En sus primeros escritos y en su primer y más conocido libro, El género en disputa, Judith Butler retoma los conceptos de sexo y de “género” que lee en Simone de Beauvoir en El segundo sexo. No obstante las críticas que le realiza a la escritora francesa, a través del desplazamiento e injerto de cadenas significantes en nuevos contextos, Butler butleriza a Beauvoir para su propia teoría de la performatividad de género. La “infidelidad” de la cita se ha vuelto, al menos hasta donde percibo, una apuesta bastante usada en las humanidades y ciencias sociales de las últimas décadas, que puede tener que ver con el registro de una gramática postestructuralista y con el giro lingüístico en la teoría. Sin embargo, no es una estrategia arbitraria sino que nace de tensiones teóricas que pueden considerarse constitutivas de los textos de base. Parte de una comprensión de las teorías como cajas de herramientas para nuevas creaciones que, a su vez, nos permite comprender la historia del pensamiento como un proceso infinito de reescritura y relectura.
El sexo en disputa
En la aproximación que realiza Butler de “No se nace mujer, se llega a serlo” -probablemente la frase más famosa de El segundo sexo-, Beauvoir habría distinguido entre el sexo como dato natural, anatómico, fijo, y el género como el proceso cultural e individual de volverse mujer. A diferencia del sexo, el género, por ser una construcción, sería más variable o plástico, y podría elegirse de alguna manera. De esta manera, Beauvoir puede afirmar que ser mujer no es algo esencial y, por tanto, natural -sugerencia que Butler considera “prometedora”.
La distinción entre un sexo dado y un género construido sirvió en su momento (y sigue siendo útil) para defender que la biología no es destino, es decir, que el sexo asignado al nacer no determina roles y funciones sociales específicas. Por poner un ejemplo, haber sido asignada con un sexo femenino al nacer no supone tener más aptitudes para los cuidados y menos para la acción política, sino que estas determinaciones se crean culturalmente. Butler no se opone a esta sensibilidad sino que llama la atención sobre las complejidades que presenta la diferenciación sexual masculina/femenina junto con la oposición binaria entre sexo y género, heredera de la separación naturaleza y cultura. Se trata de una crítica filosófica que tiende a elaborar un pensamiento de y por multiplicidades.
Butler señala que una separación fuerte entre sexo y género no explica por qué alguien llega a ser su género, es decir ¿por qué su género? Desde la formulación lingüística, la frase “no se nace mujer, se llega a serlo” no dice que sea un cuerpo sexuado femenino el que se convierte en mujer. Si la separación fuera ontológica, es decir, en términos del “ser”, entonces proliferarían los géneros y una mujer no tendría por qué dar cuenta de un sexo femenino así como de una “hembra humana” no tendría por qué proyectarse una mujer.
Una de las claves de esta reflexión radica en que Butler entiende que Beauvoir pensó el cuerpo como “situación” en El segundo sexo, lo cual evidencia un nexo entre el proyecto personal y la cultura. Que el cuerpo sea una situación quiere decir que siempre se lo interpreta mediante significados culturales. Así, para Beauvoir, el género se eligiría a través de una interpretación de las normas de género culturalmente aprendidas. Si bien la cultura mandata, cada quien tiene cierto margen para organizar la red de normas de un modo nuevo, con lo cual hacerse mujer se vuelve un proyecto incesante y cotidiano. Ahora bien, ¿qué alcance tiene esta red de normas? Si consideramos al cuerpo como un locus cultural de significados de género, vale preguntarse si hay algún aspecto de este cuerpo que sea natural o que no tenga impronta normativa y qué lugar ocupa el sexo en esta configuración. Una posibilidad es postular la existencia del sexo como una superficie neutra que se significa a través de la cultura y el cogito individual. El género sería esa marca, de modo que la red de normas le conferiría existencia inteligible a una materia que no se conoce a sí misma. Esta es la postura dualista del párrafo anterior, y además de reproducir sus problemas, es evidentemente falogocéntrica.
