Deconstruir los mandatos de lealtades familiares pero también las lógicas maniqueas que indican que el malo es malo todo el tiempo y lo mismo el bueno, son algunos de los desafíos que plantea a la sociedad la emergencia de agrupaciones de hijos que repudiaron a sus padres genocidas, como Historias Desobedientes.
Estas ideas fueron esbozadas recientemente por una de las integrantes de este colectivo, Analía Kalinec, durante la presentación de su libro “Llevaré tu nombre” (Editorial Marea, 2021) en el marco de la última “Visita de las cinco”, el recorrido guiado que se realiza en el Espacio de la Memoria de la Ex Esma, evento en el que estuvo acompañada por la nieta recuperada Victoria Montenegro y la realizadora cinematográfica Abril Dores, directora del corto documental “La hija indigna”.
“Los mandatos de lealtades familiares están muy instalados. Siempre digo que ‘honrar al padre y a la madre’ está antes que ‘no matar’ y ‘no mentir’ en la lista de los 10 mandamientos; y nuestro Código Procesal Penal prohíbe que un hijo declare en contra de su padre. Por eso que vengamos los hijos de los genocidas a decir ‘mi papá es un genocida, está bien que esté en la cárcel, hay que juzgarlo, es una mala persona, lo que hizo está mal’ choca de alguna manera con ese sentido común que viene de lógicas patriarcales, ancestrales y religiosas”, dijo.
Por otro lado, la enorme contradicción entre el Eduardo Kalinec que Analía conoció como padre devoto y el que retrataba la acusación judicial, la llevó durante un tiempo a desdoblar su figura, en una suerte de doctor Jekill y señor Hide.
“Yo en un momento estuve parada en ese lugar de pensar ‘por un lado está mi papá y por el otro el represor’, porque yo necesitaba también sostener algo de eso. Fue un trabajo de mucha terapia y muy doloroso asumir esta condición de padre genocida porque es un oxímoron: o se es padre o se es genocida”, destacó.
La imposibilidad de tramitar esta revelación también estuvo vinculada a la lógica imperante “de que el malo es malo todo el tiempo, y el bueno es bueno todo el tiempo”, la cual es necesario empezar a “complejizar” para admitir que “puede haber algo bueno (en una persona mala), por más controvertido que suene”.
Efectivamente, “el caso de los genocidas es tan grande esa crueldad y tan actual -porque que sigue operando hoy cuando guardan silencio acerca de lo que saben, reeditando todo el tiempo esa maldad”- que plantear esta ambivalencia, suele generar incredulidad o rechazo.
“Pero que vos seas su hija o familiar (de un genocida) y sientas un afecto genuino por esa persona, no te exime de repudiar sus crímenes”, expresó Kalinec
En ese sentido, recordó que una de las primeras acciones públicas de Historias Desobedientes tras su creación en 2017, fue la presentación de un proyecto de ley para derogar los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal que prohíbe a una persona denunciar o testificar contra “su cónyuge, ascendientes, descendientes o hermanos, a menos que el delito aparezca ejecutado en perjuicio del testigo (o denunciante) o de un pariente suyo de grado igual o más próximo que el que lo liga con el imputado”.
La joven explicó que esos artículos deben ser eliminados al menos para los hijos de genocidas, “porque hay un aporte importante que podemos hacer nosotros como portadores de información sensible para la reconstrucción de hechos o de la memoria colectiva”.
Por eso, Kalinec sostuvo que es necesario “pensar qué le pasa a los hijos de los genocidas” comprometidos con las consignas de memoria, verdad y justicia, “y empezar a pensar que ahí hay una población no mirada que es necesario abordar con pensamientos, reflexiones y por qué no políticas públicas, porque lamentablemente los familiares de los genocidas somos muchos, porque hubo muchos genocidas”.
“En Argentina ya hay más de mil condenados por crímenes de lesa humanidad. Y si pensamos en todos los que están impunes, en los que murieron impunes, hay que pensar en mucha población”, consignó.
Cabe recordar que esta agrupación conformada por hijas, hijos y familiares de personal de las fuerzas armadas y de seguridad responsables de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-eclesiática-militar, nació en mayo del 2017 tras la decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación de aplicar la ley del Dos por Uno para contabilizar las pena de los genocidas, y en el marco de las movilizaciones sociales contra de su aplicación que terminaron en su revocación.
“Historias Desobedientes a veces es un espacio de militancia, a veces de tránsito y a veces un lugar donde venir a socializar y también un espacio de denuncia. Muchos familiares de genocidas han empezado a declarar en juicios o acercarse a fiscalías después de pasar por Historias Desobedientes”, dijo.
Su primera aparición pública como organización se realizó unas semanas, el 3 de junio de ese año en el marco de la marcha de "Ni una menos", y la primera en dar su testimonio en los medios es la hija del condenado represor Miguel Etchecolatz, quien se cambió el apellido paterno por el de “Dopazo” a diferencia de Analía, que eligió mantener su apellido como indica el título de su libro porque “por más que me lo cambie o me quiera ir a vivir a la China tengo este papá, asumo este imperativo, esa condición y tomo posición”, dijo en una entrevista reciente.
“El rompimiento que muchos nietos restituidos tienen que hacer con sus apropiadores, tiene muchos puntos de encuentro con el que hacemos los hijos biológicos (de esos apropiadores y genocidas), salvando todas las distancias a salvar”, dijo durante la presentación.
A su turno, la nieta recuperada y legisladora porteña Victoria Montenegro asintió que “mi historia es distinta, pero parecida” a la de Analía y de otros hijos e hijas biológicos de represores, en la medida en que, como ellos, creció con un genocida como padre, que su caso era en realidad su apropiador.
