El libro Carolina Muzilli. Obrera, socialista y feminista es una rigurosa investigación acerca de una luchadora social y política, escritora y periodista a favor de los derechos laborales, sindicales y culturales de las mujeres así como de las infancias de principio de siglo XX. Se reconstruye su historia de vida personal y militante; asimismo, se describe el mundo en el que vivió y combatió Muzilli junto a otras compañeras de militancia y amigas inseparables: Alfonsina Storni, Gabriela Laperrière de Coni, Adelia Di Carlo, Alicia Moreau, Cecilia Grierson y Julieta Lanteri. Damiselas en Apuros publica uno de los capítulos de la muy reciente edición, donde se trabaja uno de sus perfiles menos abordados: su labor vocacional, competente e idónea en el periodismo gráfico en tanto cronista, investigadora y editora.
La pluma de Carolina: el verbo y la palabra
Carolina participaba de ese mundo militante que privilegiaba la escritura y que consideraba la lectura como foco de luz y bandera de combate e intentaba transmitir el optimismo revolucionario por medio de formas y canales diversos a partir de sus intervenciones públicas. Sus artículos y ensayos aparecían tanto en la prensa partidaria como en los diarios de tirada nacional. Pronunciaba conferencias, intervenía en mitines, armaba folletos y escribía libros. Todo este dispositivo cultural llegaba con una fuerza notable por sus cuidadosas investigaciones. Mientras tanto, escribía mucho, muchísimo, sobre una enorme variedad de temas en varios campos: las cooperativas obreras, la guerra, el higienismo, la emancipación y la discriminación de la mujer (sufragio, divorcio, sindicalismo, maternidad), y de los niños (educación básica, los hijos naturales), las condiciones de trabajo en los distintos oficios femeninos: costureras a domicilio, lavanderas, maestras, empleadas en grandes tiendas, obreras en las fábricas de tabaco, de flores artificiales, chalequeras, pantaloneras, alpargateras, camiseras, fosforeras, tejedoras. La perspectiva utilizada se proyectó también a la alimentación y el alcoholismo, así como a las condiciones de vida en los conventillos y barrios populares. Ella se afirmaba desde dos grandes cajas de resonancia: la prensa y los mitines. Comenzó a abrirse camino en el mundo de la militancia socialista mientras trabajaba con una máquina de coser como obrera a destajo y desarrollaba una escritura apasionada como cronista urbana y ensayista. Irradiaba clamor por su conciencia política en un entorno hegemonizado por señores y, en simultáneo, por mujeres ilustradas de sectores medios, universitarias porteñas y platenses, que conformaban una elite intelectual dentro o en las cercanías del partido.
Gran parte de la experiencia de Carolina quedó plasmada en una serie de ensayos, artículos de prensa, editoriales, cartas, censos, órganos obreros, documentos, informes militantes, publicaciones periódicas, publicados en diferentes periódicos, folletos y revistas como El Obrero Gráfico, La Vanguardia, el Boletín del Museo Social Argentino, las publicaciones del Departamento Nacional del Trabajo, los diarios La Prensa y La Razón, las revistas Humanidad Nueva, Nosotros, Vida Femenina, Fray Mocho, PBT, El Obrero Municipal, Mundo Argentino y otras tantas. En el diario La Vanguardia aparecieron artículos dedicados a acompañarla en su rol de periodista urbana y ensayista, no así sobre su participación sindical. Con criterio, la investigadora Ana Lía Rey señala que quizás haya escrito más de lo que se logró rastrear, aunque resulta difícil atribuir su autoría al no estar su firma.
Tribuna femenina
Además de su prolífera producción periodística, de ensayo e investigación a lo largo de su trayectoria militante, editó el periódico quincenal Tribuna Femenina (1915-1916) sin otra ayuda más que los precarios recursos económicos que obtenía como modista a destajo. La máquina de coser que concluyó agotando su existencia constituyó la fuente que le posibilitó los magros recursos que empleaba casi íntegramente para cubrir el déficit por el gasto de impresión y el franqueo de los ejemplares enviados al interior. Era evidente que sus correligionarias, e incluso la misma dirigencia partidaria, se encontraban en mejor situación económica que ella, sin embargo, nadie se detuvo a ofrecerle algún tipo de ayuda para sustentar esta publicación y, de ese modo, evitar que ese proyecto consumiera gran parte de sus energías físicas y emocionales. Bajo esta mirada, son entendibles sus enojos críticos frente al tipo de militancia feminista que emprendían sus compañeras del partido de sectores medios altos y universitarias. Es probable que la condición de clase fuera una valla compleja de quebrantar. Sus trabajos, como su oratoria, proclamaban el incondicional compromiso con la causa proletaria, sin mediaciones. “Al ponerme del lado de los humildes tengo como guía el inmenso dolor de la muchedumbre aun en el error, hasta en la rebelión”, afirmó el 14 de septiembre de 1911 en el coloquio a favor del divorcio patrocinado por la Liga Pro Derechos de la Mujer y el Niño, que se reunió en la institución más antigua de las sociedades italianas de socorros mutuos en toda nuestra región, Unione e Benevolenza. En síntesis, todo lo que acontecía alrededor de Tribuna Femenina era obra suya, desde la editorial hasta la más breve gacetilla, así como la petición de colaboraciones que conseguía de gente del partido o allegada. Esta misión no le