Marea Editorial

Mujer, obrera y socialista

El libro Carolina Muzilli. Obrera, socialista y feminista, (Marea editorial) es una investigación sobre ls luchadora social y política, oradora, escritora, editora y periodista a favor de los derechos laborales, sindicales y culturales de la mujer trabajadora. Reproducimos parte del capítulo III, sobre su apremio por cambiar las condiciones laborales de explotación, acoso y sometimiento para que la mujer obrera sea reconocida como tal. Por Mabel Bellucci

Vueltas y revueltas en las contiendas sindicales de Carolina Muzilli. Su urgencia de transformar la fajina proletaria 

Capítulo III

La unión gremial femenina

El período temporal elegido se extiende desde la última década del siglo XIX hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, caracterizado por la apertura de un proceso de modernización industrial de la Argentina, su progresivo ingreso en la división internacional del trabajo y la consolidación del Estado burgués. Dicho contexto marcó, de alguna manera, el punto de partida de una incipiente inserción femenina en el mundo laboral, sindical y en las luchas sociales, y se correspondió con la expansión de sectores obreros criollos incrementados por las corrientes inmigratorias de ultramar, así como con la consecuente aparición de sus primeras organizaciones sindicales.

Este entorno estuvo atravesado por el protagonismo de Carolina Muzilli (1889/1917) - una de la más notable figura de extracción obrera y feminista del Partido Socialista (PS)-. Aunque los derechos políticos y civiles eran un motivo de militancia de las correligionarias socialistas también establecieron puentes con la clase trabajadora fabril mediante la creación en 1903 de la Unión Gremial Femenina (UGF). Fue Gabriela de Laperrière de Coni—escritora, periodista, activista de la salud pública, feminista clasista1— quien contribuyó a constituir ese espacio junto a la colaboración de la joven militante Carolina Muzilli, siendo, a la vez, la que instó a Carolina a estudiar la prensa y la literatura socialista2.

La UGF desarrolló una intensa actividad con las obreras formales e informales y difundió los conflictos que atravesaban por las precarias condiciones en sus hogares así como en las fábricas y talleres. Tomó como bandera la difusión del proyecto de ley del trabajo de las mujeres y los niños en las fábricas, del que Gabriela de Laperrière fue autora y presentó al Municipio de Buenos Aires en mayo de 1902.

Muzilli: militancia, escritos y oratoria

Carolina desde joven se volcó ala escritura. Sus artículos y ensayos aparecían tanto en la prensa partidaria como en los diarios de tirada nacional. Pronunciaba conferencias, intervenía en mitines, armaba folletos y escribía libros. Todo este dispositivo cultural llegaba con una fuerza notable por sus cuidadosas investigaciones. Mientras tanto, escribía mucho, muchísimo, sobre una enorme variedad de temas en varios campos: las cooperativas obreras, la guerra, el higienismo, la emancipación y la discriminación de la mujer (sufragio, divorcio, sindicalismo, maternidad), y de los niños (educación básica, los hijos naturales), las condiciones de trabajo en los distintos oficios femeninos: costureras a domicilio, lavanderas, maestras, empleadas en grandes tiendas, obreras en las fábricas de tabaco, de flores artificiales, chalequeras, pantaloneras, alpargateras, camiseras, fosforeras, tejedoras. La perspectiva utilizada se proyectó también a la alimentación y el alcoholismo, así como a las condiciones de vida en los conventillos y barrios populares.

Ella se afirmaba desde dos grandes cajas de resonancia: la prensa y los mitines. Comenzó a abrirse camino en el mundo de la militancia socialista mientras trabajaba con una máquina de coser como obrera a destajo y desarrollaba una escritura apasionada como cronista urbana y ensayista. Irradiaba clamor por su conciencia política en un entorno hegemonizado por señores y, en simultáneo, por mujeres ilustradas de sectores medios, universitarias porteñas y platenses, que conformaban una elite intelectual dentro o en las cercanías del partido.

En 1912 fue invitada por el Museo Social Argentino a cooperar para la elaboración de informaciones estadísticas. Dicha institución se encargó de reunir el material aportado por los ministerios, la Universidad de Buenos Aires, las bibliotecas populares, la Penitenciaría Nacional y también los gobiernos provinciales y algunas asociaciones de trabajadores y círculos católicos. La metodología que ella desarrolló para la confección del escrito fue la combinación del estudio minucioso de los materiales elaborados por el Departamento Nacional del Trabajo, los proyectos de ley y las leyes vigentes en esos años. Todos ellos fueron citados a lo largo de la monografía y sostenidos por su experiencia directa, basada en entrevistas, observaciones y hasta el propio desempeño como empleada en una tienda departamental3. Al año siguiente, bajo la forma de folleto se publicó “El trabajo femenino”, que luego fue incluido en el boletín mensual, número 15-16, del Museo Social Argentino.

