Los muertos de las Malvinas, Carlos Menem Junior, Yabrán, Copito... Están muertos. Pero están presentes. Son fantasmas. Convocaron o convocan al delirio tribal.
Como explicó el filósofo italiano Giorgio Agamben: los monjes medievales "veían" fantasmas. Estaban solos, la mayor parte del tiempo encerrados en sus celdas de clausura y entonces "veían" a los muertos. Alucinaban historias "vividas" con ellos que consideraban reales. Hablaban con los difuntos, amaban sus apariciones. Eso creían, que los muertos vivían, y que hablaban y que las historias que los muertos contaban eran verdaderas como la palabra de Dios. Los fantasmas los llevaban a la locura.
(...) La necrofilia imaginativa se articula con la soledad. La multitud, la tribu masiva, florece en la paranoia y el aislamiento encerrada en el círculo de sus propios delirios.
Es una hipertrofia de la imaginación, una victoria de las sombras y de las apariciones, una vampirización del propio imaginario. La tribu masiva bebe la sangre derramada en sus propios extravíos. Absorbe los flujos funerarios y uteromórficos de sus alucinaciones endógenas.
Son conocidas la urnas funerarias uteromórficas. Eran comunes entre los griegos y entre los pueblos precolombinos. Los muertos eran depositados en "uteros" cerámicos donde postmortem permanecían, permanecen, en posición fetal. Las tribus construían su propia imagen de la muerte, reconfigurada como placidez originaria. Era una ginecología artesanal y mitológica inversa, que procuraba un pre-nacimiento eterno y deseado, frente a la muerte indeseada.
Lo substancialmente indeseado es lo azaroso, lo inexplicable de la condición humana, el accidente propiamente dicho. Aquello que no coincide con las creencias. Resulta insoportable, absurdo y horroroso. Resulta preferible elaborar un organon sistémico funcional al deseo tribal. La muerte se inscribe entonces en un modelo lógico que la explica. El modelo conspirativo, aquel que todo lo refiere a un plan urdido en las tinieblas, por inteligencias malignas e inevitablemente extrínsecas a la tribu, resulta siempre funcional al deseo social. Porque explica lo inexplicable y conjura el absurdo.
Pero no siempre es real. La noticia deseada es una construcción uteromórfica plural, un sistema de representaciones sin articulación empírica en el que la sociedad, la tribu, se inserta como quien se sumerge en aguas uterinas, propias, como protección contra la realidad misma. Con los ojos cerrados, el pulgar en la boca y los sentidos adormecidos por la situación no objetal, prenatal, en la que se encierran, las masas infantilizadas encuentran sus úteros masivos.
La paradoja es que se encierran allí los vivos con los muertos y todo se vuelve fantásmagórico. Inmaterial, irreal y divagante. Ese amurallamiento enajenado, refractario a los que no deliran, es el aquelarre social que desata el imperio de la combinación gótica entre la tragedia y la noticia deseada.
Esa fuga deseada es una pasión inútil.
Máquinas de persuadir
Petitó significa en griego "persuasión". Es la "peitarquía", y no la democracia, el modelo de poder dominante en Occidente. La peitarquía es el gobierno a través de la persuasión, de la constitución permanente de opinión pública. De la producción de adhesiones por los caminos del espectáculo. El siglo XXI ha fragmentado y a la vez globalizado los canales persuasivos. Los nuevos medios determinan nuevas formas de persuadir. Nuevas maneras de estructuras-diálogos a través de máquinas. Porque la persuasión es un flujo comunicacional inconmensurable.
Persuaden los formatos mediáticos más que sus contenidos. Efectivamente, aunque suene trillado no por eso es menos cierto: "El medio es el mensaje".
El hardware impone el software, pero el software mental. Determina mentalidades y propicia conductas. Una generación global unida a los teléfonos celulares está formada, "configurada" -en el sentido informático de la palabra- de otra manera que una generación comunicada a través de teléfonos tradicionales.
(...) Pero el teléfono celular llevó la reversibilidad al extremo. Es micrófono y es auricular, pero a la vez, cámara fotográfica y emisor de imágenes estáticas o móviles, incluyendo las televisivas. Recibe mensajes escritos y los emite. Es proveedor ilimitado de flujos de información y vasto destinatario de lo mismo.
Los rituales prácticos de la acción periodística se desenvuelven hoy en un nuevo hábitat tecnológico con jurisdicciones ilimitadas.
Los cronistas del siglo XXI portan una máquina ínfima, íntima como todo lo que puede acurrucarse en una mano y con inmensos poderes, como si fueran varitas mágicas, parlantes, receptivas y animadas, pero reversibles.
La reversibilidad personalizada colocó a escala individual el sistema de vínculos con los medios. Provocó y provoca un estadio de intimidad mediática. Pero es una intimidad paradójica. Como diría Lacan, es una "extimidad". Un interior que se toma exterior. La mentalidad individual se vuelve social. Se materializa como mente externa. Se globaliza la reversibilidad y se esfuma la polarización emisor-receptor. Por eso la construcción de la noticia deseada es una co-producción donde la secuencia emisor-receptor es mudable, cambiante y volátil, según el poder del deseo.
(...) La transformación tiene tal magnitud que deposita en el pasado la categorización de Pippa Norris, prestigiosa analista simbólica de la Universidad de Harvard. Para ella, existen dos tipos de países en Occidente: los "tevecéntricos" y los "diario-céntricos". Según sus investigaciones, las sociedades diario-céntricas tienen democracias más sólidas y consolidadas. Se caracterizan por tener un índice muy alto de lectores de diarios y por ciudadanías que le prestan menor atención a la televisión y a los géneros vinculados con el entretenimiento.
De acuerdo con Norris, los países que más lectores de diario promedio tienen en el mundo son Noruega, Japón, Islandia, Finlandia y Suecia. En ese orden. En Noruega, de cada cien habitantes, 75 leen el diario cada día. La tasa de información escrita que se genera y consume es considerablemente mayor que la tasa de información televisiva que se consume.
Los países "tevecéntricos" son, por ejemplo, Grecia, Turquía, México y Polonia. Tienen menor calidad y tradición democrática y mayor injerencia de los gobiernos sobre la prensa. (...) El ejemplo más complejo es el de los Estados Unidos. Es una sociedad "tevecéntrica" pero atípica. El 83 por ciento se informa sobre todo a través de la televisión. El 42 por ciento de los norteamericanos lo hace a través de los diarios. (...) Pero en los momentos críticos, como el del atentado del 11 de septiembre, los norteamericanos se volcaron masivamente a la lectura de diarios y revistas tradicionales, y revirtieron entonces, durante esos períodos de extrema tensión, el normal liderazgo televisivo como primer vector informativo.
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