Observa a la vida como un problema común a todos y que cada uno necesita del otro en esta humanidad, desarrollando caminos en conjunto y alternativas para enfrentar a las crisis actuales. “No queda espacio para la autosuficiencia”, dice en su libro “Un mundo común”, de reciente edición en nuestro país. Marina Garcés es española, reconocida doctora en filosofía, profesora de la Universidad Abierta de Cataluña y autora de varios ensayos, de amplia difusión en su país. Desde antes de la pandemia, ya hablaba de la importancia de aceptar la incertidumbre, de “estar en lo incierto” y de “imaginar futuros compartidos”.
-¿Cómo se hace para buscar puntos en común en tiempos complejos?
Hay dos maneras de entender lo común: o bien como aquello que nos une en lo mismo, o bien como que nos concierne aunque sea en lo diverso. En el primer caso, nos unirán determinadas reivindicaciones o demandas. En el segundo, deberemos preguntarnos, ¿podemos tener problemas en común vividos desde lugares o posiciones diferentes? Movimientos como el feminismo o grupos ecológicos o sobre el cambio climático o ligados con lo sanitario nos pueden ayudar, aún más, a entender y percibir que hay problemas comunes que podemos abordar desde posiciones sociales, culturales o geográficas diversas.
-¿La pandemia podría crear más aspectos comunes entre personas diversas?
Sí, efectivamente. Los mercados, por un lado, alimentan la competitividad económica por abastecerse de material sanitario, vacunas o crédito, y los estados dan respuestas por separado, que también contribuyen a esa lucha por quién lo está haciendo mejor, o quién va a perder menos en esta crisis. Por eso es tan importante volver la mirada hacia lo social, hacia los colectivos profesionales, vecinales, culturales, como polos capaces de desviar la mirada y la comprensión de lo que nos ocurre de forma solidaria y transversal.
-Por otro lado: ¿hay un riesgo que la distancia con el otro en estos contextos pandémicos agigante el miedo a que el que piense distinto pueda “apestar”?
Hace tiempo que ya tendíamos a un mundo de fronteras, guetos, barrios miseria, círculos cerrados para las élites, reconcentración de identidades... También la dinámica de las redes sociales, abiertas en un inicio al cruce y al encuentro, es hoy un elemento de polarización deliberada y de autoconfirmación. Si le sumamos el miedo directamente físico al contagio, la burbuja mental se convierte en burbuja aérea, respiratoria, corporal. Por ahora, el miedo al contagio ha entrado en las casas, entre los familiares, compañeros de trabajo. Los otros peligros somos todos, aún para los más cercanos (nuestros abuelos, por ejemplo). Cuando haya grupos sociales que ya puedan garantizar su inmunidad, el otro será el extraño y, por supuesto, el extraño más pobre. Esta sociabilidad confinada no es ninguna novedad. Lo que lo es, es su dimensión global y generalizada, y el hecho de que afecte aquellos que normalmente tenemos más derecho y acceso a la movilidad. Más que la fragilidad del sistema, lo que nos muestra es la desigualdad y la violencia social sobre la que funciona nuestra normalidad.
-¿Cree que está pandemia nos puede terminar encerrando en nosotros mismos?
Por un lado descubrimos al otro como una amenaza directa y nos aislamos. Por otro lado, hemos pasado también a percibir la necesidad de los vínculos, en el momento en que se han hecho ausentes. La lejanía de los compañeros de trabajo, de clase, de los amigos o familias extensas, del encuentro con otros en la vida social... ahora vivimos la ausencia de todo esto que dábamos por supuesto y quizá le empezamos a dar, también, un valor que no le dábamos.
-¿Como sería un mundo alternativo, de “futuros compartidos”?
Es una paradoja que debemos explorar, desde un punto de vista teórico, pero también práctico y político. Cuanto más se privatiza el futuro, más deseo sentimos, también, de una vida compartida. La pugna por el mañana rompe los vínculos a tal punto, que quizá empezamos a dudar si queremos vivir ese mañana tal como parece dibujarse en el horizonte. ¿Quién quiere sobrevivir solo en una burbuja? El devenir actual del mundo parece decirnos que no hay futuro para todos, o que más bien lo que nos queda por vivir es el no-futuro. El futuro se ha convertido, como el resto de recursos que mueven a la sociedad, en un bien escaso. Por eso el futuro está en disputa: es una amenaza para muchos y un privilegio para pocos. Y estos futuros en disputa cada vez nos separan más.
-¿Se trata entonces de repensar una nueva concepción del “nosotros”?
En las sociedades modernas el nosotros siempre ha sido un problema irresuelto. Las distintas maneras de inventar o de imponer determinados sentidos del nosotros han marcado la historia de la modernidad, con sus guerras, sus estados, su geografía colonial y sus conflictos identitarios. Pero hay muchos “nosotros” en conflicto en un mundo altamente interdependiente y a la vez muy fragmentado. Ni el individuo ni las comunidades pueden ser autosuficientes.
-En Argentina se habla todo el tiempo de grietas. ¿Cómo observa esta realidad a la distancia?
Cuando pienso en la palabra “grieta” la veo desde un sentido distinto a la que ven ustedes, los argentinos. El uso de las palabras a veces abre imaginarios distintos según el contexto. La grieta puede ser una ruptura que abre algo, mera fragmentación política, segregación social y polarización ideológica. Pero en los movimientos sociales en los que yo me he formado en Barcelona, el imaginario de la grieta siempre ha estado muy presente como una oportunidad de abrir lo ya construido y dejar crecer la mala hierba entre las grietas de un muro, de una roca o del asfalto. Es decir, dejar crecer la vida nueva no domesticada. Dejar que surjan las respuestas colectivas que no vienen dictadas desde arriba sino como una expresión de la vida en común.
Señas particulares
Marina Garcés estudió filosofía en la Universidad de Barcelona donde se doctoró. Es profesora titular en la Universitat Oberta de Catalunya y en la Universidad de Zaragoza. Desde 2002 impulsa y coordina el proyecto Espai en Blanc. Ha desarrollado su pensamiento en diversos libros de ensayo como “Un mundo común”, de reciente edición en Argentina, “En las prisiones de lo posible”, “Ciudad princesa”, donde recorre la historia reciente de Barcelona, y acaba de salir “Escuela de aprendices”, entre otros. Ha colaborado con entidades como el Instituto de Humanidades de Barcelona y el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo), con los que ha participado en proyectos colectivos desde los que ha reflexionado sobre el mundo educativo y las transformaciones en el ámbito de las humanidades.