Otra lectura que realiza Butler de la potencia de El segundo sexo, es que si el cuerpo es una situación, el cuerpo sexuado también lo es. Desde esta postura, el sexo no puede escindirse del campo de los sentidos culturales. Por lo tanto, no podemos afirmar la existencia de dos sexos claramente distinguidos en femenino y masculino desde un punto de vista natural, ni siquiera científico, al menos, no desde una comprensión positivista de la ciencia que la entiende como un espejo de la naturaleza. El cuerpo anatómico es ya una manera de hacer-pensar y no un hecho natural. Recordemos que la anatomía fue inventada en los albores de la modernidad y que sustenta la filosofía mecanicista que hace del cuerpo y de la naturaleza un objeto muerto, pasible de ser conocido y dominado a través de un yo pensante. En El género en disputa, Butler se pregunta: “¿Podemos hacer referencia a un sexo ‘dado’ o a un género ‘dado’ sin aclarar primero cómo se dan uno y el otro y a través de qué medios? ¿Y al fin y al cabo qué es el “sexo”? ¿Es natural, anatómico, cromosómico u hormonal, y cómo una crítica feminista puede apreciar los discursos científicos que intentan establecer tales ‘hechos’? ¿Tiene el sexo una historia? ¿Tiene cada sexo una historia distinta, o varias historias? ¿Existe una historia de cómo se determinó la dualidad del sexo, una genealogía que presente las opciones binarias como una construcción variable (y sedimentada)?”
Para Butler, quien aquí retoma el pensamiento foucaultiano, la categoría de “sexo” funciona como norma, como ideal regulativo, en tanto produce a través de prácticas discursivas y gestuales los cuerpos que gobierna, que controla. Butler observa cómo en sus investigaciones sobre el sexo, las teorías y prácticas médicas, biológicas y psicoanalíticas están permeadas por cuestiones de género que se naturalizan. Concluye que el “sexo” es una categoría dotada de género, por lo cual no podemos postular una diferencia sexual original (masculina/femenina) que en una segunda instancia se interpretaría.
“Si el cuerpo natural -y el ‘sexo’ natural- es una ficción, la teoría de Beauvoir parece preguntar implícitamente si es que el sexo no era género todo el tiempo”, afirma Butler, reconociendo, igualmente, que toda ficción es real por ser política al tiempo que no hay una realidad postulable por fuera de las ficciones. Sin embargo, Butler sugiere que Beauvoir no llevó hasta estas consecuencias su propio punto de vista sobre la “situación” del cuerpo. En la escritora francesa habría una tensión entre el cuerpo natural y el cuerpo aculturado, la cual podemos resolver como diciendo que una nace su cuerpo natural y, siempre encarnada en las normas culturales, va esculpiendo su propia obra de sí (primera postura), ya criticada, o la lectura que radicaliza la posición construida del cuerpo sexuado. Butler puede leer esta segunda formulación del “No se nace mujer, se llega a serlo” a la luz del estado de la discusión sobre la sexualidad, el cuerpo y el discurso a fines de la década de 1980. En otras palabras, se produce un agenciamiento colectivo de enunciación entre Monique Witting, Michel Foucault, Simone de Beauvoir y ella misma, que lo reconstruye. La contribución de Beauvoir es clave para Butler, en quien reconoce el planteo de un desafío al sistema diádico de género, que las teorías posteriores de Wittig y Foucault han ayudado a formular. A pesar de ser filósofxs muy diferentes, para Wittig y Foucault, la discriminación de sexo se produce en un contexto cultural que exige que el ‘sexo’ sea diádico. En este marco, Butler, retoma el planteo de Wittig acerca de la matriz heteronormativa en la cual se entrelaza el binarismo de sexo con el binarismo de género a través de normas de “coherencia” y “continuidad”, que descansan sobre la ficción de originalidad del sexo. Este binarismo se entrelaza con la construcción del deseo erótico-sexual “natural” hacia el sexo-género opuesto, consituyendo un dispositivo de género complejo, cuya hegemonía margina y condena la inestabilidad y multiplicidad de los cuerpos deseantes.