"Todos mis medios son sanos, mi motivo y mi objetivo, locos”.
Ahab en Moby Dick (capítulo 41, 1851) de Herman Melville.
1. Introducción al texto y a su contexto: una nueva tragedia generacional.
“La sociedad rota y abandonada conecta con la fragilidad de alguien tan roto, abandonado, maltratado y existencialmente solo como ella. Tan enojado con sus padres como ella, tan lacerado emocionalmente como ella. El enemigo es común, los padres, los políticos, las elites, el sistema político. Ellos me rompieron, los quiero rotos y humillados, con terror. Ahora que los veo con miedo, en pánico, disfruto, gozo. Gané. Todo el resto es instrumental. Si la metáfora es válida, ¿dónde están los padres de la sociedad? ¿Quiénes son esos padres? ¿Qué hicieron para que sus hijos les devuelvan esto?”
El 10 de septiembre del 2023 envié esas líneas -junto al texto que publicamos- a Constanza Brunet (editora) y Guillermo Levy (compilador). Salió publicado en Editorial Marea en ese mismo mes de Septiembre con las extraordinarias ilustraciones de Sergio Langer y secundando excelentes artículos de Yamila Campo, Myriam Pelazas, Daniel Feierstein, Ricardo Aronskind, Franco Sasso Videla, Mariano Juárez, Andrés Ruggeri y el mismo Guillermo Levy, su compilador y a quien agradezco nuevamente la generosa invitación. Se puede bajar el libro completo en su versión digital en este link.
La sociedad rota conecta con alguien tan roto como ella. Ese fue el resultado del abandono del sistema político que venimos analizando y señalando hace años. También el éxito de una elite cínica que aprovecha para enriquecerse en contexto de una nueva tragedia generacional. Vemos en Milei una racionalidad mesiánica que trae una nueva forma de hacer política con componentes religiosos, místicos y que, a más se expanda la crisis social, más se fortalecerán sus raíces. En el próximo artículo criticaremos esa razón mesiánica.
Por ahora, sumamos esta breve introducción y un epílogo al artículo original, La performatividad del mal: el diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico que a continuación transcribimos.
2. El diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico.
Los discursos hipócritas siembran la decepción que los cínicos cosechan. La democracia en la que no se come, no se educa y no se cura se devora a sí misma. Se educa a sí misma en políticas de la supervivencia y maltrato horizontal, crueldad del pueblo por el pueblo y para el pueblo. Se enferma de un malestar social que no se arregla con discursos vacíos y promesas recurrentes en una economía en restricción sistémica. Ese malestar abandonado a su larvado y leudado, estimulado por factores extremos, provocarán acciones catárticas atroces. Lo peor puede estar por venir y hay que prepararse.
La hipocresía institucional construye formas de legitimidad discursiva y normatividad. Las prácticas cínicas construyen mundo real y facticidad. Cuando los dos mundos se desacoplan, prima el principio de realidad. Los discursos sobre la inflación no contienen el efecto del empobrecimiento concreto y la ansiedad que provoca. Las promesas no calman las ansiedades sociales. El cinismo sádico las estimula, las canaliza, las alivia al manipularlas; da un raro placer ver el miedo o dolor ajeno, especialmente después del resultado electoral. El apoyo político se da a quien manipule mejor el resentimiento social construido y redirigido a ciertos grupos específicos de minorías insulares que se toman como chivos expiatorios para un espectáculo social de crueldad en la descomposición. La hipocresía institucional no puede vencer a las prácticas cínicas porque estas últimas construyen sobre la crueldad creada por una herida narcisista profunda realmente existente.
