En “El Aguante. La militancia en los 90”, Matías Cambiaggi propone dar cuenta de cómo lograron transitar esa década los diferentes movimientos sociales, y, para ello, toma directamente las voces de sus protagonistas, haciendo una lectura a contrapelo de “la historia”. El libro se compone de doce relatos representativos. “No me interesaba presentarlo como la teoría de los ’90 -dice Cambiaggi a El Grito del Sur-, contar toda la década es imposible. El aporte de este libro es narrar esos años desde la militancia, porque fueron historias dispersas, pero estuvieron conjugadas en un proceso”.
El autor inaugura la década en 1989, con la asunción de Carlos Menem como Presidente en un contexto local de hiperinflación, deuda y saqueos, y un contexto global marcado por el fin de la Guerra Fría, el establecimiento de un nuevo orden mundial y el fin de las ideologías y de la historia. A su vez, plantea que la década se cierra el 20 de diciembre de 2001 en medio de la crisis económica, política y social por la que surge el “sujeto popular y una insurrección que cambió el rumbo de la historia”.
Los protagonistas de este libro son estudiantes, desocupados, hijos de desaparecidos víctimas de la última dictadura cívico-militar, “piqueteros”, jubilados, empleados estatales, personas que lucharon contra el ajuste y la privatización de la educación, contra la violencia institucional y policial, contra el miedo a la Dictadura y a sus genocidas, entre otros. De esta manera, el autor retoma voces indispensables para comprender los acontecimientos de esa década y nuestro presente.
Algunos de los acontecimientos representativos de la década que eligió Cambiaggi para abordarla son: la fundación de la CORREPI (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional) y el caso Walter Bulacio, la lucha contra la Ley Federal de Educación y la de Educación Superior, la aparición de HIJOS y su primer escrache, la Marcha número cien de los jubilados y la consolidación de Norma Plá como referente, el Matanzazo, el Santiagazo, los Autoconvocados en Corrientes y el 19 y 20 de diciembre de 2001, entre otros.
-¿Qué destacás de la militancia de esa época?
-En particular la militancia de los 90 tiene algo inédito, que es que se da en una intemperie pocas veces vista y sin ninguna contención política previa, con todo en contra, logra lo que muy pocos en la historia: derrotar al neoliberalismo en este país, pero más profundamente a los dueños del país, los sectores dominantes.
-¿Por qué la definís como “militancia huérfana”?
-La militancia de los 90 es huérfana porque surge sin el tutelaje, sin las visiones previas de los partidos tradicionales en las cuales se movía antes. Incluso, hasta la militancia a la que se apela siempre como la más radical, que es la de los ’70, se da en un marco en el que, en una parte, tiene el paraguas del peronismo y otra parte la del movimiento de izquierda internacional. En cambio, la militancia de los ’90 se da sin nada de eso, por eso tiene todas las características que tiene y permite pensar preguntas nuevas, nuevas búsquedas. Lo que está en juego es el sentido de los hechos, la famosa lucha por el sentido.
-¿Cómo surgió la idea del libro?
-Milité desde el ’91 en un centro de estudiantes, y a partir del ’96, orgánicamente. Tengo una parte de la experiencia directa, conozco la década y a muchos de sus protagonistas y eso me acercó la temática. Hoy, me sigo considerando militante, más allá de que no active orgánicamente. Me parece que es interesante y necesario conocer la militancia de distintos momentos históricos porque atrás de esa militancia hay proyectos políticos e ideas. Los 90 implicaron radicalidad porque no había proyecto, entonces al estar tan jugados, había que actuar desde cero. Hoy, necesitamos volver a correr los límites, porque si no corremos los límites vamos a quedar atrapados en proyectos más acotados.
– En el libro, señalás cuatro etapas de la militancia de los ’90: Derrota y Repliegue (1990-1992), La Nueva resistencia (1993-1995), Extensión y radicalización (1996-2000), Insurrección y final (2001). ¿Cómo hallaste esas etapas?
-Menem había prometido en campaña: salariazo, revolución productiva, etc. Como eso no se cumple lentamente empieza el período de conflicto: las dos huelgas fuertes que hay en el ‘91 y ‘92 son las de telefónicos y ferroviarios, y son derrotadas y ese clima de derrota se instala. Por otra parte, con la caída del muro de Berlín, hay una sensación de derrota que sobrevuela en el peronismo y en buena parte de la izquierda. El primer cimbronazo que hay es en el ’93, con el Santiagazo, una pueblada muy grande en Santiago del Estero a raíz de la falta de pago de los sueldos a estatales y docentes, en la que participan también estudiantes que se termina ganando porque logran que renuncie el gobernador y le depositen los sueldos a los trabajadores. Después, también, aparece el conflicto de los jubilados, que fue algo inédito, se trató de un nuevo sector, se multiplican un montón de organizaciones con niveles de confrontación muy importantes, impensados para jubilados: se suben a las bayas, hacen escraches, van a las casas de los ministros y le tiran huevos. Otro hecho fuerte surge en el ’96 con los veinte años del último Golpe militar, que implica al nivel de la memoria un cambio importante porque es como un primer cimbronazo al miedo de la Dictadura, porque el miedo social que no se acabó en el ’83, ni mucho menos. No es casual que poco tiempo después aparezca HIJOS, que ya estaba en forma larval, pero, en el ’97 realiza el primer escrache. Y, en el ’97, en el nivel del conflicto social, están las puebladas de Cutral-Có Plaza Huincul en Neuquén y Tartagal en Salta, que también son un salto más en la conflictividad social porque aparece la figura del piquetero, el corte de ruta, la figura del desocupado. Entonces empieza a haber resistencia dispersa de distintos sectores: los jubilados, los secundarios, los desocupados. Empieza el conjunto social a hacer grietas por distintos lados a ese modelo neoliberal…
-¿Qué significó el 19 y 20 de diciembre de 2001?