Una de sus principales preocupaciones se centraba alrededor de la trilogía mujer, trabajadora y madre en la ciudad de Buenos Aires, y en su artículo proponía una aguda radiografía. Fue su primera investigación de trascendencia con resultado exitoso: la Exposición Internacional de Gante, Bélgica, la premió y la distinguió con diploma de honor y medalla de plata.

Para el Primer Congreso Americano del Niño, en 1913, presentó tres ponencias: “La madre y el menor obrero”, “El trabajo de la mujer y el niño” y “Alcoholismo”. Todas fueron acompañadas por diagramas y fotografías. El Comité Ejecutivo le otorgó un diploma de honor y el único premio en dinero.

En 1916 volvió a presentar otro estudio “El trabajo de las mujeres y los niños en nuestro país” con documentación, datos numéricos y diagramas. Fue reconocido por su investigación estadística y social premiado con diploma y medalla de plata en la Exposición Internacional en San Francisco, Estados Unidos. 

Organización de las obreras gráficas

Entre 1912 y 1914 la experiencia laboral de las obreras gráficas en empresas y talleres como en su participación sindical en la Federación Gráfica Bonaerense (FGB), estuvo atravesada por el acompañamiento de Carolina Muzilli quien se propuso como meta la organización y concientización de sus compañeras de clase. La etapa en cuestión representó una fase decisiva en el embrionario proceso laboral y sindical de la población femenina en general, y de las artes gráficas, en particular. Esta rama específica de la industria presentaba rasgos especiales por el carácter informativo y cultural del producto elaborado (la palabra escrita) y por su destacado nivel de mecanización.

Disponía de una mano de obra masculina, tanto nativa como extranjera, numerosa y altamente calificada. Entre la heterogeneidad de los oficios del sector, sin embargo, las mujeres estuvieron insertas en tareas poco calificadas, rutinarias, mal remuneradas, entre otras tantas condiciones. Además, no habían logrardo integrarse masivamente al proceso de maquinización que favorecía a las destrezas técnicas exigidas por la modernización industrial, apremiadas a desempeñar la “doble jornada”. Es decir: su rol de obreras junto a la de madres, esposas o responsables única del hogar, las condicionaba de manera extrema para lograr sus alcances de profesionalismo laboral. 
Pese a estas múltiples limitaciones que se presentaban, Carolina no se dejó amedrentar. En una extensa crónica publicada en el periódico El Obrero Gráfico, enero y febrero de 1912, bajo el título “Organización de las obreras gráficas” ella daba cuenta de su compromiso socialista y feminista en dicho sindicato.4 Con sumo detalle, describía sus objetivos y propuestas.

Al ingresar a la FGB, a Carolina le surgieron dudas en cuanto a la falta de concurrencia de las mujeres en las luchas de su sindicato al no existir petitorios, demandas o protestas organizadas por ellas mismas que hablasen de sus derechos, ni tampoco eran contemplados en los reclamos de sus camaradas. En consecuencia, el objetivo inicial de Muzilli fue atraerlas y así promover su interés en la vida gremial. Después de logrado este primer paso, se presentaba el compromiso de que ellas levantasen sus reivindicaciones específicas. Para ello Carolina, siguiendo lo relatado en su artículo, proponía lo siguiente:


Vamos a organizar a las mujeres de las artes gráficas en sindicatos femeninos. Incluiremos en los estatutos, aparte del subsidio de desocupación existente, una cláusula de socorros mutuos. Instalaremos una biblioteca […] Instituiremos una escuela nocturna, y haremos, ante todo y sobre todo, conciencia de clase. Trataremos pues, en esta forma, de evitar el escollo de la mal comprendida moralidad. Para terminar, sólo me resta recomendar a las obreras gráficas un poco de buena voluntad y amor propio en pro de esta organización. 


Inclusive, formulaba la necesidad de crear una sección femenina en el seno de la organización mixta, inspirada en el deseo de contribuir a la elevación de sus mentalidades: 


No es solo para que os constituyáis en cotizantes de una agrupación, sino que, interviniendo con vuestra actividad en su desenvolvimiento, le deis vida y podáis crear un centro positivo de cultura femenina.