Se construyó una estrategia política en base a la alegría ante el dolor ajeno, al schadenfreude potenciado. En sintonía con los videos memes que muestran cómo fracasan otros, memes de fail. No tendré derechos, pero disfruto, gozo el mal ajeno que le ocurre a grupos a los que me estimularon a odiar (empleados públicos, minorías sexuales, etc). Hay un placer en ver caer a la gente desde arriba, la humillación pública se cultiva transversalmente. Así los “libervirgos” y los “viejos meados” entran a la escena de la batalla cultural. La soledad que cruza la sociedad nadie la analiza. Los problemas de salud mental tampoco. El rol de las plataformas en las fracturas de las democracias sigue ausente. No hay diálogo ni debates, hay procesos de humillación cruzada que tienen varios años y guerras culturales que reforzaron los traumas. La impostura de la cancelación, los linchamientos de la virtud y la policía del pensamiento alimentaron ese ciclo que ya está espiralando en violencia y Estado punitivo expandido.
El libertarianismo no es el único que hace cosplay de ideas, valores y principios. Hay que dejar de performar al menos por dos años o, mejor, dos décadas o dos siglos.
En la actualidad nadie parece creer en nada, la era de las ideas, valores y principios, de la responsabilidad y el honor parece terminada, estamos en tiempos de post normatividad, de nihilismo performativo. El cálculo del estatus potencial ganado con la performance sirve tanto como estrategia en las guerras de nervios como táctica en las batallas de asesores publicitarios cada vez menos efectivos. Las ideas y valores se performan para las audiencias mientras nuestros derechos se licúan en la economía sofocada. Estamos frente a una nueva forma de mal: la performatividad del mal.
Hay una mezcla de un fenómeno parecido pero no idéntico a la banalidad del mal, junto a un narcisismo potenciado y una vida ante audiencias, ante los ojos de los demás. Se ve lo que funciona y después se busca replicar el guion, actuar, performar. Sin estructura normativa, sin principios ni códigos, reactiva a las respuestas exteriores, al placer de corto plazo, al goce sádico. No cumplen órdenes sin pensar, cumplen con buscar placer narcisista en la crueldad social como forma de espectáculo, en el dolor ajeno con validación de audiencias, contra un otro segmentado por las guerras culturales, pero también hacia los propios y de forma autodestructiva. Destrucción y autodestrucción.
Los cínicos sádicos prometen las necropolíticas que felizmente construirán sin vueltas y con apoyo fervoroso. No son hipócritas, son cínicos, no hay culpa ni vergüenza, ni límite moral alguno, hay placer en la expulsión del diferente fuera del círculo de estatus. Hay algo festivo en esa brutalidad, una afirmación de lo negativo. Aplauden despidos, muros, cárceles, represión, guerras a minorías, futuro dolor colectivo. Declaman libertad, practican opresión en forma de empobrecimiento. Profesan liberalismo, administran autoritarismo y negocios para pocos. Fingen escuchar el pueblo, ejecutan los deseos de la casta financiera. Se declaran anti-elite, refuerzan lo peor de las oligarquías de sus países. Si funciona, creo romance, mientras que mis economistas de shock están planeando un saqueo superador en homenaje a Martínez de Hoz.
La indignación es un instrumento hipócrita usado por el cínico para eliminar competidores, es nafta para el fuego del linchamiento cínico del hipócrita. Denuncio por corrupción en un juicio espectacular a mi adversario político para excluirlo electoralmente (lava jato) y después concretar el robo del siglo. Tácticamente me indigno por la pobreza de un gobierno progresista -flojo y pusilánime- para después empobrecer mucho más y criminalizar a los que se resisten en mi gobierno autoritario con apoyo de una oligarquía eugenésica.
La indignación del hipócrita con el cínico, ante su declaración ofensiva, ante su mentira frontal y desnuda, siempre fortalece al cínico. El pánico del hipócrita es el principal socio del cínico en estos momentos. El cosplay del hipócrita no atrae en estos momentos, el cosplay del cínico y su sadismo promete nuevas formas de placer inmediato y directo, al amenazar, al humillar, en el espectáculo del dolor ajeno de rotular como “excremento humano” al otro. Hay un castigo al hipócrita, pero sobre todo regocijo de placer ante su debilidad performativa, verlo flaquear da goce. La festividad está en el cinismo sádico y ahí también se refuerza la conexión con las fuerzas jóvenes.