“Nuestras vidas están cruzadas de ciertas formas. Con Analía fuimos a la misma escuela ‘La Sagrada Familia’y vivimos en el mismo barrio un tiempo en nuestra adolescencia. Es decir que previo a esta instancia de elegirnos, nuestras vidas se fueron encontrando”, dijo Montenegro que también publicó un libro con su historia y en la misma editorial, bajo el título “Hasta ser Victoria”.
Ambos libros “viene a plantear la importancia del testimonio valiente, urgente y necesario” tanto de los nietos recuperados como de los hijos que renegaron de sus padres genocidas, a partir de una toma de conciencia que hace surgir la “necesidad” tanto de “hacer algo distinto con nuestro dolor como de contar nuestra historia”, que en su caso se hizo imperiosa a partir del nacimiento de su primer nieto.
Montenegro también se identificó con el testimonio de Kalinec en el sentido de las “contradicciones” que le generan algunos recuerdos de su apropiador –ya fallecido-, sobre todo en su rol de padre.
“No todo es tan lineal: uno identifica el horror, la historia y así y todo hay algo íntimo que vuelve. Porque si bien es la historia que se nos impuso, después estos vínculos se construyen y se viven, y vos después no podes borrarlo y reconstruirte de nuevo sin que algo de todo eso cada tanto lo extrañes y forme parte también de tu vida”, dijo.
Como Kalinec, Montenegro también se reconoce habiendo transcurrido su adolescencia en “una sociedad que pensaba que no era necesario hacerse cargo” de historias como la suya, algo que empezó a crujir “en el peor momento de crisis moral y económica”, cuando la Argentina eligió “reconstruirse con memoria verdad y justicia, y avanzar en los juicios de lesa humanidad”.
“Hasta ese momento yo pensaba que si mi papá hubiera sido responsable de todos esos delitos (de los que se lo acusaba), no estaría libre, porque alguien que secuestró, torturó, mató, tenía que estar preso”, expresó.
Por eso, Montenegro concluía “que todo eso seguramente era una gran mentira y los desaparecidos estaban todos afuera”, hasta que se produjo la reapertura de los juicios y la derogación de las leyes del perdón, lo que “permitió que muchos genocidas vayan presos y que cada uno de nosotros pueda ir tomando conciencia y reparando, como puede” el robo de su identidad.
“Tuvimos que entender que esos que nos habían criados no eran papás de corazón que nos dieron todo lo que necesitábamos en la vida al quedar huérfanos, sino que nosotros ya teníamos lo que necesitábamos en la vida -que era nuestra familia- y que esos supuestos papás del corazón nos secuestraron, escondieron, nos criaron lejos de nuestra familia y totalmente ajenos de lo que debíamos ser, dentro de un plan sistemático de apropiación de bebés”, dijo.
“Y eso no lo dicen solo las madres y las abuelas, sino que la justicia comprobó que hubo una política de Estado que definió que los hijos de militantes populares no podían ser ellos mismos, para que en el futuro nunca más se active el gen terrorista que supuestamente teníamos en la sangre y contagiar como nuestros viejos contagiaban y por eso tuvieron que desaparecerlos”, agregó.
No obstante, “también necesito entender que esos criminales responsables delitos de lesa humanidad, algunos condenados, otros presos, otros en libertad, también eran hombres formateados con una ideología que decía que eso que hacían era por el bien de la patria”; y si bien “no se discute” que “fueron sádicos, violaron, torturaron”, en algunos casos “también fueron padres” que parecían desempeñarse muy bien en ese rol o en el de abuelos.
“Esa contradicción que le pasa a Ana a mí me sigue pasando, y mi apropiador murió hace mucho”, dijo Montenegro.
Justamente con esta problemática se mete el documental “la hija indigna” sobre la historia de Kalinec, filmado por Dores en 2018, apenas un año después de la fundación de Historias Desobedientes, que se puede ver en Youtube.
“Cada vez se hacía más evidente y contundente la condición de genocida de mi padre hasta que en el 2008 la causa es elevada a juicio oral y con esos testimonios de quienes habían sido sus víctimas, fui a interpelarlo a la cárcel y lo que recibo por respuesta es un intento de justificación de los crímenes que había cometido”, contó Kalinec.
Ante el tremendo golpe de la verdad, la joven comenzó “un proceso terapéutico muy necesario y reparador” en el marco del cual “la escritura se transforma en una herramienta de tramitación” y comienza a registrar así lo que le estaba ocurriendo “sin saber todavía que esto iba a ser un libro”.
En ese proceso y después de la muerte de su madre en 2015, “tanto mi padre –ya condenado- como mis dos hermanas menores que son personal civil de la Policía Federal, me inician acciones legales para desheredarme y declararme indigna”, contó.
Pero también "en todo este recorrido, de hacer pública la historia, nos fuimos encontrando” con otros hijos e hijas que denuncian a sus padres genocidas, hasta conformar Historias Desobedientes cuyos integrantes promueven “una lógica diametralmente opuesta instaladas en estas familias en las que fuimos criados, que son las lógicas del silencio, de no exponernos, de guardar secretos”.
“Para mí fue muy importante el testimonio de los nietos restituidos y no es casual que el libro de Vicky (Montengro) haya sido el inmediatamente anterior al mío (en la editorial) porque tiene que ver con un trabajo de reconstrucción histórica que vamos haciendo nosotros como sociedad, con las madres y abuelas a la cabeza, en esta lucha por memoria verdad y justicia”, concluyó.