Sin ningún tipo de dudas, podemos afirmar que las dictaduras arrasan los movimientos sociales, salvo aquellas heroicas resistencias que perduran en el tiempo. En general, la configuración de una dictadura implica la mutilación de los movimientos que expresan algún contagio de peligro para las lógicas del poder. Pero, atención: que arrasen no quiere decir que desaparezcan totalmente.
En torno a la implicancia de los colectivos de mujeres y diversidades, en las dictaduras que se extienden por América Latina, desde el golpe de Jacobo Árbenz, en Guatemala, hasta toda la secuela de la década del setenta, no hubo movimientos de la diversidad, pero sí una acción de movimientos de gays y lesbianas que comenzaba a crecer en número y potencia. Por ejemplo, en 1978, comenzó a haber en Argentina un reverbero de la acción feminista, una germinación de movimientos al feminismo, que tuvo su expresión militante.
También podemos ubicar el inicio del famoso Frente de Liberación Homosexual (FLH), que tenía una composición interesante. El FLH mantuvo vínculos con una parte del feminismo que se abría paso en la coyuntura, en particular con dos agrupaciones: la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Femenina (MLF). Fueron las activistas de este último quienes contribuyeron a la iniciativa del Grupo de Estudio y Práctica Política Sexual –que mantuvo su autonomía–, cuyo empeño mayor era reflexionar sobre los caminos para derribar los preconceptos morales, denunciar los orígenes patriarcales y capitalistas de la censura del sexo y propiciar el reconocimiento de la sexualidad libre.
No obstante, en las estructuras partidarias de izquierda, había muy poca habilitación de los sentidos de acogimiento. Basta recordar las situaciones con epicentro no solamente en el orden soviético, sino también en Cuba, por ejemplo. Para recorrer con justicia ese pasado hay que hacerse cargo también de que estos movimientos eran de muy exonerada consideración por parte de las izquierdas.
Pero las dictaduras militares, sobre todo, han sido muy enemigas de los movimientos sociales y de cualquier movimiento que tuviera que ver con liberación homosexual. Lo mismo si nos situamos en torno a los colectivos de mujeres y feministas, donde vemos esa misma persecución dictatorial y, a la vez, ciertos episodios de resistencia.
En una buena cantidad de países, las resistencias que se dieron contra las dictaduras fueron promovidas por organizaciones feministas. No dejo de pensar en el renacimiento del feminismo en Chile, durante la Dictadura de Pinochet, en donde hubo un activismo feminista de contestación muy importante. En Brasil, el primer elemento articulado que se opone a la Dictadura es el
Movimento Feminino pela Anistia, a cargo de Dona Therezinha. Lo mismo se podría decir de Perú, en referencia a ciertas resistencias a gobiernos autoritarios que tuvo a las feministas en el centro de la escena, una de cuyas vertientes más importantes giró en torno de la Universidad Católica de Lima. De allí salieron figuras del feminismo muy proyectadas hasta la actualidad.
En suma, las dictaduras arrasan los movimientos sociales. Los arrollan. Y, a la par, surge la resistencia, uno de cuyos núcleos proviene de las mujeres, dado que una particularidad de su movimiento es una vibrante actuación antidictadura.
Estamos hablando de movimientos que no son de márgenes, sino que son configuraciones en el centro de la acción. En esa cartografía, por supuesto, ubicamos a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que, en Argentina, fueron el movimiento de radicalidad opositora a la Dictadura. Si bien es cierto que estaban muy lejos del feminismo, no deja de ser muy impactante el marco de acción de su gesta, de la que brindaremos unas breves configuraciones, a partir de algunos elementos de su composición.
Primeramente, hay que correr el velo de que eran inocentes amas de casa. En el contexto de los años 60 y 70 de este país, en donde había tan ardoroso fervor militante, en donde los hijos y las hijas estábamos metidos en tantas cosas, padres y madres, no digo que acompañaran, pero no podían estar tan desintonizados: la política era un fragor de la mesa cotidiana. Lo que quiero decir es que no debemos pensar que había una tabula rasa en esas mujeres que, finalmente, deciden ir a reclamar de esta manera en Plaza de Mayo.
Durante esas décadas, las formas de sociabilidad femenina se metamorfosearon de modo singular gracias a los mayores grados de libertad que una gran parte de las mujeres disfrutó en ese periodo histórico. Se asistía a una renovación de ambientes y de contactos que dependían muchísimo menos de la influencia familiar, y hasta se podía mudar por completo de canon e inscribirse en la opción hippie que reveló cierto nomadismo. La vida doméstica se articulaba mucho más con los fenómenos públicos; ya no se podía estar por fuera de los acontecimientos políticos que transformaban la vida cotidiana.
Claro que, efectivamente, el horror del terrorismo de Estado era algo que ni siquiera estaba pensado: no se podía pensar en tamaño horror. Y cuando, evidentemente, las circunstancias son tan brutales, tan aciagas, estas mujeres justamente usan la treta de la maternidad, que era incontestablemente un valor de la propia pregnancia conservadora de la Dictadura.
“Somos Madres, impolutas, nadie puede decir nada, no estamos contaminadas con la política”. Esto es muy interesante, porque tomaron la decisión de no adherir a identidades que tuvieran algún tinte partidario, y sin dudas, eso fue muy exitoso. Imaginaron que los militares, que comulgaban con los trazos más conservadores del género, no se animarían a reprimir severamente sus actos –aunque este cálculo no se constatara– y que lo contrario ocurría con los maridos, por lo tanto, tuvieron la sagacidad de mostrarles que era su condición de madres lo único que las movía.
Su desempeño fue admirable, el mundo entero llegó a identificarlas como damnificadas que se animaban a enfrentar al monstruo aniquilador, y lenta, pero inexorablemente, también conquistaron el reconocimiento de nuestra propia sociedad, hasta transformarse en el movimiento político más importante de la segunda mitad del siglo xx, por lo menos. Fue un estruendo político.
El significado de género es abrumador. Su resistencia echó por tierra cualquier cálculo sobre la docilidad de las mujeres, contribuyó a derrumbar el mito de la facilidad con la que estas se doblegan y acatan. Las Madres y Abuelas, que unieron rituales domésticos y escenarios públicos, dieron nuevo significado al tránsito entre la casa y la plaza.