Las ironías ante el autoritarismo fortalecen al autoritario consciente, porque la ironía sirve para debilitar al que oculta algo, al católico pecador, al facho que se hace el demócrata, al político descubierto en falta, que promete algo que no podrá concretar. Por eso los hipócritas son frágiles, porque si son descubiertos se rompen. No sucede con el cínico sádico y nihilista. Es antifrágil en su cinismo, se dobla pero no se rompe. El cínico dice lo peor sin rodeos, te promete la represión más cruenta a sangre y fuego, la venta de órganos, el mercado de la muerte. Luego habrá tiempo para relativizar lo dicho y más tarde volverá a decirlo con una sonrisa. Que corrijan al personaje histriónico porque dijo “mogólico” lo fortalece, no lo debilita. Es un “basado”, “humilló a un zurdo” o “puso en su lugar a un comunista”. Se siente placer en romper con las incomodidades que genera la corrección política que sintetiza la hipocresía impostada, puritana. Es un placer gratuito y concreto, real, directo para muchos que fueron llamados a silencio porque decían cosas “que estaban mal”. No seas trolo, man.
La corrección política impidió intentar siquiera hablar de ciertos temas, hubo autocensuras y eso produjo una tensión que invitó a la ruptura estelar del cinismo “incorrecto” y de la “rebeldía”, y eso impidió discutirlo con un sentido común que también fue disputado y corrido de su eje. Mientras la derecha habla de los colores primarios, la izquierda y el progresismo de la superioridad moral se quedaron anclados discutiendo el matiz del matiz dentro de una cámara de eco en la que se sienten cómodos y validados. Las mayorías silenciosas fueron alienadas por las minorías intensas. Se cansaron. Pasó y puede volver a pasar con las nuevas minorías intensas libertarias.
El derecho es hipócrita de forma estructural con su aplicación selectiva según poder, clase, raza o género. Es una ilusión que rápidamente desilusiona. Las necropolíticas no se van a frenar con leyes ni con sentencias judiciales. El poder judicial es una picadora de carne que se alimenta de cinismo puro y dolor ajeno. El freno tiene que venir de una nueva forma de hacer política democrática.
3. La acción sensible de reparar lo roto.
“Con la democracia se come, se educa y se cura” fue un discurso intuitivo y de una sensibilidad inédita en la historia política argentina. Justicia social y democracia, libertades individuales y soberanía del pueblo unidos, en última instancia la unión de derechos individuales y derechos sociales, liberalismo y republicanismo, todo hoy imposible. Fue sensible, inteligente y hasta -quizás- posible en octubre de 1983. Más allá de la retórica, la práctica política y la historia están ahí para invitarnos a pensar, reflexionar y criticar ese discurso cuarenta años después.
Ese discurso (“con la democracia se come, se educa y se cura”) en el largo plazo, si queda en un discurso sensible pero hipócrita, instrumental, se debilita a sí mismo y con el paso del tiempo la democracia termina sacrificada por la misma sociedad enojada. La clave es la acción de reparar lo roto.
La sensibilidad, la experiencia sensible, es más que nunca necesaria hoy frente a un malestar gritando. La respuesta sensible es más necesaria que la racional. Lo argumentativo es totalmente ineficaz.
4. La sociedad rota conecta con la fragilidad del mal.
La sociedad rota y abandonada conecta con la fragilidad de alguien tan roto, abandonado, maltratado y existencialmente solo como ella. Tan enojado con sus padres como ella, tan lacerado emocionalmente como ella. El enemigo es común, los padres, los políticos, las elites, el sistema político. Ellos me rompieron, los quiero rotos y humillados, con terror. Ahora que los veo con miedo, en pánico, disfruto, gozo. Gané. Todo el resto es instrumental. Si la metáfora es válida, ¿dónde están los padres de la sociedad? ¿Quiénes son esos padres? ¿Qué hicieron para que sus hijos les devuelvan esto?