-Significó muchas cosas, pero, para mí, no es una tragedia: muertos por el conflicto social y por gatillo fácil hubo durante toda la década, la diferencia fue que ese día se logró echar a un Presidente con movilización del conjunto de la sociedad. O sea, si hay que ponerle algún calificativo, fue un levantamiento social digno de mención, reivindicable. Una gesta social que tuvo consecuencias importantes, y fue con cuestiones dolorosas o trágicas al margen, pero no hay gesta social y política para los sectores populares sin pérdidas, nunca en la historia. Lo peor que se puede hacer con esas pérdidas, esos pibes, esos compañeros que ese día no volvieron a las casas es solamente recordarlo como una tragedia. Sería no tener en cuenta que ellos salieron a la calle, sean militantes o no, queriendo terminar con un gobierno, y eso se consiguió.
¿Por qué elegiste el concepto de “Aguante” para definir a la militancia de los 90?
-Lo del “aguante” surge como una construcción propia de la época, no es un invento mío. Está relacionado al fútbol, porque una parte de la resistencia que se da en los 90 sobre todo a nivel juvenil es por fuera de la política orgánica. Para los jóvenes de ese momento, una parte de la primera resistencia que tienen contra el menemismo es en las canchas de futbol y en los recitales de rock: caso La Renga, caso El Indio. Y, a nivel más micro, en la murgas o centros culturales. Ese es un actor social que va madurando durante todos estos años de la mano de otras experiencias, que después se va politizando, trasciende el lugar de pertenencia propio: la cancha, el equipo de fútbol, la banda de rock y empieza a cuestionar todo en la Plaza de Mayo. El aguante viene de esa cuestión y tiñe después la política. Esto no está explícito en el libro, pero discute también con la idea del aguante que plantea Martín Caparrós de que el aguante es “un proceso de agachar el lomo y aguantar”. Lejos de eso, el aguante tuvo más que ver con poner el pecho en las peores condiciones y significó también creación. El hecho de salir a la calle y juntarte con otros, implica un acto creativo que debatió cuestiones que son propias de la década, como plantearse la cuestión de los íconos, si realmente necesitás poner la cara de Evita, el Che o lo que fuera, la cuestión de los referentes, de la horizontalidad en muchos ámbitos, la cuestión del Estado. Las Asambleas del 2002 son un resultado de eso. Que veinte vecinos en una esquina, piensen que pueden cambiar el mundo, suena a locura, pero también es algo positivo porque entienden que pueden tener la posibilidad de cambiar algo desde lo local.
-¿Qué pasó con la militancia durante el kirchnerismo?
-Durante el kirchnerismo, si bien fue un proceso inclusivo a nivel social, hay una parte de la práctica social que se secundarizó y cayó en una práctica institucionalista de la política a raíz de la relación con el peronismo. Con lo cual perdió cierta rebeldía el activismo. Y la rebeldía no se le puede pedir al Estado, tiene que venir de abajo o de las organizaciones. En todos los niveles que quieras, podríamos haber tenido más radicalidad, más rebeldía a nivel de Derechos Humanos, a nivel de organizaciones sindicales, a nivel de base, de territorio. Más allá del kirchnerismo, tampoco floreció o se le quiso dar aire a eso en las organizaciones sociales. Viéndolo con el diario del lunes, hubiera sido necesario, hubiera sido positivo. Hoy estamos muy a la expectativa de “no la pudramos”, “no hagamos de más porque se puede volver”.
-En el libro hacés una pregunta que sobrevuela durante toda la lectura: “¿Volvieron los 90?”.
– Lo importante, más que la respuesta, es la argumentación. Es famosa la concepción de Marx que planteaba que las épocas vuelven como farsa. La época actual es muy distinta a la de los 90, en todos los sentidos. Salvo por el Presidente, que insiste con recetas que ya fracasaron, todos los otros indicadores muestran que el país es distinto, que el mundo es distinto, que la sociedad es distinta. Nosotros ya partimos de un nivel más alto de conciencia que no había en los 90. Ahora, el mundo se está cerrando, hay un proceso que muchos llaman “desglobalización”, hay una guerra de baja intensidad entre Estados Unidos y China. Estados Unidos, hoy mercado internista, se cierra. Y Macri va a contramano de todo eso, planteando que nos “abramos al mundo”, y está haciendo pelota la industria bajo las ideas dominantes de esta etapa: apertura para los países pobres, protección para los países centrales. El problema es que las ideas dominantes las generan los que dominan, no surgen de una fuerza todopoderosa que nadie conoce. En toda la región, están imponiendo un proceso que ya fracasó.