resultaba difícil ya que la mayoría de los convocados y convocadas aportaban de muy buena gana sus escritos. Creía que había que salir, hablar con la gente que andaba. Enfrentarlos y valiéndose de un ardid provocar la charla, hablar con palabras sencillas, de esas que todos pueden entender. Entraba en los conventillos sin golpear las manos, sin anunciarse. Preguntaba el nombre de su interlocutor o interlocutora para después llamarlos por su apelativo. Decía que así entraba más fácilmente. Era persistente en eso de encontrar una mejor forma de lograr la atención del oyente. Adelia Di Carlo, escritora y cronista feminista que en ese entonces militaba en el radicalismo, le prestaba ayuda y en varias ocasiones la acompañó hasta la imprenta y la secundó en la corrección de las galeras. En esas ocasiones, Carolina era una obrera más. Colaboraba hasta en la composición de los títulos y no se retiraba sin antes dar el visto bueno al primer ejemplar lanzado por la plana. Era la directora y sus escritos aparecían firmados con el seudónimo de Soledad Navarro. Buena parte de sus artículos hacían del lenguaje una herramienta fundamental tanto para las denuncias como para las demandas. Para apoyar la salida de Tribuna Femenina se organizaban festivales a beneficio que aparecían comentados en La Vanguardia alrededor de la presencia de distintas personalidades de la política como Alfredo Palacios y José Muzilli o diputados nacionales como Francisco Cúneo y Antonio Zaccagnini, ambos de extracción obrera, que pronunciaban conferencias sobre la historia de la situación de la mujer en relación con la familia y la sociedad. La investigadora Ana Lía Rey nos cuenta que se escuchaban allí poesías recitadas por Alfonsina Storni y números musicales, asistiendo a los mismos militantes socialistas, simpatizantes, mujeres intelectuales reunidas allí para exteriorizar sus simpatías al primer periódico que defiende los intereses de las mujeres en general y de las obreras en especial. Mientras Alicia Moreau recordaba la audacia de Carolina para hacer circular su periódico: La distribución la hacía de mano en mano en aquellos lugares con una arrojada concurrencia de mujeres. No tenía empacho ni timidez en entrar en los bares para hablar y difundir su material. Tenía agallas más que suficientes para acometer esta empresa y otras más riesgosas. Esto, que hoy parece común, era inusitado en aquel contexto histórico. En los cenáculos socialistas feministas esta publicación presentaba diferencias con las otras publicaciones escritas por sus pares militantes. Acaso el contraste radicaba en su instigación contra los modos de explotación y subordinación de las obreras y su reivindicación de la lucha de clases y de la emancipación proletaria en su conjunto. Era más afín a la prensa de las anarquistas debido a su fundamental preocupación por aquellos tópicos. Es posible que el periódico de Carolina se pareciera a una folletería, manifiesto u hoja impresa, de formato pequeño, y su salida era discontinua; una publicación amateur con conciencia social. Se podría suponer que la producción de un periódico propio respondía más a inquietudes y compromisos de esta militante que a un movimiento de obreras organizadas dispuestas a apropiarse del saber y de la escritura contestataria. Así, de hecho, los documentos dialogaban con una supuesta lectora que disponía de prácticas culturales y disposición a ser permeable. No obstante, en ese incipiente mundo de potenciales interlocutoras, el grueso estaba integrado por analfabetas o parcialmente alfabetizadas -inmigrantes o migrantes, obreras industriales o informales-. En esta dirección, los diversos modos para acceder a la cultura escrita se presentaban mediante la lectura silenciosa o en voz alta, individual o colectiva, dirigida o independiente. Por otra parte, si Carolina eligió fundar un medio de prensa fue para transmitir su ideario y reforzar la presencia feminista y socialista dentro de los diferentes ámbitos de mujeres, ya fuese en fábricas, conventillos, gremios, huelgas, centros sociales. Fuera de sus propios círculos se desconoce si provocaba adhesiones sustanciosas, pero sí quizás ciertas aversiones. Un dato importante es el extravío de Tribuna Femenina. Aún hoy se ignoran las razones que llevaron a la pérdida de este valioso material gráfico. Se desconoce de cuánto era su tirada, su distribución, la cantidad de páginas que contenía, sus tapas y contratapas. Más aún, sus colegas lo llamaban de manera indistinta: a veces era un periódico, otras, una revista. Quizás esté archivado en la biblioteca particular de alguna figura protagónica de aquel partido de entonces. Al no disponerse de ejemplares, Tribuna Femenina no quedó registrada dentro de la genealogía de la prensa obrera feminista de nuestro país, como sí aparecen nombrados y estudiados los dos famosos periódicos de cuño anarquista: La voz de la Mujer (1896-1897) y Nuestra Tribuna (1922-1925), los que convocaban a construir un nuevo orden bajo las premisas de la revolución social. Si bien se podría postular que siempre hay algo de arbitrario en la formulación de genealogías, también es cierto que significan un intento de dar cuenta de una voluntad internacionalista, de diálogos fluidos, de la importancia de colocar de relieve prácticas subterráneas y pensamientos disruptivos e inspiradores que invariablemente anteceden.
* Archivista, activista, periodista y escritora feminista LGTTBI.