Dejemos de lado sus planes, su jefa, los jefes de la jefa, sus financiadores, sus viejos y nuevos círculos empresarios, los jóvenes enojados, las catacumbas de la dictadura y las mesas de dinero listas para vaciar lo público y empobrecernos a todos. Pongamos de lado eso por un momento si el pánico nos lo permite.
Trump, Bolsonaro, Boris Johnson, Macri son fenómenos muy diferentes en su calidad, en su gestión pública y en sus trayectorias hacia el poder, posterior al poder. La mayoría de esta lista son ganadores, son empresarios, ricos y bien nacidos, machos alfa, así construyen su persona pública con la que performan. Soberbia y empuje con un círculo de apoyo importante atrás, con notables errores de sus adversarios que los subestimaron. Trump y Macri, hijos que compiten con el fantasma narcisista de un padre que les sigue haciendo sombra.
A ninguno de ellos le recuerdo un momento de fragilidad humana sincera, de debilidad evidente, de exposición, de ponerse a llorar en una entrevista, de saberse y mostrarse roto, profundamente solo, como un paria frente a todos, como un bicho raro, de reconocerse maltratado, ninguneado, humillado en privado o en público.
Las inseguridades de Milei son evidentes, pero también son auténticas, sinceras, no está performando, actuando, haciendo de cuenta que esto o aquello. Igual que sus abruptas reacciones. Todos podemos conectar con esas inseguridades, con su forma extraña de bailar -seguramente baila mejor que yo- y eso lo humaniza, aunque su discurso sea profundamente insensible, deshumanizante y nos augure un mundo de dolor.
En tiempos en los que la sociedad está enojada, con resentimiento intenso, en los que las plataformas generan y refuerzan la soledad, hay una conexión fuerte ahí.
La soledad, la crisis de la salud mental de las y los jóvenes es también un factor importante en la fractura de las sociedades, en su fragmentación. El psicólogo social de la New York University Jonathan Haidt resalta los procesos de autolesión en niñas y jóvenes mujeres producto del uso de las plataformas como Instagram, el impacto en autoestima, tendencia a la depresión, en mayor ansiedad y en la reducción de los márgenes de atención. Las plataformas no fueron pensadas para niños y su impacto psicológico y cognitivo es tan inevitable como subestimado.
La crisis de la masculinidad y la soledad de los varones no pueden pasar desapercibidas tampoco. Estamos viendo una generación de varones solitarios, aislados, frágiles pero con mucha bronca, sin trabajo ni futuro. Lisa y llanamente, un peligro ya capitalizado. Varones con miedo de iniciar relaciones sociales en general y relaciones sexoafectivas en particular. Varones que se sienten inseguros, sin virtudes públicas ni roles a cumplir en una sociedad que los castigó públicamente, que los menosprecia y disfruta de tomar “lágrimas de machirulos” justamente cuando los machirulos no lloraban y debían expresar mejor sus sentimientos. ¿En qué quedamos?
Fueron estigmatizados, rotulados, condenados en la plaza pública sin juicio ni garantías por sectores que fomentan una guerra cultural autodestructiva con resultados evidentes. Se los castigó socialmente (cancelación, escrache, etc.) para siempre. Los feminismos y sus agendas no son el problema sino el punitivismo de ciertos feminismos que muy tristemente fueron funcionales a la expansión del aparato judicial y represivo que se transforma en cultura policial de control horizontal. Así se han formado patrullas de cancelación autogestionadas en escuelas secundarias para hacer castigos públicos a niños varones y niñas mujeres también, repito niños y niñas (!!!) llamándolos “jóvenes abusadoras/es” o “alumnas/os abusadores”, sin proceso ni garantías antes de investigar los episodios. Ese pánico social y sexual hoy lo vemos extendido a los jardines de infantes. En los ochenta fue una herramienta de acumulación de poder de las derechas religiosas para expandir el Estado punitivo y represivo en diferentes países. Ya sucedió. Un error garrafal a nivel institucional de las/los adultos responsables, las autoridades políticas, educativas, que caen en el pánico y habilitan los linchamientos que refuerzan la soledad, la tortura, el castigo directo y el miedo.
