Por Osvaldo Bazán
Fruto acertado de la Revolución Francesa –nació trece años después de 1789-, un movimiento que, entre otras cosas, forjó la figura del intelectual comprometido con su tiempo, Alexandre Dumas publicó La nueva Troya (dedicada “a los heroicos defensores de Montevideo”) en 1850. Se trata de un flamígero alegato a favor de la Banda Oriental sitiada entre 1843 y 1851 por las fuerzas de don Juan Manuel de Rosas.
Como para que no quedaran dudas respecto de sus preferencias –en una época dorada en la que la divisa de un intelectual no era la higiénica imparcialidad ni su afán la adhesión a lo políticamente correcto-, debajo de la dedicatoria consta la rúbrica in extenso del escritor: “Alexandre Dumas, escritor al servicio de Montevideo y adversario de rosas”. Melchor Pacheco y Obes, general de la Banda Oriental y ministro designado en París para respaldar la posición de la ciudad sitiada, traba amistad con el escritor y lo gana para la causa montevideana. Sin haber puesto ni pie en ninguna de las orillas del Plata, sólo un talento irrefutable colmo el de Dumas –si sólo hubiera escrito El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, le habría alcanzado para merecer la gloria, y escribió mucho más- puede construir un relato con semejante aliento épico y asimilar el sitio de Montevideo a Troya, parangonando a sus actores con héroes de estirpe homérica. Inexactitudes, anacronismos y erratas pueden hallarse con previsible facilidad, pero demandarle rigor histórico a un narrador como Dumas equivale a tachar de mentiroso a Borges porque uno nunca ha encontrado un artilugio similar al aleph.