por Miguel Wiñazki
La noticia deseada no se me ocurrió. Se me impuso como se imponen las batallas perdidas de antemano. Fue, y es, ese afán de utopías menores que nos apasionan, el que irracionalmente me lanzó al trabajo. Eso fue la Noticia Deseada, una utopía menor disparada por una cantidad de disparates que sobrevolaban (que en realidad sobrevuelan y sobrevolarán) por el aire tantas veces equívoco de la opinión pública: “A Menem Jr. lo asesinaron”, “Yabrán está vivo…”. No es así. Yo lo sé y lo investigué durante dos años.
Voy a escribir en todas partes, y en las paredes si hace falta, que esos disparates son disparates.
En cuanto al libro, lo escribí en todas partes. En los momentos libres entre nota y nota en la redacción. En mi casa los domingos a la mañana, a las cuatro de la mañana, en la Universidad entre clase y clase.
Los trazos gruesos de la teoría: “La gente co-produce las noticias junto a los medios según la brújula de lo que desea que sea la realidad y no de lo que es la información real”, los elaboré durante el primer semestre de 2003 en la Universidad de Michigan donde fui a hacer un posgrado en periodismo. La investigación de campo aquí, naturalmente, junto a un equipo de excepción, encabezado por Leonardo Nicosia, un periodista con todo el futuro.
Cuando lo entregué me emocioné. Es la verdad. Escribir libros es para mí esencial. Y cuando lo vi publicado, por un instante me sentí feliz. Y después, dispuesto a dar batalla, para defender al libro, la hipótesis que lo sostiene, los datos que se exhiben, me sentí dispuesto a defenderlo todo como se defienden las utopías. Aunque sean menores.