 

En verdad, sus proposiciones eran de vanguardia al significar que no solo se generaba un espacio propio dentro de la organización, sino que también visibilizaba las prácticas sociales de las mujeres en tanto tales, cuestionando el rol pasivo de simples afiliadas. A partir de sus suposiciones, todo ello contribuiría a dotar a las obreras de una fuerte identidad como sujetxs explotadxs, así como un autorreconocimiento como productoras en el mercado laboral.

Estos planteos no apuntaban tan solo a vencer la resistencia de las trabajadoras a participar dentro de sus sindicatos, sino que significaban, a la vez, un llamamiento a luchar junto con sus pares masculinos, no como varones sino a partir de sus diferencias y especificidades. Por lo tanto, su retórica encerraba un perfil novedoso: no se alineó con la estrategia tradicional del feminismo obrero de la época, que era intentar que las trabajadoras operasen a la altura de los trabajadores, es decir, asimilar la visión y la conducta masculina en los ámbitos laborales formales como informales.

Tal vez, este estilo de Carolina, más allá de sus intenciones conscientes, aseguraba un cambio significativo de rumbo, que quizás aún no era comprendido sino también existían obstáculos materiales por parte sus compañeras de clase. Por ejemplo, en su libro El trabajo femenino, constituía una invitación de avanzada, pero no siempre adecuada a las necesidades de las mujeres pobres, pues manifestaba percibir las prácticas de agremiación de las obreras en cuanto tales:


Urge que las mujeres que trabajan se organicen en sindicatos. El sindicato indicado sería el que tuviera a la vez funciones de “resistencia”, de socorros mutuos y de “instrucción”5.


Su decidida intervención fue logrando respuestas lentas. Tiempo después, la biblioteca social de la Federación Gráfica anunció la adquisición regular de obras vinculadas al pensamiento femenino para ponerlas a disposición de las afiliadas. Este hecho era considerado por Muzilli como un “logro total”, ya que permitía a las gráficas ampliar el orden de sus referencias6. Asimismo, en el artículo mencionado, Carolina proponía que

las mujeres de las artes gráficas participen en sindicatos femeninos, confeccionando un estatuto y unos principios de organización supeditados directamente a la Federación Gráfica, así como el armado de una biblioteca.7

Entretanto, les sugería que pugnaran por sus demandas específicas constituyendo sus propias organizaciones, pero sin olvidar nunca la lucha sindical de sus compañeros. En consecuencia, tal invitación podría ser entendida como una disputa a dos puntas: por un lado, bregaba para que las mujeres se aliasen a los trabajadores en sus espacios de resistencia; por el otro, les proponía que levantasen sus causas específicas, dado el número ínfimo de proletarias en dicha industria que no estaban sindicalizadas ni tenían una mínima capacitación.

Se supuso en una cantidad de oportunidades que fue el diputado socialista Alfredo Palacios quien le encomendó a Carolina llevar a cabo esa misión, ya que se consideraba que las trabajadoras presentaban desinterés por la asociación gremial8. En cambio, al volver al artículo ya citado “Organización de las obreras gráficas”, Carolina comentaba que había sido invitado por el compañero Fernández, integrante de la Comisión Administrativa de la Federación Gráfica, sin brindar otros datos más sustantivos. No obstante, según la investigadora Silvia Badoza, la Federación había encontrado una solución en la organización de una sección femenina bajo el control y dirección de la Comisión Administrativa de la Gráfica Bonaerense que tenía como objetivo la urgencia por educarlas o socializarlas en la lucha sindical. Esto expresaba el propósito de evitar que las mujeres actuasen en contra de los intereses de los trabajadores más que la voluntad de una integración que rompiera con las situaciones de inequidad.

Entonces es válido preguntar: 

¿Por qué las gráficas revistieron más interés para el Partido Socialista que para sus propios camaradas de trabajo y del sindicato más combativo de la época? 

¿Por qué Carolina intervino políticamente en un gremio que se caracterizaba por su predominancia de mano de obra masculina cuando su militancia se centraba desde su condición de obrera feminista?

¿Qué la condujo a tomar tal cometido? 

¿Qué situaciones se presentaron entre la Federación Gráfica Bonaerense y las obreras para que se haya decidido organizar una sección femenina?

¿Por qué se eligió la Comisión Administrativa para dirigir a esa sección?

¿Cómo llegaron a contactarse Carolina y Fernández? ¿Quién los presentó? ¿Habrá sido una iniciativa propia de Fernández o, por el contrario, una petición partidaria a Carolina?