En tiempos de esa soledad, la solución parece ser un protocolo para domesticar las formas de la vida misma, del amor y de todas las relaciones. La mutua desconfianza es la fuente de las relaciones sociales, del amor de plataformas. Estatus y performatividad siempre estuvieron en las relaciones sociales y amorosas, pero no siempre fueron únicamente eso. Lo arbitrario e inexplicable, lo azaroso y el riesgo, el perfume y las miradas, la atracción y la piel, lo lúdico y la sorpresa, son parte de imponderables hoy domados por el algoritmo. Hoy la soledad hace que la conexión virtual sea la fuente del dolor y su alivio frustrante al mismo tiempo.
Dos factores entraron en escena en las relaciones: miedo y riesgo. Conflictividad y amenaza potencial fomentan la virtualidad en forma de protocolo performativo o en forma de relación mediada por pantallas. Scrollear hasta el agotamiento en las opciones infinitas del deseo trae insatisfacción y refuerza el aislamiento ante la ausencia de compañeros sin riesgos.
Así, hablar con mascotas es lo más natural cuando uno tiene perros o gatos, especialmente en una generación que no puede y no quiere tener descendencia. Vivimos en sociedades del maltrato donde la soledad es un flagelo y un refugio. Un mal menor, una escapatoria ante relaciones que no siempre son contención y comprensión sino problemas, algo amenazante, una paz precaria que promete futuros divorcios y procesos judiciales.
Las izquierdas y los progresismos siempre del lado correcto de la historia con su soberbia -mea culpa mediante- juegan a reírse del otro, muchas veces hasta la humillación hoy potenciada por las plataformas que proveen el estatus de audiencias. Sucedió con Macri, Trump, el Brexit, Bolsonaro, entre otros. En política y en la vida no gana quien tiene razón, quien tiene el mejor argumento y usualmente quien cree tener razón tampoco la tiene. El chiste se vuelve en contra. Hoy el chiste debilita a quien lo hace, el chiste es quien cree ganar una batalla con una ironía ácida. No se puede quemar el ácido con ácido. La ironía ácida es licuada por el cinismo ácido.
En contraste a ciertos políticos profesionales, en nuestro personaje histriónico central hay una humanidad, una evidente carencia, una necesidad de contención que parece canalizarse hacia el rito electoral con un colectivo diverso que son sus votantes, sus seguidores, los espectadores, la sociedad con rabia y furia, con malestar social. Hay una capacidad de interpretación sensible, azarosa o voluntaria, analítica o intuitiva, que no tienen otros candidatos “clásicos” que repiten el discurso clásico de peronismo y antiperonismo, de grieta potenciada frente al abismo. Conectar con el malestar es la clave.
Milei resolvió su trauma con los padres de una forma mucho mejor que Macri. Macri tuvo que seguir mintiendo sobre lo que quería para llegar al poder, para mantenerse y para después sobrevivir en política. Milei es todo lo que parece y más. Macri no pudo ser públicamente todo lo directo y sádico que Milei y sus seguidores son.
Milei conecta e interpreta sensiblemente algo que está en la sociedad y la sociedad que lo escucha conecta con Milei. No hace falta escucharlo ni pensar sus “propuestas”. Los gestos ya generan una conexión posible. Todo lo que está mal ya lo saben quienes miran esas imágenes, incluso con las pantallas en silencio.
