La periodista Marcela Aguilar Guzmán ha trabajado en El Mercurio y fue editora de la revista Domingo. Actualmente es decana de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales. Además, ha sido editora y coautora de Domadores de historias: conversaciones con grandes cronistas de América Latina (2010), Escrituras a ras de suelo: crónica latinoamericana del siglo XX (2015) y La era de la crónica (2019), entre otros títulos. Criaturas fenomenales es una antología editada por Aguilar junto a María Angulo Egea. El volumen compuesto por cuatro capítulos (“Tránsitos”, “Cuerpos”, “Violencias” y “Huellas”) reúne crónicas de nuevas escritoras latinoamericanas y pone en la palestra discusiones que se centran en las problemáticas actuales en torno a la mujer, su género, su cuerpo y las marcas que deja.
La primera crónica, “Las vidas de la Caimana”, de Amalia del Cid (Managua, Nicaragua), narra la historia de Petronila del Carmen Aguirre Ocampo, que se casó con una mujer llevando una vida de hombre e hizo todo a su manera; vivió a su antojo dentro de una sociedad limitada y logró convertirse en una especie de leyenda en Nicaragua. El texto no posiciona a su protagonista dentro de un género, ni ocupa conceptos como transexualidad o no binarismo, porque la Caimana misma no los consideraba. Parte también del capítulo “Tránsitos” es “La vejez desde la ventana” de Daniela Rea (Guanajuato, México), que comienza contando una pesadilla recurrente de Avelina, una trabajadora doméstica, en que que olvida alimentar a un niño recién nacido; a partir del sueño, la crónica lleva a cabo una reflexión en torno a su trabajo y sobre cómo ella dejaba a sus hijos de lado para criar niños ajenos. Y en “Cuerpos” se encuentra la crónica “El imperio del falso lacio”, de Irlanda Sotillo (Antón, Panamá), que se centra en cómo la mujer latinoamericana afrodescendiente se debe alisar el pelo para encajar en los cánones de belleza.
Criaturas fenomenales busca dar a conocer nuevas voces de la crónica latinoamericana. Nos muestra, como lo establece Gabriela Wiener en el prólogo: “Las indias no como nuevo territorio a conquistar, sino como nuevos sujetos. La identidad que faltaba, la que no estaba del todo invitada”. “Nosotras no queremos decir que la escritura de las mujeres sea distinta a la escritura de los hombres —complementa Marcela Aguilar en esta entrevista—, sino que nos parece importante, casi como una estrategia política, el poder visibilizar a mujeres, porque en general tienen menos oportunidades de ser mostradas”.
¿Cómo surge la idea de armar este libro?
Hice un doctorado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica y mi tema de tesis fue la crónica. Inicialmente quería abordarlo como un fenómeno del periodismo. En el 2012 —más o menos— surge el boom de la crónica. Fue cuando se publicaron dos antologías bien importantes: Mejor que ficción de Jorge Carrión y Antología de crónica latinoamericana actual de Darío Jaramillo Agudelo. Eso hizo que se elevara la conversación. Cuando dejé el trabajo en los medios y me involucré en el mundo académico, esto lo tenía muy fresco, quería seguir investigando y lo que más me interesaba era despejar esta idea en torno al boom de la crónica y ver si realmente había un cambio en el periodismo. Con esa investigación terminé publicando un libro que se llama La era de la crónica; es una síntesis de esta genealogía, de dónde viene el concepto, cómo ha evolucionado y cómo los buenos contadores de historias subsisten y se mantienen. Como parte del proceso de investigación conocí a María Angulo, académica y periodista española. Cuando vino a Chile conversamos, fue un muy buen encuentro y ahí se nos ocurrió primero hacer un libro de ensayos, invitar a personas a escribir sobre crónicas y periodismo narrativo. Teníamos esa inquietud por la representación de las mujeres, ya que la crónica también había sido un reducto muy masculino. Queríamos dar a conocer mujeres escritoras y nos dimos cuenta de que habían muchas cronistas que no estaban visibilizadas; ahí el proyecto comenzó a mutar y decidimos reunir textos de cronistas. Fue un proyecto en que trabajamos por cinco años. El primer borrador era gigante, porque había 50 autoras y teníamos cerca de mil páginas. Empezamos a hablar con editoriales y llegamos a La Caja Books —la editorial que publicó este libro— y a Raúl Asencio, el editor, a quien le gustó el proyecto, pero nos dijo que le interesaban sobre todo las nuevas cronistas. Entonces hicimos ese corte en mujeres que hubieran nacido después de los 80.
¿Cómo fue el proceso de investigación y selección? ¿En qué se enfocaron?
