Por SANTIAGO BARDOTTI
Este es un libro basado en hechos reales. Se trata también de una colección de artículos aparecidos en diferentes revistas. Entonces, aunque se cuentan muchas historias, no se trata de ficción. O se trata de ficciones reales como quiere el título de la colección. Los textos de Primera persona no son cuentos y de seguro no conforman en su conjunto una novela (aunque un freudiano bien podría mencionar al pasar “la novela familiar del neurótico”, después de todo un artículo habla de su padre, otro de su madre, no pocas fobias y manías son mencionadas aquí y allá y los recuerdos de la niñez y adolescencia son omnipresentes), géneros en los cuales la autora se destaca.
Una particularidad que resalta es que la autora no habla tanto de lo que la apasiona (descontamos que una escritora o escritor ama tanto leer como escribir) como lo que la molesta e irrita. Otra particularidad es que la autora odia lo que en estos tiempos todos parecen amar; viajar por ejemplo. Odia también el mar. ¿Cómo se puede escribir y odiar el mar?
"Qué raro que un charco de agua infinita provoque pasmos de poesía. Al próximo poeta que proponga un verso sobre el mar, córtenle los dedos de un tajo y que lo escriba con sangre", nos dice en las primeras páginas.
La autora puede tenerles miedo a las olas pero no tiene miedo de ir en contra de toda la literatura universal. Tiene razón en que casi no hay tradición que no regrese al mar.
Así lo decía el poeta Aníbal Zandivar en la película ensayo/documental reciente de Fernando Spinner La boya (con la colaboración de Pablo de Santis). Zandivar es amigo del director y la historia de esa amistad, su relación con el mar y una ciudad balnearia (Villa Gesell) son puntos de partida para contar su propia historia. Un ejercicio de cómo hablar de uno y al mismo tiempo hacer hablar a ese mundo privado para hablar de otros. Hablando de sí mismo, en el camino mostró la cara desconocida de una ciudad, de un pueblo en verdad, donde miles de veraneantes que llegan cada año pueden no enterarse de nada (no importa que repitan el ritual de la playa año atrás año) si no aparece alguien allí para mostrárselos.
La escritura en una furiosa primera persona invita al antídoto, a otras versiones posibles, por el riesgo de quedar atrapados en una visión caprichosa o que reclame demasiada importancia (como indefectiblemente tiende a hacerlo, es casi su premisa). Porque está claro que hay muchas maneras de escribir en primera persona. Un tipo de escritura que tiene muchas ventajas y asume también muchos riesgos. Entre otros, ajustar cuentas con hechos y personas, convertirse en un chismoso, ser impúdico, ser demasiado arrogante, en suma, resultar injusto. La autora coquetea con todos estos riesgos y después retrocede. Puede ser que ese sea el juego. Es sensible e inteligente como para hacerlo. Sabe de qué se trata.
Nacida en Colombia y habitante de Buenos Aires, Margarita García Robayo también dicta talleres de escritura, como solía darlos Hebe Uhart.
En el actual auge de la escritura de crónicas, los estilos no pueden ser más antagónicos. (¿Cuánto tendrán que ver los cuarenta años o más que la separan con la escritora recientemente fallecida?). Como escritoras que son no podían faltar en sus cróncias el relato de una Feria del Libro (en Uhart) o un encuentro con escritores (Robayo). Uhart hace hablar a todo el mundo, taxistas, porteros, vendedores. Los colegas también claro. Todos.
Para Margarita García Robayo, son más bien antagonistas, la dificultad frente a la cual debe abrirse paso. Maneras diversas de hablar del mundo y de un sí mismo que es parte de él.