La cabeza de Mariano Rosas es una novela de Sergio Schmucler, publicada en el 2018. Con eje en la figura de Lucio V. Mansilla, la historia retrata un momento de nuestro país en donde la maquinaria asesina de la élite buscó exterminar a los pueblos originarios.
Exiliado en París, Mansilla vive atormentado por la culpa. Noche a noche, se despierta sobresaltado por las pesadillas: sueña con la cabeza del cacique ranquel Mariano Rosas, nacido Panguitruz Güor y adoptado de niño por su tío Juan Manuel de Rosas. Agobiado por la situación, Lucio V. Mansilla decide emprender el viaje de regreso hacia la Argentina para llevar adelante una misión temeraria: devolver a Leubucó, de donde fue robada, la cabeza de Mariano Rosas.
Con una prosa precisa, el autor Sergio Schmucler realizó una novela en donde describe lo terrible, pero sin perder la humanidad.
“Para ir al museo desde el hotel Nueva York el carruaje de alquiler pasó frente al teatro principal, donde se estaba a punto de representar Rigoletto, para lo que habían contratado a uno de los grandes regisseurs de Milán. Mansilla le pidió al cochero que se detuviera. A pesar de las amenazas de ataques de grupos anarquistas, la gente había salido a festejar entusiasmada. Un tumulto de personas elegantes se arremolinaba en la entrada. Pudo contar no menos de veinte militares, nueve o diez diplomáticos europeos y cerca de ellos a varios grupos de mujeres con sombreros excesivos y anacrónicos, que se habían dejado de usar en Londres y París hacía dos temporadas y que habían abarrotado las tiendas de moda en Buenos Aires las últimas semanas. Sintió repulsión por pensar en tanta frivolidad. Pensó que la ciudad era un pozo y que el teatro era ridículo y pretencioso. La ignorancia crece, Meir. Rigoletto no es Rigoletto y ninguna obra es lo que tenía que ser. ¿Alguien aquí sabe que Rigoletto estuvo censurada más de treinta años y que el propio Verdi tuvo que modificar el libreto para poder montarla?¿Realmente crees que a alguno de los que ves ahí, creyendo que está en un teatro de Londres o de Viena, le importa lo que está festejando? Meir Gueiser sabía que no estaba ahí para hablar ni para contradecir. Solo estaba para ser testigo de lo que decidiera hacer o decir su amigo, que hasta hace poco tiempo era un hombre muy importante y que ahora se iba convirtiendo de a poco en un simple viejo que empezaba a enceguecer. No soy distinto a esta gente, murmuró Mansilla. Soy uno de ellos. Con esa idea, o quizás por ella, el aire se volvió irrespirable. Perdió el conocimiento. Su amigo alcanzó a sostenerlo para que no se golpeara la cabeza contra el marco de madera del respaldo”.
De vuelta en nuestro país, Lucio V. Mansilla se aloja en un hotel llamado Nueva York. Es el año 1910 y estamos en las vísperas de la celebración del centenario. A través de los diálogos de Mansilla con su amigo Meir Gueiser, vamos adentrándonos de lleno en la escena de la época.
Schmucler retoma literariamente dos vidas complejas y novelescas que retratan gran parte de la historia argentina: la de Lucio V. Mansilla, escritor, militar, político, dandy, nacido en cuna de oro y mimado por la sociedad; y la de Panguitruz Güor o Mariano Rosas, cacique de un pueblo a punto de ser asesinado en masa por la Campaña del Desierto y cuya cabeza terminó exhibida como trofeo en el Museo de La Plata.
“El pasillo al que entraron estaba completamente oscuro, salvo por algunos rayos de luz de la luna que alcanzaban a filtrarse por algunas rendijas. Mansilla caminaba decidido, los pasos y el golpeteo de su bastón mantenían con cierta tensión a Meir Gueiser, que iba detrás suyo, volteando ocasionalmente para constatar que nadie los estuviera siguiendo. Mansilla entró en una sala rectangular de quince metros de largo y seis de ancho en cuyo centro estaba instalado un mueble de madera lustrada, con patas rectas, cuya superficie superior eran de marcos vidriados. Dentro de él, acomodados sobre un fieltro oscuro, una larga fila de cráneos. Cada uno con un número delante y algunos con un nombre. Mansilla prendió un fósforo para poder ver los nombres. Caminó junto al mueble lentamente sin dejar de ver los cráneos, leyendo los nombres y los números. Se detuvo justo frente al número doscientos noventa y dos. Meir se acercó para leer el nombre debajo del número. -Panguitruz Guor, Mariano Rosas. Cacique ranquel. Sintió un estremecimiento. Mansilla tuvo que tirar el fósforo para que no le quemara los dedos. De inmediato la oscuridad volvió a ocupar la galería. Buscó en el fondo del bolsillo interno de su saco hasta encontrar la caja de fósforos. El primero se le cayó, cuando estalló el fogonazo del segundo intento, pudo ver que Mansilla seguí parado frente al cráneo. Serio. Acongojado, susurrando, como si rezara. -El zorro cazador de leones. Eso quiere decir su nombre. Su entierro duró una semana. Nunca había visto ni volví a ver pompas fúnebres tan importantes como esas. Por acercarse más al cráneo, Meir hizo que el fósforo golpeara contra el cristal y se apagara. Otra vez la oscuridad, ahora acompañada por una inopinada excitación. Durante una fracción de segundo pensó que esa situación le estaba ocurriendo a alguien más, no a él. Rápidamente, sacó otro fósforo y lo prendió. Mientras, Mansilla siguió hablando, por lo que a Meir le dio la impresión de que ni siquiera se había dado cuenta de la fugaz oscuridad. -Llegaron todos los caciques de Tierra Adentro, desde la cordillera, desde Tandil, desde el río Negro. No se había visto un entierro como el suyo desde la muerte de Calfucurá, el indio que se atrevió a nombrarse emperador. Y mirá adónde vino a terminar. El fósforo se apagó y otra vez, la oscuridad. Meir sacó un nuevo fósforo, pero Mansilla lo detuvo antes de que lo pudiera encender. -Dejá de gastar fósforos, para lo que te voy a contar no hace falta la luz, al contrario, en una de esas la oscuridad te sirve para que te imaginás mejor las cosas. Te voy a contar sobre lo que no escribí en el libro y que tampoco me dio por hacerlo en los años siguientes. Tuve demasiados arrepentimientos y sus consabidas idas y vueltas como para poder ser sincero. O quizás lo fui, pero siempre con una opinión diferente. ¿Te interesa escuchar una historia que pasó en este lugarcito tan perdido en el mundo? Te quiero contar sobre la vida del hombre que tuvo en sus manos la posibilidad de que este país fuera otra cosa. Y lo más importante: como todo hombre que defiende a su pueblo, fue un héroe, pero de esos que nunca se van a reconocer. ¿Sabés por qué, Meir? Porque en este país los héroes tienen que hablar como españoles y ser blancos. Entonces, con voz suave, en una galería del Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata. La noche en que se festeaba el Centenario de la Independencia argentina, frente a más de trescientos cráneos de indios, en completa oscuridad, y sin que lo apresurara el peligro que corrían, Mansilla le contó a su amiga Meir B. Gueiser la historia de Panguitruz, Mariano Rosas”.
La cabeza de Mariano Rosas de Sergio Schmucler es una novela que trae a la memoria la biografía de personajes fundamentales de nuestra historia argentina a partir de la reinvención literaria. Y a su vez, es una historia que interpela y ayuda a escapar de las certezas naturalizadas como verdades.