Nos pusimos como obligación elegir a una persona de cada país. Eso fue súper difícil porque hubo que rastrear autoras y tuvimos que pedir recomendaciones. Además yo sé que ese criterio —como cualquier criterio— es discutible, porque al obligarte a tener solo una persona de cierto país, se dejó fuera a alguien que quizá era mejor de otro lugar. Pero nos pareció que era importante mostrar distintas realidades, diferentes fenómenos y, también, diversas formas de escribir. En el fondo, el castellano no es un puro idioma; como dice Martín Caparrós en Ñamérica: “Hay muchísimas formas de escribir el castellano”.
A pesar de ser países y realidades diferentes todas las crónicas convergen y crean una narrativa en conjunto.
Sí, eso tiene que ver con la estructura del libro. Nos pasó que leyendo todas las crónicas nos preguntamos de qué manera las organizaríamos. Leímos y notamos líneas que cruzaban todo, que todo dialogaba. Por eso en el prólogo pusimos que hay ríos subterráneos que conectan las crónicas. También podría decir que los cuatro temas que cruzan el libro son temas que en realidad cruzan todas las crónicas. El tema de las violencias es transversal y todos los tipos de violencias que se viven. También nos pareció muy importante la violencia que subyace en los estándares de belleza, como lo demuestra la crónica “El imperio del falso lacio” de Irlanda Sotillo, que originalmente se llamaba “Pelo malo”. La autora nos dijo que no quería mantener ese nombre porque no quiere darle la atribución de “malo”, pero se entiende que originalmente el nombre tenía que ver con esta sensación que tiene la mujer afrodescendiente que ve su pelo como un problema, si bien no debería ser así. El tema de las huellas nos parecía también importante, porque hay tradiciones que se van recogiendo, hay cierta solidaridad intergeneracional en las mujeres de apoyarse. Nos parecía importante ese papel que culturalmente juegan las mujeres —por lo menos en nuestras sociedades— de ser guardianas de ciertos conocimientos y tradiciones. Está también la idea de los tránsitos, que es transversal, porque claro, tiene que ver con la identidad de género pero también con la cultural; estamos en un periodo de contractura cultural, porque las mujeres que asumen tareas que tradicionalmente no eran para ellas tienen que enfrentar muchas dificultades y prejuicios. Con estos temas el libro terminó siendo una especie de ventana a realidades muy diversas, pero que hacen eco unas a otras.
Una preocupación que teníamos con María Angulo era si podríamos hablar de un libro de escritura de mujeres, cuando hoy está la discusión sobre el espectro de las identidades y disidencias sexuales. Nos preguntábamos si acaso seríamos muy anticuadas, pero al leer los textos sentimos todo lo contrario; (…) nos parece importante, casi como una estrategia política, el poder visibilizar a mujeres porque en general tienen menos oportunidades de ser mostradas.
¿Cuál es la principal diferencia que existe entre estas nuevas cronistas y el trabajo que han realizado otras anteriores como Leila Guerriero o Alma Guillermoprieto?
Alma Guillermoprieto fue una total adelantada a su época. Ella desde muy joven comenzó a trabajar en medios estadounidenses, así que diría que tiene una aproximación al periodismo narrativo, que es heredera de este gran fenómeno que fue el New Journalism. También fue una adelantada en contar historias sobre Latinoamérica, en denunciar tragedias y matanzas que fueron negadas por las autoridades sistemáticamente y que hace pocos años fueron reconocidas. Guillermoprieto es una especie de cronista solitaria, en el sentido de que no era publicada en español, era una voz latinoamericana en un entorno anglosajón. Leila Guerriero también es un caso especial, porque ha construido su carrera escribiendo únicamente no ficción. Además —desde mi lectura— ella nunca ha reivindicado el papel de mujer, ha construido su escritura por sobre el género. Entonces claro, esta generación —la de Criaturas fenomenales— escribe y publica en un contexto de absoluta crisis de los medios impresos, están muy instaladas en los medios digitales, y son personas que además trabajan en equipos de investigación, que es ahora la única manera en la que se puede hacer un trabajo en profundidad. También es una generación que trabaja en otras cosas: muchas de estas autoras tienen textos narrativos, pero también escriben notas para sitios web y hacen otras labores que tienen más que ver con el cotidiano del periodismo. Hay algunas que sí se proyectan a una carrera como escritoras de libros, que tienen visibilidad y generan interés en el mundo editorial, pero muchas otras están muy lejos de eso. Yo creo que esta es una generación que demuestra que el interés por contar historias de la realidad no declina, pese a todas las adversidades del entorno.
El punto de partida es siempre una experiencia propia que tiene relación con un factor externo, en cambio en generaciones anteriores, el punto de partida es ese factor externo.