También pudo haber contribuido a la gestión de ser requerida su hermano menor y compañero inseparable, el poeta, narrador y editor José Muzilli. Él había ingresado al Partido Socialista en 1907 y se había integrado poco después a la redacción de La Vanguardia. Desde allí armó una estrecha relación con el diputado Palacios. Fue su secretario privado e integrante, en 1915, del congreso fundacional del Partido Socialista Argentino (PSA) que lanzó un “Manifiesto al pueblo de la República”.

En fin, poco o nada se podrá saber sobre quién hizo el requerimiento desde las filas partidarias para que ella decidiera concentrar sus energías en este sindicato que se distinguía por su alto protagonismo en las contiendas sociales y con un personal altamente calificado, pese a que en su amplia mayoría eran varones. Tal vez, más que la situación particular de las gráficas, haya sido el perfil de vanguardia del propio sindicato el que provocó el empeño de los socialistas por participar políticamente dentro de las columnas de mujeres mediante la figura de nuestra militante.

Pese a su persistente disposición, el vínculo con las obreras gráficas resultó breve. Es posible que sus propuestas audaces no hayan encontrado la recepción que perseguía con ese ímpetu militante.

En suma, es imprescindible recuperar el papel protagónico de Carolina Muzilli, quien se propuso como meta la de organizar y concientizar tanto a las obreras fabriles como a las empleadas a destajo. Lamentablemente, su compromiso tan avanzado se mantuvo en el olvido por desconocimiento u omisión. De allí que volver a impulsar la lectura del recorrido con su discurso y su accionar es fortalecernos con su legado, que hoy tiene más vigencia que nunca. Es fuerza feminista clasista, anticapitalista e internacionalista de esta militante obrera, escritora, periodista y editora que hizo camino al andar, y que aún nos sigue convocando.

 

En dicha agrupación gremial asimismo participaron otras destacadas militantes socialistas como Fenia Chertkoff y Cecilia S. de Baldovino, quien fue representante por la recién creada asociación en el Comité Ejecutivo Nacional de la Unión General de los Trabajadores, donde se hizo cargo de las tareas de tesorera.10 Establecieron su sede en Barracas, un barrio de Buenos Aires que concentraba un número importante de establecimientos industriales como la fábrica de alpargatas La Argentina, la Compañía General de Fósforos y un caudal de entidades textiles que reunían el grueso de la mano de obra femenina. No obstante, dicha asociación no fue acompañada por una adhesión masiva de las mujeres, las que tampoco lo hicieron respecto de las organizaciones gremiales en general.

Entre los reclamos se contaban el descanso dominical, la prohibición de trabajo nocturno para las mujeres y los niños, la prevención del descanso de las vendedoras de comercio con la famosa ley de la silla. Si bien intentaban lograr una participación gremial, lamentablemente no pudieron concretar ese objetivo. Como plantea la historiadora Mirta Lobato, las trabajadoras en el hogar, cumplían un “deber ser femenino” que las alejaba de la acción colectiva, ya que el tiempo de su actividad laboral y gremial competía con el del  ama de casa.
 

Tenían el problema de conciliar la participación en la protesta, lo que significaba una cantidad de horas destinadas a garantizarla, y el cuidado del hogar, que requería tantas o más horas. En oposición, los varones estaban liberados de esta disyuntiva.12
 

Algunas agrupaciones sindicales de mujeres perduraban por un corto plazo, gracias al empuje empeñoso de las excepcionales de entonces. Según, un artículo publicado en el periódico socialista La Vanguardia bajo el título “¡Qué hazaña policial! Detención de pacíficas obreras”, afirmaban que “al formar parte de la Unión Gremial Femenina, las obreras podrían poner límites a la desconsiderada explotación, rapiña de la que los patrones las hacían víctimas.12” Y avisaban que su secretaría funcionaba en la calle Méjico 2070, “donde podían acudir a hacerse anotar como socias y asistir a las reuniones los domingos a las dos de la tarde.”13 Era evidente que durante la semana resultaba imposible convocar a encuentros, justamente por la doble jornada de las trabajadoras. Con todo, la hora y el día elegido por tal espacio gremial tampoco tentaban a asistir, frente a los compromisos hogareños en un día no laborable. Este dato no habrá sido menor para organizar y convocar las asambleas gremiales.

En consecuencia, el contingente de afiliadas y adherentes no era numeroso, pese a que su espacio político sustentaba a gran parte de las referentes sindicales y auspiciaba la apertura de estos ámbitos. Al respecto, vale la pena retomar los planteos de Mirta Lobato en relación a que gremios como la UGF fueron el resultado de la intensa actividad de unas pocas militantes, ya que además de las protestas, la integración a la actividad gremial demandaba muchas horas dedicadas a reuniones, estudio, visitas a las trabajadoras, y muchas mujeres consideraban que “no disponían de tiempo” por las obligaciones familiares14.

