¿Sigue vivo en algún lado el Holocausto, la matanza de seis millones de judíos? ¿Desaparecerán sus devastadores efectos cuando mueran los últimos sobrevivientes? ¿De qué manera el horror vivido por los padres afectó la subjetividad de la segunda generación?
Wang partió de estos interrogantes y sus derivaciones para construir una obra que ilustra cómo las guerras y las matanzas colectivas siguen esparciendo sus secuelas sobre las sociedades aunque hayan mediado décadas desde su finalización.
"Yo tomé conciencia de que era hija de sobrevivientes recién a partir de la bomba que estalló en la Amia -confesó Wang-. Ese día me llamó mi mamá llorando y diciendo ´Nos quieren matar otra vez´ y yo no entendía nada porque todavía no me había enterado del atentado".
"Fue una conciencia tardía: yo sabía que mis padres habían sido sobrevivientes de la Shoá, pero no sabía qué significaba ser hija de sobrevivientes ni que eso determinaba algo. Sin embargo, desde el momento en que lo pensé se me acomodaron las piezas del rompecabezas de mi vida de otra manera y las empecé a leer bajo esta clave", señaló Wang.
La autora nació en Polonia en 1945 y se desempeña como psicóloga especializada en terapia familiar y coordinadora de los grupos "Niños de la Shoá en la Argentina" e "Hijos de Sobrevivientes de la Shoá".
Publicó "El silencio de los aparecidos", "Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires" y "De terapias y personas".
"Hijos de la guerra", publicado por Marea Editorial, registra los rasgos que vinculan a esta segunda generación de sobrevivientes del exterminio judío a través de 22 testimonios, entre ellos del filósofo Tomás Abraham, el dibujante Sergio Langer, el coreógrafo Mauricio Wainrot y el rabino Daniel Goldman.
"Hay aspectos que nos identifican a los sobrevivientes de la Shoá: somos judíos, pero judíos diferentes a los que llegaron a la Argentina a principios del siglo XX -explicó-. Nosotros somos judíos llegados en la segunda mitad del siglo de una Europa que nos expulsó".
"Pero además, por ser inmigrantes judíos en países atravesados por el antisemitismo religioso habitual transmitido por la Iglesia Católica, nuestra condición difiere de las otras colectividades que llegaron a un lugar donde su identidad religiosa religiosa les fue valorada y aceptada", indicó.
En "Hijos de la guerra", Wang expone que los judíos emigraron a otras tierras "con el duro entrenamiento del odio anti judío en las entrañas y en el conocimiento de que siendo un país cristiano esa visión era hegemónica y que nuestra identidad religiosa seguía siendo, en consecuencia, sospechosa, rechazada o temida".
"Hay que tener en cuenta que entre las décadas del 30 y del 40 el mundo era filonazi: todos creían que aquello que estaba pasando bajo el nazismo era la lucha de la humanidad contra el comunismo.
Entonces, había un apoyo internacional desde los grandes centros de poder que sembraba sospechas sobre los judíos y no nos permitía reconstruir nuestra vida en paz", destacó Wang.
Sin embargo, la ensayista advierte sobre los riesgos de incurrir en un proceso de revictimización que implique tanto la eximición de toda responsabilidad -culpar al pasado por todas las vivencias posteriores- como la realimentación del ataque para sostener la condición de víctima.
"El peligro de todo proceso de resignificación y recuperación del pasado es sumergirnos gozosamente en la victimización. Por este riesgo atravesamos quienes hemos tenido alguna relación con situaciones de genocidio o guerra y no pocos se han dejado seducir por el lugar de víctimas, que por otro lado en la sociedad de hoy aparece enaltecido", explicó.
"Los medios estimulan mucho la figura de la víctima: cualquiera sale hoy a la calle y hace un piquete. Ser una víctima de algo termina siendo un lugar deseado. Respecto a los sobrevivientes de la Shoá, el colocarnos en víctimas todo el tiempo nos obliga a una mirada desesperada y a la vez totalmente exculpatoria", apuntó Wang.