Agustina Caride, escritora y paisajista, ha trabajado como crítica literaria en Ámbito Financiero y colaboró en distintas revistas. Además, cuenta con experiencia en la industria editorial y como gestora cultural. Actualmente se desempeña como correctora, dictando talleres y seminarios de escritura y lectura, y coordinando eventos literarios.
Sus obras han recibido varias distinciones, entre las que se destacan se encuentran El ladrón de finales (2017), Los sueños también flotan (2020), que obtuvo el primer premio del concurso Soy Autor, Quipu, y Donde retumba el silencio (2021), que ganó el Premio Clarín de Novela.
Con trece títulos publicados, su más reciente trabajo ¡Vamos las pibas!, es una crónica novelada que cuenta las historias de cinco mujeres que se encuentran cumpliendo condena en el penal de San Martín. Ellas juegan al rugby en un equipo llamado Las Espartanas.
ANUNM charló con la autora sobre su experiencia al escribir el libro, los desafíos que enfrentó, su visión sobre la libertad, el sistema penitenciario y el impacto del rugby en la vida de estas mujeres.
¿Qué fue lo que te motivó a escribir este libro?
Ellas mismas, en realidad. Una vez adentro del penal, escuchando sus historias, ahí dije: “Bueno, acá hay un libro”. Entonces les ofrecí escribirlo.
Lo que pasa es que cuando lo que escribís es ficción, eso sale de tu cabeza y es tuyo, por lo que podes apropiarte de eso. Pero cuando escribís la historia de otros, en un punto, aunque lo noveles, no deja de ser la historia real de alguien. Entonces, lo que te apropias es otra cosa, no te estás apropiando de tu propia inventiva.
En varias entrevistas hablás de que te gusta trabajar con lo no dicho. Ahora les estás dando voz a otras personas que por ahí no pueden hablar.
Sí, a mí me gusta trabajar con lo no dicho y eso significa que en mi forma de escritura siempre dejo algo para el lector, pero acá lo no dicho es todo lo que ellas no pudieron decir, o lo que todavía no dicen en un montón de sentidos, porque por ahí no tienen voz o les cuesta confesar. De hecho, hay cosas que me pidieron no poner. Hay una que me dijo que quería que el libro lo lean sus hijos, entonces no quería que ellos sepan todo.
En la introducción mencionás cómo una vez dentro del penal entendiste, por oposición, el significado de libertad. ¿Qué es la libertad para vos?
Es poder elegir. Si bien ellas ahí adentro pueden elegir salir de la cama o quedarse, pudieron decidir contar sus historias o no, pero es una elección limitada. Tienen una libertad cercada, y afuera yo tenía una libertad más amplia.
Entonces eso te lleva a pensar qué es la libertad, hasta dónde uno es libre de hacer lo que quiere, porque no existe tal libertad absoluta ya que vivimos en sociedad. Esto es lo que ellas están pagando, el haber hecho algo que está por fuera de los márgenes sociales. Incluso afuera, no sos libre de hacer lo que quieras.
Por lo que la libertad es poder elegir dentro de un cerco. En el caso de ellas es el paredón que tienen, y el nuestro es un cerco social, de comunidad, que nos establece qué es lo que está bien y lo que está mal.
¿Tuviste algún tipo de desafío a la hora de registrar sus testimonios? ¿Y cómo fue ponerse en la piel de cada una de ellas para darle voz a través de este libro?
Ponerme en la piel de ellas no me fue difícil porque se abrieron mucho, y al ser novelista, siempre uno se pone en la piel de sus personajes. Entonces, al novelarlo me fue más fácil porque yo entré en modo ficción, con la diferencia de que ya tenía la trama armada que eran sus historias que ellas mismas me contaron.
Por ahí, lo que me trababa era que de pronto venían y me decían qué cosas no poner, entonces, si no lo pongo, ¿cómo termino justificando ciertas cosas? Fue un conflicto en cuanto a la construcción de lo que estaba contando.
Desde ese lado, yo me vi cercada, limitada y sin libertad, pero decidí respetar esa no libertad porque, si no, las estaba traicionando.
El título original del libro iba a ser Las condenadas. ¿A qué se debió el cambio del título a ¡Vamos las pibas!? Porque en sí son dos títulos que van en sentidos diferentes.
El título fue cambiado varias veces. El primero era Las condenadas, después fue Condenadas. En un momento flashee con algo de la oscuridad.
Cuando entré al penal, veía e imaginaba lo oscuro, en el sentido de encierro y de lo tumbero, de tumba. A medida que fui avanzando en el libro, y también como cronista charlando con ellas, nunca terminé de ver oscuro ese espacio.
Entonces, si me preguntan cómo es el penal, si hay algo que no tiene es oscuridad. Ese pabellón tenía un montón de luz, por lo que cambié esa idea de tumba porque no están muertas, la mayoría de ellas va a salir. Con la palabra “condena” pasa lo mismo, porque tiene cierto sentido de que no puede cambiarse, pero hay que tratar de mirarlas con la idea de que pueden cambiar. No condenarlas con una palabra.
Ellas tuvieron un partido que jugaron afuera de la cárcel, en el club Virreyes que queda por Tigre. Antes de entrar a la cancha, estaban abrazadas en círculo y la entrenadora las estaba arengando. Es ahí cuando termina la arenga y una de las chicas dice: “¡Vamos carajo, vamos las pibas!”. Entonces dije, acá lo encontré, este va a ser mi título: “¡Vamos las pibas!”.
