Apenas habían pasado unos pocos días de la extraordinariamente cruenta, sangrienta y encarnizada batalla Del Pilar, aquella que enfrentó a unitarios y federales y cuya vitoria le diera a estos últimos el control de la provincia, cuando en un encuentro entre el general vencedor, el fraile apóstata y héroe de la Independencia, José Félix Aldao y el temido caudillo riojano Facundo Quiroga, mantienen el siguiente diálogo: “Quizás, general Aldao, debería ser usted menos apegado a las formas”, descerraja de entrada Quiroga. “No se olvide que estamos en Mendoza”, explica Aldao, a lo que el riojano interpone: “Eso se puede solucionar con algo de energía, siempre que sea necesaria, por supuesto”. Al escuchar, Aldao buscó un esfuerzo más, a las palabras indicadas para persuadirlo, para que su interlocutor pudiese entender más acabadamente lo que le estaba diciendo: “Acá –señaló– la fuerza sirve en el momento, pero en el decurso del tiempo hay que recurrir a las formas. No me pregunte por qué, pero es así. ¿Podía usted imaginar, después de la paliza que les dimos en Pilar, que esta canalla soberbia unitaria se iba a hacer rogar para entregarnos lo que le pedimos?”. “Puede ser”, respondió Quiroga, dando por terminado el intercambio.
Este episodio exclusivamente mendocino, y central en las luchas fratricidas entre unitarios y federales que se dieron cita en todo el país luego de alcanzada la independencia y aquel corte definitivo de los lazos que nuestros criollos mantenían con los españoles, es el que se describe magníficamente en la novela de reciente aparición, Fraile Aldao, un general de la Santa Federación, del escritor Jaime Correas.
Además de disponer una suerte de luz cenital sobre una de las figuras trascendentes de nuestra historia, y sorprendentemente olvidada o desconocida para muchos, la del fraile Aldao, ex gobernador de la provincia y figura central de aquellos gloriosos años en los que el General San Martín elucubró y pergeñó la liberación de medio continente desde el campo histórico El Plumerillo, Correas devela –quizás sin proponérselo–, una de las características particularísimas de los mendocinos y que explican, por qué no, tantos años de espera para las realizaciones y tantos devaneos para definir el camino que puede tomar la provincia para reconducir su fuerza y capital económico, tanto el natural que es mucho y variado, como el que ha ido forjando por la vía del esfuerzo, el tesón, la perseverancia y la insistencia frente a tanta adversidad. Aldao le dice a un impaciente Quiroga que Mendoza es Mendoza, con sus tiempos y sus particularidades. Y es, en gran medida, una explicación ante tanta duda, tanta ida y vuelta, tanta deliberación muchas veces injustificada para dar los volantazos necesarios.
En verdad, y para darle un contexto, Quiroga, que en ese momento se había puesto al frente de la embestida federal contra el general unitario José María Paz, conocido también por el Manco Paz, quien había tomado Córdoba y amenazaba desde allí con extenderse hacia todo el país, elige Mendoza para una contraofensiva. Los unitarios, envalentonados, se habían hecho fuerte en Mendoza, pero Aldao, tras una fenomenal reacción y recuperación, derrota a los unitarios en la Batalla del Pilar, la que no sería una más, porque allí, en ese enfrentamiento de poco más de una hora, cae muerto el sanjuanino Francisco Narciso Laprida, el mismo que había presidido el Congreso de Tucumán, en 1816, por el que se declaró la Independencia. No sólo eso: de esa batalla endemoniada –contada de forma precisa en esta novela–, fue parte otro joven unitario, ilustre héroe de la historia nacional, el otro sanjuanino célebre Domingo Faustino Sarmiento. Como se necesitaban fondos para seguir adelante con la campaña, Quiroga presionaba a Aldao para que los ricos y terratenientes mendocinos hicieran sus aportes a la causa. Esos, unitarios en su mayoría, se resistían y Aldao, conocedor como ninguno de la idiosincrasia provincial, sabía que llevaría su tiempo. Los tiempos de Mendoza, digamos. Los mismos, por analogía, que se tienen hoy, se podría decir, y que no permiten avanzar hacia otros frentes y horizontes con la necesidad que se requiere.
Aldao, más adelante en el devenir de los acontecimientos, y ya al frente del gobierno de Mendoza, por medio de un bando decretaría la locura y demencia de los unitarios, a los que les arrebataría sus propiedades y fondos para la causa de la Federación.
Aldao tenía serios problemas para que los terratenientes unitarios, mañosos y protectores celosos, pusieran a disposición sus recursos en nombre propio o en el de la causa. Pero al margen de todo eso, la escena a la que se enfrentaba el ex fraile y todo lo que le describió a Quiroga, dejan al descubierto en gran medida el porqué de los problemas que no se pueden resolver en la provincia. Con el paso del tiempo y con métodos poco convencionales, Aldao conseguiría lo que buscaba: al declarar locos a los unitarios, tomaría sus propiedades y sus bienes para financiar al Estado y sus luchas, profundizando los enconos, la resistencia a los métodos bárbaros y también el resentimiento.
La próxima administración, por marcar un mojón la del año próximo, la que suceda a la de Rodolfo Suarez, ante la necesidad de un cambio a lo que hay, no sólo se enfrentará a un barajar y dar de nuevo, sino a una transformación más en la línea y en sintonía con la que le reclamaba Quiroga al general Aldao en aquellos primeros años del siglo XIX. Pero en este caso no se trata de un zarpazo a los bienes de los terratenientes para financiar o sustentar un cambio en lo establecido. Sino a las costumbres y a las ideas aplicadas. Se trata más que nada de avanzar, desde el gobierno, en decisiones fuertes que determinen un nuevo escenario de situación, con otros objetivos, más allá de todo lo que la economía tradicional puede llegar a demostrar en cuanto a reinvenciones.
Pero para ello, para un cambio de 180 grados en lo establecido, no sólo se necesita coraje, sino más que nada convencimiento de a dónde se quiere llegar. Lo que viene no es para cualquiera. No lo será para quien le toque manejar los hilos de la provincia, pero tampoco para el resto de los ciudadanos. Para salir de la decadencia es necesario avanzar hacia fronteras que no han sido exploradas, porque de lo contrario, cuánto más se soportará seguir navegando en la nada misma; una nada que, por si fuera poco, sumerge en las tinieblas de la miseria cada día a más y más personas.