La historia de Analía Kalinec, profesora, psicóloga y actualmente cursando derecho en la Universidad de Buenos Aires (UBA), es por demás inspiradora. Un ejemplo de lucha y superación que conmueve, como bien remarca el título de esta nota.
¿Por qué?, porque Analía descubrió a sus 25 años que su padre, Eduardo Kalinec, ese que la mimaba en su infancia, era también responsable de delitos de lesa humanidad ocurridos durante la última dictadura militar argentina. Era conocido como el “Doctor K” y fue condenado a cadena perpetua.
Por eso, a partir de ahí comenzó su proceso por el que hoy es parte de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Y justamente en el libro “Llevaré su nombre” plasma las distintas etapas de esa transformación.
Además, allá por 2017, Analía formó junto a otros hijos de represores el colectivo “Historias Desobedientes”, un movimiento que busca alzar su voz en contra de sus padres por sus crímenes. Un grupo que además se extendió a ´países como Chile, Brasil y Uruguay.
Es importante mencionar que “Historias Desobedientes” está actualmente en un proceso de institucionalización en el país. Su principal demanda es que se les permita declarar en los juicios contra sus progenitores, situación que está prohibido por el Código Penal Argentino.
“La primera noticia que tuve fue cuando a fines de agosto del 2005 él fue detenido, mi mamá me llamó por teléfono para avisarme. Lo primero fue preguntarme los por qué. En mi casa me decían que era todo mentira, que se trataba de ‘vinculaciones políticas’. Ahí fue que vinculé en tiempo y espacio a mi padre como policía en aquellos años, de los cuales no tenía mucho registro porque no eran temas que se hablaran en mi casa”.
Mi nombre
“Cuando leo el testimonio de Rita Vagliatti, una chica que se cambia el apellido, no me impactó tanto eso sino que hubiera otras hijas de genocidas que se planteaban en esta disyuntiva del deber de lealtad familiar frente al horror del repudio que generaron sus padres. Y cuando surge más recientemente el caso de Mariana Dopazo, que se cambia el apellido, lo que impacta fue una frase suya que decía ‘no le permito ser más mi padre'”.
“Eso yo después lo trabajé mucho en terapia, pero termino reconociendo a mi padre como padre y desde ese lugar elijo posicionarme políticamente. Es la condición de hija y la suya como genocida donde nos paramos en Historias Desobedientes. Por eso también el ´titulo del libro, asumiendo mi herencia sin renegar del apellido, sino tratando de construir algo en otro sentido”, manifestó la profesional.
Por otra parte, consultada respecto de sus sensaciones cuando ve a otros hijos de padres genocidas que los defienden o no se pronuncian al respecto. “Creo que ya que poner en contexto las lógicas a veces opresivas o de lealtades familiares que operan muy fuerte. Y por otro lado, una de las funciones sociales del colectivo es visibilizar esto, que el nivel de ligación afectiva no lo eximen a uno de repudiar estos crímenes”.
“Después tenés distintas versiones, los negadores que lo hacen como mecanismo de defensa. Otros que los reivindican o suscriben a ese pensamiento ideológico. Pero lo importante de esto es que en Argentina surge un espacio de esta naturaleza y que no es casual porque el país es de los que más ha avanzado en materia de Derechos Humanos en el mundo”, explicó.
Mis hermanas
“Yo tengo en mi historia personal a mis dos hermanas menores, con las que estamos dentro de la misma franja etaria ya que nacimos seguidas, con contextos de crianzas similares. Y las dos son personal civil de la Policía Federal, las dos son egresadas del Instituto Universitario de la Federal y acompañan incondicionalmente a mi padre”.
“Por eso digo que más allá de las lógicas familiares a las que uno se puede revelar, también existen lógicas institucionales que refuerzan estas practicas de silencio, de negación. También está bueno como sociedad y como colectivo poder dar cuenta de cómo funcionan estas lógicas para poder desandarlas”, apuntó .
Mi historia
“La fui descubriendo de la mano de una construcción social, de la mano de la lucha de las Madres y Abuelas que al principio estaba invisibilizada para mí. Con preguntas que me enfrentan con el hecho de tener un padre procesado y condenado por crímenes de lesa humanidad. Su accionar y todo lo que eso implica en mi vida personal, yo también lo fui construyendo en este camino. Creo que mi historia va en paralelo con la historia de un país y en ese ida y vuelta voy asumiendo esa condición de genocida de mi padre”.
“Y después la fui rearmando con vocación y pulsión de saber, buscando documentos, me entrevisté con mi familia, abuela, tía, un tío lejano, tratando de entender cómo era mi papá de chiquito. Busqué el legajo de la Policía Federal, leí algo sobre nazismo, me recibí de psicóloga. Lo fui haciendo a pesar de todo el silencio intrafamiliar, queriendo entender y saber lo qué pasó”, expuso Analía.
El valor de lo colectivo
Sobre el final de esta charla que se vuelve absolutamente necesaria, nos encontramos con conceptos que ponen especial énfasis en el valor de la lucha colectiva. “El valor de que nos podamos juntar los familiares, y contar con este lugar de pertenencia y acción política donde tenemos mucho para decir y aportar a nivel social. Por eso milito en este espacio y dedico tiempo a esto”.
“Hay que pensar en que también estaría bueno orientar políticas públicas en torno a los familiares de los genocidas, incluso hasta estratégicamente, como un sector social donde puede haber mucha información sensible que a veces ni siquiera nosotros no sabemos que tenemos”, dijo.
“La reconstrucción de la historia tiene mucho para crecer con estos testimonios, vivencias y costos emocionales frente a crímenes tan atroces que se han instalado en el corazón mismo de una sociedad y de una familia”.