El colectivo Historias Desobedientes nació en el 2017, cuando hijas, hijos y familiares de represores de la última dictadura cívico-eclesiástica y militar se reunieron para sumarse a los colectivos de derechos humanos. Analía Kalinec, psicóloga y referente de la agrupación, decidió contar su historia en “Llevaré su nombre. La hija desobediente de un genocida”, publicado por Marea Editorial, para tomar la palabra frente al silencio familiar.
La tapa del libro la muestra a ella adolescente dándole un beso a su padre. “Hasta ese momento no tenía ni registro de quién era realmente mi papá”, comentó, y añadió: “Yo nací en el 79 y crecí en años de impunidad. Fue recién cuando tenía 24 y 25 años, con la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, a partir de la insistencia a los organismos de Derechos Humanos, de las Madres, de las Abuelas, después de los HIJOS, los desaparecidos que también se sumaron con una bandera propia, los sobrevivientes que siempre pusieron testimonio, los familiares de detenidos desaparecidos, que esa lucha se materializa en políticas públicas”.
El comisario Eduardo Emilio Kalinec fue conocido como el “Dr. K” durante los años de la represión. Fue condenado a prisión perpetua en 2010 por secuestros, torturas y homicidios cometidos en los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo, sitios que funcionaron bajo la órbita de Guillermo Suárez Mason, jefe del Primer Cuerpo del Ejército.
Para la familia, compuesta por la esposa y cuatro hijas, era un padre cariñoso y presente. “Fui enterándome con muchas crisis internas, dudar de mi papá me resultaba dificultoso, yo tenia una relación de mucho cariño, todo giraba en torno a esa figura de ese padre que era el padre proveedor, el padre que tenía siempre la autoridad, la palabra de lo que está bien lo que estaba mal. Y desandar todo ese círculo de creencia, de identidades con las que uno se va formando, fue dificultoso, hasta asumir la condición de genocida de mi papá”, comentó Analía.
Otra de las dificultades, cuenta Analía, fue transmitirle a sus hijos toda la historia familiar, sobre todo cuando tenían que visitar al abuelo en la cárcel. Hoy su hijo mayor tiene 17 años. Pero siempre buscó explicarles lo que sucedió, entenderlo en el contexto y tomar el tema “a nivel social, más allá de los muros de esta familia endogámica, fue todo un trabajo de reconstrucción de crisis de identidad”.
“El libro lo va contando en tiempo real. Son veinte años de escritura, marca contextos del año 2002 cuando yo ni siquiera sabía que mi papá era un genocida y empezaba como ingenuamente a querer redactar algo para cuando tuviera hijos, para contarles cómo era que me había conocido con con mi compañero. Ahora, retrospectivamente, y eso lo explico un poco en el prólogo, tenían que ver con esa falta de registro que yo tenía y que no advertía del registro de mi propia historia, y que eso quería subsanar el día que tuviera hijos para que ellos sí conozcan su historia”.
Analía estudió por esos años psicología y se recibió en 2010, cuando su padre recibió la primera condena a prisión perpetua. El conocimiento de la verdad también fue para ella la caída de una estructura de ideología con la que había crecido, “como un desmoronamiento, como que de repente se se desdibuja todo, la caída del padre, algo tan trabajado también en el psicoanálisis”.
Por eso asistió al Centro de Atención por el Derecho a la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo. Allí fue acompañada a reconstruir y repensar su identidad.
Con el tiempo, se reunió con otros hijos, hijas y familiares de represores y conformaron el colectivo Historias Desobedientes, “en pleno gobierno macrista que nunca ha disimulado su desprecio por la lucha de los organismos de derechos humanos, incluso con frases negacioncitas como poner en discusión si son 30.000 o no”.
A partir de allí, la organización decidió sumarse a la lucha por los derechos humanos porque “después de todo este proceso que hemos hecho como sociedad, nosotros también hemos entendido lo que fue genocidio, la responsabilidad de nuestros familiares, por más que en nuestras casas nos digan que lo que hicieron está bien, por más que nuestra casa nos quiere instalar la teoría de los dos demonios, por más que nuestra casa se reivindiquen estos crímenes o los nieguen”.
“La conformación de Historias Desobedientes yo la ubico como una emergencia social y es un colectivo que no ha surgido en ninguna otra parte del mundo, porque en ninguna otra parte del mundo tampoco se ha avanzado tanto en materia derechos humanos como en Argentina. Ningún país ha juzgado a sus propios genocidas como lo hemos hecho nosotros, con tribunales ordinarios, con las leyes vigentes al momento de los hechos, entonces hay un nivel de conciencia, ha penetrado tanto esta verdad que ha circulado la palabra de los juicios a lo ancho y a lo largo de todo el país, que hace que los familiares de los genocidas no podamos estar mirando para otro lado, aunque muchos lo sigan haciendo o muchos también elijan pararse en ese marco ideológico”