, Guinea, Nigeria, Mali, Camerún, Senegal, Costa de Marfil, Ghana; y otras naciones y regiones enteras, algunas que hasta han perdido el nombre, aprenden el idioma como pueden, trabajan, forman familias, en fin, procuran zafar del fantasma esclavista, real y/o simbólico, que los acecha desde hace siglos.

Bernard, por su parte, funda la Asociación de Tanzania, abocada a auxiliar a sus coterráneos recién llegados. Lo acompañan su compañera argentina, sus hijos, docentes y estudiantes de la Universidad Nacional de Rosario, un puñado de funcionarios. Esfuerzos insuficientes ante una demanda creciente, aunque con la voluntad de generar una colectividad solidaria y productiva. Tales las historias, de dispar destino, por lo general promisorio, en una Argentina que va perdiendo el color blanco que acaso nunca tuvo.