La paradoja es que en un mundo cada vez más falso, de performers, de malos actores que nos distraen de un futuro eclipsado, lo más potente y auténtico es el dolor, es la bronca, es la angustia, es el trauma, es el origen de la tristeza, del vacío, de la soledad. La performatividad del mal oculta la extrema fragilidad humana de ese mal. Una parte importante de la sociedad doliente parece conectar con esa fragilidad del mal.
5. El diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico es una tragedia generacional.
Hay que identificar lo que se tiene al frente con calma, con atención y sin ser reactivos. El terror paraliza y la clave es salir inteligentemente de algo parecido a una arena movediza. La hipocresía desinflada no puede vencer al cinismo potenciado en una realidad cada vez más dura. Los discursos no van a ser la solución, hay que pensar desde la acción, no en la actuación sino en el acto de hacer, construir en el encuentro, razón y sensibilidad desde el movimiento. Escuchar con paciencia y templanza, abrazar con compasión y paciencia más que juzgar el malestar. Eso sería contenerlo. La acción es fundamental para reparar.
“Es de piedad, compasión y capacidad de perdonar que carezco. No de racionalidad”, le dice Black Mamba (Uma Thurman) a Vernita Green en Kill Bill (2003) de Tarantino. Es la primera escena de la primera parte de una película sobre resentimiento y venganza. Si la reacción es la indignación, esa reacción le da más poder al cinismo y sadismo que se está enfrentando. Sin acciones concretas para la reconstrucción y sin un plan político de regeneración social, las políticas del resentimiento seguirán creciendo sin piedad ni compasión.
Todo lo que está mal en Argentina se soluciona con todo lo que está bien en Argentina. El diálogo entre un hipócrita insensible y un cínico sádico no es un diálogo. Es un proceso, es una tragedia generacional. Es un proceso con años en gestación que termina en una tragedia. Todavía se puede hacer un esfuerzo no sectario, sensible, sincero y responsable para evitarla.
6. Epílogo.
La pasividad de la hipocresía indignada alimentó al sol negro. La comunidad de negocios que resultó ser el sistema político durante estos cuarenta años fue desplazada -parcialmente- del centro de la escena de gobierno y perdió la conexión con las mayorías en una sociedad que parece mutando, entrando en un nuevo lenguaje político con una nueva racionalidad.
La elite histórica con el legado de traición y abandono puede recuperar su juego pero parece más interesada en colaborar con el Gobierno, habitarlo en sus segundas líneas, mantener negocios y entregar a la pobreza a sus bases sociales y electorales antes que escuchar a esas mayorías enojadas, construir con ellas, representarlas y volver a gobernar. Se especula con un estallido social en lugar de construir una política democrática e institucional.
Esa clase política tradicional le ofreció dinero a la sociedad que estaba enojada y cansada. La última campaña electoral demuestra que la sociedad no quería dinero, quería ser escuchada, que estaba dispuesta a perder, a sufrir, a sacrificarse por algo en lo que cree. Incluso si en lo que cree es falso, erróneo, perjudicial, autolesivo. Entenderlo no es justificarlo. Se construyó un vínculo extraño y sincero después de décadas de intenso desencanto con la clase política. Esa predisposición sacrificial puede ser peligrosa y autodestructiva.
La razón mesiánica que impulsa Milei tiene todo el potencial para crecer ante una crisis que promete sólo profundizarse.
Una nueva comunidad tomó control del Estado y lo está reformulando aceleradamente. Ocupó el Estado para destruir el Estado y hacer una purga en la misma elite de gobierno que ni siquiera los miembros históricos de la elite están entendiendo. A nivel social, los niveles de empobrecimiento y embrutecimiento serán mucho más intensos y parte del caldo de cultivo para una nueva religión llena de demencia y misticismo, belleza y horror, falsos profetas y sacrificio colectivo que todo indica termina, razón mesiánica mediante, en un suicidio colectivo. O sea, en otra tragedia generacional. Aunque nos equivoquemos, repetimos: todavía se puede hacer un esfuerzo no sectario, sensible, sincero y responsable para evitarla.
Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.