En el último tiempo el mundo del rugby se vio muy cuestionado. ¿Tuviste algún prejuicio con este deporte antes de conocer a Las Espartanas?
Sí, tuve prejuicios, pero no por el caso que pasó hace algunos años (nota del r: caso Fernando Báez Sosa). Creo que en otros deportes, como el fútbol, también hay violencia. Lo que me pasa con el rugby es que me parece un deporte bastante peligroso. Que esté permitido que alguien caiga y se tiren todos encima, no me gusta. Es más, tengo un amigo que quedó cuadripléjico jugando al rugby.
El que inició con esto de enseñar rugby en las cárceles dijo que el deporte tiene un montón de valores, y la verdad es que Los Espartanos y Las Espartanas lo demostraron, porque lo que se hace es increíble.
La baja tasa de reincidencia, todo lo que aprendieron y todo lo que les dio el rugby, es casi milagroso. Entonces, evidentemente, si está bien enseñado y bien aprendido, se puede sacar algo muy positivo.
Una anécdota de Los Espartanos que sirve para el caso, cuando recién empezaban, se lastimaron dos chicos, y en la ambulancia solo podía entrar uno. Ambos se peleaban por cederle el lugar al otro, y el entrenador se daba cuenta de que antes se hubieran empujado para ver quién se atendía primero. Empezaron a valorar al otro y a entender el problema del otro.
A lo largo del libro hay como esa evolución en los personajes. ¿Se puede decir que fue producto del deporte como herramienta lo que ayudó?
Sí, creo que en ese sentido muchos deportes pueden ofrecer esto. Tal vez lo que gustaba del rugby para trabajar como metáfora es que es un deporte en donde la pelota se pasa para atrás, entonces está presente la idea de que siempre vas a tener a alguien cuidándote la espalda. Me gustaba pensarlo en ellas, que vivieron siempre muy solas, sin una familia que las contuviera, en muchos casos con parejas que las usaban y maltrataban. Con pocas figuras que ofrecieran esto de cuidarles la espalda y de saber que siempre va a haber alguien atrás que va a agarrar la pelota.
Esto es algo que en la práctica se fue viendo y por eso lo explayé en el libro también. Al principio no se hablaban y había mucha desconfianza entre ellas.
Básicamente, la idea de equipo les fue cambiando la vida, y creo que también la sociedad tiene que ser un equipo, que tiene que funcionar de esa manera. Entonces vamos a poder funcionar mejor y vamos a poder patear para el mismo lado, meter la pelota. Para mí, meter la pelota sería vivir en paz.
En el epílogo contás cómo llevabas el olor a humo a tu casa y que tenías impregnado a todo el pabellón dos. ¿Qué otras cosas te llevaste de esas charlas y de haber compartido durante casi todo un año con ellas?
Gratitud a mi vida, porque creo que la única diferencia entre ellas y yo es dónde nació cada una. Me puedo comparar con ellas, encerradas, con infancias tremendas. Mi infancia fue divina y mi vida también lo es, siempre tengo un rincón donde ser feliz todo el tiempo. Entonces, empezás a valorar lo que tenés y tuviste, valorás todo lo que podés ser.
Ellas adentro reevalúan lo que fueron, pero con mucho miedo por lo que no van a poder ser, y eso para mí es terrible. La mayoría sueña con tener una peluquería, otras quieren estudiar Derecho. Es ahí donde surge la gran incógnita de si van a poder o no, porque para abrir una peluquería necesitan plata, o que las tomen para trabajar en una, teniendo los antecedentes que tienen.
Una de las chicas había empezado en ese entonces con las salidas transitorias. Ella estaba aterrada y no quería salir, porque no sabía qué comprarles a sus hijos, no tenía plata, y muchas veces salen sin saber a dónde ir.
Entonces también es muy fácil volver a reincidir, porque necesitan plata. Por lo tanto, repito de nuevo, terminás valorando lo que tenés y lo que podés proyectar, que puede no salir, pero depende de uno mismo. Ellas no dependen de sí mismas, sino de alguien que quiera contratarlas y de alguien que les dé un lugar una vez fuera.
Esto último lo retomas en el libro, esta idea de que la violencia y el delito serían renovables sin un buen sistema que las contenga. Es acá donde se muestra que el sistema falla.
Totalmente, una de las grandes cosas para ellas era poder visibilizar el sistema penitenciario, cómo falla absolutamente. Por ahí también nosotros fallamos como sociedad. Es algo que, la verdad, me cambió a mí, la manera de mirar al otro y no prejuzgarlas. Cuando las conocí, me di cuenta de que eran unas divinas, todo el tiempo agasajándome y ofreciéndome hasta lo que no tienen.
Por último, ¿qué impacto esperas que tenga el libro y cuál sería el mensaje principal del libro?
Primero que nada, espero que se lea el libro, porque el objetivo era visibilizarlas a ellas, que conozcan a Las Espartanas. Lo que se hace desde la fundación es increíble, y su trabajo es importante que lo sepamos y veamos, sobre todo en un momento como el que está atravesando la Argentina, donde vemos todo muy oscuro, donde pareciera que estamos limitados, presos.
Proyectar que no todo es tumba, hay mucho sol en nuestro país, y se puede salir adelante. Hay que replantear prejuicios y replantearnos como sociedad.
Además, hay que valorar tanto a la gente que hace servicio y ayuda, como a la que se deja ayudar, que es lo que entendieron Las Espartanas. Saber que si te dejas ayudar va a ser todo más fácil, como en un equipo, porque no estamos solos.