Todos los decían “el Inglés”, aunque nació en Argentina y su padre era escocés y su madre inglesa. Andrew Graham-Yooll fue periodista, poeta, escritor y traductor. Pensaba y escribía en ambas lenguas, vivió a los lados del Atlántico, pero se sentía criollo. Dedicó toda su vida a profundizar en esa doble identidad y en los lazos que unen y separan a sus dos países. El resultado es una obra inmensa de más de cincuenta publicaciones en castellano y en inglés, entre poesías, ensayos, trabajos periodísticos e investigaciones históricas, especialmente cronologías que eran su pasión. Y como traductor fue un importante difusor de autores y autoras argentinos que se leyeron en el exterior gracias a su trabajo. Uno de los más importantes fue el que le encargó Quino, ser el traductor a lengua inglesa de Mafalda.
Pero sin duda, Andrew será siempre recordado por su coraje en la defensa de los derechos humanos. Fue uno de los pocos periodistas que se animó a denunciar desapariciones y otras atrocidades de la última dictadura militar. Junto a otros compañeros del diario “The Buenos Aires Herald”, como Robert Cox, James Neilson y Uki Goñi, publicaban lo que ningún otro diario argentino se atrevía: las noticias que les llevaban los familiares de los desaparecidos. Resistió aprietes de todo tipo, incluidas detenciones ilegales, hasta que finalmente se vio obligado en 1976 a exilarse en la patria de sus padres. El exilio duró 18 años, aunque volvió fugazmente a la Argentina a cubrir periodísticamente la guerra de Malvinas para el periódico inglés en el que trabajaba, “The Guardian”. Fruto de esa visita fue un fantástico libro de crónicas –que él mismo tradujo y que publicó en 2007 Marea Editorial: “Buenos Aires, otoño 1982”– y un nuevo exilio en Gran Bretaña consecuencia de renovados aprietes y una golpiza en la Plaza San Martín. Conservando su buen humor inglés tituló ese capítulo: “La paliza del adiós”. En el exilio continuó su labor a favor de los derechos humanos y siguió denunciando a la dictadura cívico-militar argentina a través de su labor en la revista “Index on Censorship”.
Volvió definitivamente a la Argentina en 1994 y se convirtió en editor del Herald, diario al que había ingresado en 1966 con la ilusión de convertirse en escritor. Posteriormente fue el ombudsman (defensor de los lectores) del diario Perfil. Además, realizó colaboraciones con artículos y columnas en diferentes diarios y revistas, como “La Prensa”, “Noticias”, revista “Tiempo” (Madrid), “Cambio 16” (Madrid), “The New York Times”, “Newsweek” y “Miami Herald”, entre otros. También en radio y televisión (principalmente en la BBC).
Paralelamente nunca abandonó su trabajo como autor, poeta y traductor. Algunos de sus títulos más recordados fueron: “Goodbye Buenos Aires”, “La colonia olvidada”, “El Inglés. Rosas visto por los británicos” (también reeditado por Marea en 2017), “Pequeñas guerras británicas en América Latina” y “Memoria del miedo”.
A comienzos de julio de 2019 recibimos su visita en la editorial para firmar contrato por su nuevo proyecto que lo tenía muy entusiasmado: una nueva cronología de la historia argentina, esta vez del siglo XIX. Llevaría el prólogo de su amigo Daniel Divinsky, quien había sido editor en De la Flor de su primera cronología “Tiempo de tragedia. Cronología de la Revolución Argentina” en 1972, que abarcaba el período de 1966 a 1971. A esa primera le siguieron otras cronologías de diferentes períodos de la historia de nuestro país, a las que Andrew se dedicaba con obsesión y espíritu lúdico en la elección de las entradas. En ese encuentro en las oficinas de Marea nos contó sobre sus proyectos, el más inminente era viajar al Reino Unido a participar de la boda de su nieta, visitar la familia y dar unas conferencias. Pocos días después nos cayó como un mazazo la noticia de su repentina muerte apenas aterrizado en Londres. Tenía 75 años. El 5 de julio un infarto había terminado con su vida.
“Los días contados”, este libro póstumo que publica ahora Marea, funciona así como testimonio y legado de un escritor, poeta y periodista imprescindible y también como nuestro homenaje a su memoria. En su breve introducción el mismo Andrew la presenta y se despide con las palabras precisas: “Este texto cubre el primer tramo de la vida política y social de nuestra república. Le ha tocado ser la última parte de la crónica compilada en esta quizás extraña y personal vista de mi país. Es el principio del final de una extendida versión de lo visto, leído y vivido. Es también el fin de una vida, como en cualquier cronología”.