Con todo, se constituyeron sindicatos femeninos que pelearon contra la incorporación de la maquinaria y el desplazamiento de la fuerza de trabajo de las mujeres, sin olvidar atropellos como los malos tratos y el acoso sexual de los empresarios y capataces.

Por otra parte, la vinculación sindical era muy limitada, pero ya no solo por dificultades en la disponibilidad de tiempo o de organización en la vida cotidiana. Además, se sumaban los obstáculos que encontraban para adecuar su intervención a los modelos que regían en la vida sindical, fundados en códigos, discursos y estrategias con hegemonía de prácticas masculinas. Este conjunto de circunstancias generó una retracción para participar en ese ámbito a partir de la automarginación, aceptando el protagonismo de los varones, sobre todo en términos organizativos y decisorios en distintos grados de involucramiento en la intervención político-sindical.

Si se presentaron casos de concurrencia, fueron coyunturales, con inconvenientes para mantener la continuidad a lo largo del tiempo. A la par, eludían la vinculación o el compromiso con instituciones formalizadas u organizaciones duraderas. Ese vínculo implicaba una carga de compromisos, dedicación de tiempo y esfuerzo, al que las mujeres pobres no podían dar respuesta a causa de sus responsabilidades familiares y hogareñas. Quebrantar reglas jerárquicas y expulsivas cuando aún la esclavitud doméstica no había sido abolida, sumaba más adversidades que satisfacciones. 

Algunas agrupaciones sindicales de mujeres perduraban por un corto plazo, gracias al empuje empeñoso de las excepcionales de entonces. Según un artículo publicado en La Vanguardia15 bajo el título “¡Qué hazaña policial! Detención de pacíficas obreras”, afirmaban que, al formar parte de la Unión Gremial Femenina, las obreras podrían poner límites a la desconsiderada explotación, rapiña de la que los patrones las hacían víctimas.

A la vez, avisaban que su secretaría funcionaba en la calle Méjico 2070, “donde podían acudir a hacerse anotar como socias y asistir a las reuniones los domingos a las dos de la tarde”. Era evidente que durante la semana resultaba imposible convocar a encuentros, justamente por la doble jornada de las trabajadoras. Con todo, la hora y el día elegido por tal espacio gremial tampoco tentaban a asistir, frente a los compromisos hogareños en un día no laborable. Este dato no habrá sido menor para organizar y convocar las asambleas gremiales.

La precariedad de la presencia femenina en el ámbito gremial no respondía tan solo a la dinámica interna y las especificidades de los sindicatos, sino también a que la tasa de agremiación general de las mujeres resultaba ínfima. Este dato reflejaba también la falta de inserción de las obreras en el proceso productivo.

A renglón seguido, ella relataba que, en el X Congreso Nacional del PS, celebrado en Buenos Aires en enero de 1912, se votó por unanimidad una moción referente a la organización gremial y política de las obreras, presentada por el delegado del Centro Socialista Obrero:

Organizar a las mujeres trabajadoras en “sindicatos mixtos” en las industrias que empleen obreros de ambos sexos y en “sindicatos femeninos” donde solo haya empleadas mujeres.16

Este apoderado agregaba que la verdadera organización de grupos femeninos se hacía no con declaraciones líricas de las feministas agrupadas en círculos de clase ni con las manifestaciones bullangueras de las sufragistas sino con el criterio práctico y el espíritu de clase de la mujer proletaria. Manifestaba que tal proposición había sido presentada por la señorita Muzilli.17

Un dato significativo que no debería soslayarse: ella responsabilizaba a sus camaradas por la falta de participación de sus pares en la organización sindical mixta y de mujeres, en la medida en que nunca les había preocupado. De igual forma, este planteo coincidía con lo propuesto por algunas referentes más importantes del anarquismo local y del Río de La Plata, entre ellas, Juana Rouco Buela.

Quizás, sin haberse conocido, todas acordaban en responsabilizar a sus compañeros de lucha por el desinterés que presentaban frente a la limitada intervención de las obreras en los diversos frentes de contienda. Situación que aún hoy no está resuelta. 

Tanto Carolina como José tuvieron una intensa trayectoria pública en el campo de la oratoria, la escritura y en la contribución socialista. A los 23 años, esta ferviente activista y su hermano desarrollaron ciclos de conferencias en torno a la emancipación obrera y el ideario socialista. Acaso, ambos alcanzaron acuerdos de entendimiento a partir de expectativas y experiencias comunes partidarias y sindicales, como pudo haber sido la Federación Gráfica.