Es que antes se daba que las personas publicaban por encargo de los medios y les financiaban los viajes. Muchos de los cronistas modernistas eran escritores de ficción, y tenían este trabajo en los diarios porque era la forma con la que financiaban su vida. Hoy muy pocas personas viven de publicar colaboraciones en un diario, tienen otros trabajos aparte de la escritura y el contar historias es algo que se reservan casi como un proyecto personal. No diría que algo es mejor que lo anterior, pero me preocupa el hecho de que este tipo de escritura pareciera nacer de una inquietud personal, porque limita la posibilidad de acceder a ciertas historias. Hasta hace pocos años había recursos en los medios para enviar a una persona a cubrir ciertas historias, pero hoy eso es muy difícil y las personas que cuentan historias tienen que combinar eso con un montón de otras obligaciones cotidianas, lo que va limitando la cantidad y calidad de historias que se publican en medios digitales o impresos.
¿Dónde está mejor posicionada la crónica en la actualidad? ¿En medios o en libros?
En libros. Desde mi percepción como lectora, en los medios hay muy poco espacio para esto. Han desaparecido revistas latinoamericanas importantes, como Etiqueta Negra, que era un espacio donde se publicaba buen periodismo narrativo, con autores como Susan Orlean, autora de El ladrón de orquídeas, que autorizaba que tradujeran y publicaran sus textos gratuitamente. Gatopardo existe, aunque ha tenido que ir adecuándose a las condiciones del mercado. En Chile hubo un intento de publicar crónica en La Tercera, pero duró solo un tiempo. Y las revistas de El Mercurio están mucho más chicas que antes. Yo diría que el gran espacio para publicar esta literatura de no ficción son los libros y veo esfuerzos enormes de editoriales independientes por dar espacio a estas historias. Hay una editorial llamada Cinco Ases, del periodista Axel Pickett, que ha tratado de publicar solo libros de crónicas periodísticas. Yo creo que hay lectores para este tipo de textos, pero claro, nunca serán superventas. Es un tipo de texto que tienen una lectoría acotada, pero así también funciona la literatura; no se debería medir o evaluar el aporte de una obra simplemente por cuántos ejemplares vende. La crónica siempre será tangencial, porque está en los márgenes y es difícil de definir.
Criaturas fenomenales es una selección que muestra una especie de feminismo genuino. No escriben mujeres que se declaran feministas; más bien, sus temas dialogan directamente con las problemáticas instaladas por el movimiento.
Hay una perspectiva feminista, por ende, una perspectiva de género, pero por parte de las personas que investigan y escriben, así que no es forzado, porque tampoco son textos que nosotros hayamos encargado; es al revés, cuando uno recoge estos textos advierte que está esta mirada común. Además, creo que en Criaturas fenomenales hay historias de personas que jamás en su vida han escuchado hablar de feminismo, pero que dan cuenta de una injusticia que tiene que ver con su género. A mí lo que me gusta es que se puede leer de muchas maneras el ser mujer, por ejemplo, la Caimana, que ella quiere vivir su vida y ser auténtica, aunque eso implique romper con todos los estándares de su época. Una preocupación que teníamos con María Angulo era si podríamos hablar de un libro de escritura de mujeres, cuando hoy está la discusión sobre el espectro de las identidades y disidencias sexuales. Nos preguntábamos si acaso seríamos muy anticuadas, pero al leer los textos sentimos todo lo contrario; por eso nos gustó tanto la cita del libro de Andrea Kottow y Ana Traverso (Escribir & tachar). Nosotras no queremos decir que la escritura de las mujeres sea distinta a la escritura de los hombres, sino que nos parece importante, casi como una estrategia política, el poder visibilizar a mujeres porque en general tienen menos oportunidades de ser mostradas.
Entonces no existe una sensibilidad especial o algo que distinga la escritura femenina.
No, de hecho, por eso lo hablamos mucho, porque creíamos que estábamos haciendo algo cuestionable. De ninguna manera queremos decir que haya algo que caracterice la escritura de las mujeres. Finalmente, lo que se lee en muchas de estas historias es el sufrimiento de mujeres por estar limitadas culturalmente a ser de una cierta manera, a comportarse de una forma específica, desarrollar ciertos trabajos y tomar decisiones de vida que son las que les “corresponde”. Nos parece que eso limita muchísimo las posibilidades de las personas de ser lo que tienen que ser, creo que sería mejor que no existieran esas expectativas y estándares de lo que debe hacer o ser alguien. Ojalá nos dejaran ser personas. Es complejo, porque el tema de la escritura de mujeres ha sido un corsé, una especie de jaula; la idea de que a las mujeres les corresponde cierta sensibilidad ha implicado unos sesgos y encuadres sobre cómo hay que leer esa literatura. Yo tampoco me quisiera dedicar a hacer antologías sobre mujeres, porque creo que también es una limitación estar hablando todo el rato sobre el ser mujer y ser mujer en la escritura. Me encantaría que este libro encuentre a sus lectores y les permita a las autoras de esta antología desarrollar más y mejor sus carreras.